lunes, 29 de octubre de 2012

Gay Talese: las buenas historias nunca mueren



Talese en "El Búnker", su oficina de Nueva York. 
La vieja escuela de periodismo no habla de artículos, sino de historias. Para ésta, las notas de un diario no retratan una situación efímera, circunstancial. Cada una está destinada a quedar para la posteridad como una pieza de arte, no como una simple respuesta a las preguntas generadas a diario. El asesinato de Kennedy, la Masacre de Ezeiza o la Tragedia de Cromagnon, son hechos que podrían pasar cualquier día y en cualquier momento.  Y pueden ser contados de mil maneras diferentes.

Pero existe un problema: el mercado ha cambiado radicalmente. A diferencia de hace 50 años, los consumidores de noticias, como el hombre que viaja en el transporte público o que escucha la radio por la mañana, sólo busca informarse. ¿Cómo? Con las respuestas a las seis preguntas esenciales: qué, quién, cómo, cuándo, dónde, y por qué. 

A contraposición de esta idea, existe un grupo de personas que se muestran a sí mismos como artesanos. Uno de ellos es Gay Talese. Este estadounidense de 83 años es uno de los fundadores del Nuevo Periodismo, aquel estilo que propuso salir de los estándares que lideraban los principales tabloides de noticias a finales de los 50. Durante una entrevista de 2010 le preguntaron qué habilidades debe desarrollar un periodista en el siglo XXI. Él respondió:

"Ante todo, deben desarrollar un gran sentido de la historia. Ser capaces de dramatizar. Hacer que el lector vea y sienta. Todo lo que es importante y relevante (por ejemplo, la salud pública, o la guerra) debe ser contado en forma de historia. Hoy muchos periodistas están imbuidos en sus computadoras , se están aislando con la tecnología. No deberían estar todo el día sentados frente a una pantalla, sino afuera, descubriendo cosas de primera mano. Deben tener un sentido innato de la curiosidad y ser gente automotivada. Deben ser exploradores, buscadores solitarios de grandes historias que contar. Historias que valgan oro; deben ser mineros e ir a lugares y cavar en ese material, y después pulirlo para hacer una joya, arte. El arte de la realidad. Es la manera de seguir en el negocio: crear algo hermoso. La gente quiere calidad. Aunque sean pobres, si pueden optar por algo muy bien hecho y valioso, lo elegirán. Nadie quiere los hechos contados rápido sino la verdad. Y los diarios les pueden dar la verdad y de una manera atractiva e interesante, contando una historia. Creo que el mercado apoyará eso, porque las buenas historias nunca mueren."


sábado, 27 de octubre de 2012

The Strokes: el bueno, el malo y el feo


Todo empezó, como muchas situaciones e ideas, después de una charla con mi amigo Julián Colla, guitarrista de Trepadores a Pedal. Él siempre me dijo que una de las crónicas que más le habían gustado de las que escribí fue la de The Strokes en GEBA, cuando tocaron en el Personal Fest 2011, que publiqué en la revista El Bondi. A lo que respondí, con el autoestima suficientemente abajo: "No lo creo ni loco". Pero la leí de vuelta y me gustó, cosa que no me pasa muy seguido cuando repaso en retrospectiva los laburos anteriores.

La nota en cuestión:

De todas las épocas y para todos los colores. La segunda fecha del Personal Fest 2011 contó con invitados internacionales de todo el espectro del Atlántico Norte, donde lo viejo y lo nuevo convivieron en los cuatro escenarios que el gran predio de GEBA les tenía preparado. 

Albert Hammond Jr., guitarrista de The Strokes, uno de los protagonistas de la noche.
El guitarrista Albert Hammond Jr. está repasando frenéticamente todo  el mástil de su guitarra de a octavas, mientras que, del otro extremo del escenario, Nikolai Fraiture empieza a golpear su bajo en seis notas que sirven de puente para el frenético estribillo: la segunda guitarra de Nick Valensi incrementa la sensación de demencia para que Julian Casablancas desencadene con su áspera voz una conversación entre los dos costados de su mente, la racional y la instintiva, animal. Suena Reptilia y los ejecutantes forman The Strokes, cinco neoyorquinos que sólo necesitaron aferrarse a un único instrumento durante hora y media para irradiar su energía  punk, rockera y juvenil ante las cuarenta mil personas que asistieron a la segunda fecha del Personal Fest 2011 en el estadio de G.E.B.A

“Pilotos, pilotos”, dicen los oportunistas vendedores aledaños al recinto; es viernes y llueve como si fuera  la última vez que lo fuera a hacer. Los jóvenes corren y se apuran por entrar mientras suenan de fondo los ingleses White Lies, que están presentando su segundo disco en el escenario principal. Sin embargo, la mayoría de los asistentes están disfrutando stands ubicados en la pasarela de ingreso: kioskos, puestos de comida, juegos de la multinacional celular, e, incluso, un apático centro para reclutar empleados –el menos concurrido de la noche-. 

Diferente ingeniería, la misma arrogancia. Antes de subir al escenario, Liam Gallagher debe haber recordado su última visita al país en 2009, cuando todavía integraba una de las piezas fundacionales del britpop, Oasis, y se presentó ante un multitudinario público en el Monumental de Nuñez.  Minutos después de que Goldfrapp completara su setlist, comienza a sonar un clásico de The Stone Roses, I’m The Resurrection, tal vez una chiquilinada a modo de provocación o una demostración de que sin su hermano mayor, el guitarrista Noel Gallagher–quien dejo la banda en 2009 debido al interminable conflicto familiar-, él todavía puede hacer música. Hoy, líder de Beady Eye, y ya sin su hermano Noel, el mayor de los Gallagher parece haber olvidado la formula que los llevó a liderar las listas mundiales con (What’s The Story) Morning Glory o Definitely Maybe. Liam enbandera una causa musical que no le pertenece: un rock crudo y baladas sin melodías que no encaja de ninguna manera a su estilo ni sus veinte años de trayectoria. 

Dejando de lado las leyes de copyright que pudieron intervenir para que esta noche no sonaran clásicos de Oasis, Liam parece creer firmemente en su proyecto: está decidido a no tocar canciones de Oasis –ni siquiera sus composiciones melosas biacordales como Songbird-  sino a llenar cada espacio de su lista con las de su propia autoría e, incluso, un cover de los ingleses World of Twist, Sons of the Stage. Empujado por las gráficas reflejadas en las pantallas del escenario –que oscilaban entre apariciones de comics de los setenta y una gráfica peronista berreta- , el show tuvo algunas excepciones como el single The Roller, que recuerda a la simpática Some Might Say –Morning Glory (94)- o a las baladas gancheras de su hermano en The Beat Goes On –“En alguna parte de mi corazón la música sigue sonando”, canta entre acordes alegres con la frente llena de orgullo-. En un acto de demagogia –cosa que nunca necesitó y tampoco hizo-, Liam terminó con una bandera de Argentina entre sus hombros y agradeciéndole por los jugadores que le cede al Manchester City –el equipo de la Premier League del cual los dos hermanos son reconocidos fanáticos-.

Para el momento en que sonó el último acorde, la multitud del campo Vip ya se estaba trasladando del escenario Motorola hacia el Personal, el principal. “Dale, putos, muévanse”, gritaron tres adolescentes del campo general, a lo que una chica se sintió aludida y contestó entre risas irónicas: “Pobre, quedate ahí que los vas a ver cerquita”. Con el ánimo caldeado, el trío recordó que están detrás de la valla de trescientos pesos que los separa de la élite de esa noche, los del cómodo campo vip. 

Veinte minutos después de las 23, y con la lluvia ya erradicada de los cielos,  The Strokes sale a escena a presentar Angles, su cuarta placa discográfica y leitmotiv principal en su segunda visita al país. La energía post punk del riff de New York City Cops inaugura el último número de la noche, con un Julian Casablancas que se mantiene enérgico, sútil demagógicamente y errático por momentos.  

En estos seis años que separan la primera visita de la banda al país –el festival BUE en 2005-, la banda editó dos discos –First Impressions of the Earth y el inefable Angles-, se separó e, incluso, los rumores indican que no se encuentra en uno de sus mejores momentos. No obstante, esto no se ve reflejado en el escenario; la dupla Hammond-Valensi funciona al cien por ciento en la creación y coordinación de riffs y texturas de las canciones nuevas como Machu Picchu, You’ re so Right, Gratisfaction o clásicos como Heart in a Cage, Juicebox o 12:51.

Las escasas interacciones de Casablancas con el público son para agradecer la noche que les ha tocado, retribuir con un Thank you las reiteradas confesiones de I Love You de las femeninas o agradecer el aguante de los argentinos. El cantante quedó visiblemente emocionado cuando la gente coreó el solo de Last Nite y aseguró que “esta es una noche que nunca olvidaremos, no es fácil encontrar gente que cante hasta los solos”. Los locales redoblaron la apuesta: “Olé, olé, ole, The Strokes, The Strokes”. Argentina 2, Casablancas 0.
Luego de los bises, Julian sentencia el final pidiendo que lo “tomen o lo dejen” –‘Take it or leave it’- y el público se va con sabor a poco, esperando por más. Los fuegos artificiales alumbran la noche porteña mientras la gente va desalojando el predio poco a poco, y Matias Aguayo, el DJ encargado del cierre final, debió pasar música para él y las pocas almas que todavía andaban dando vueltas por ahí.

Con un gran nivel de convocatoria, la segunda fecha del Personal Fest 2011 está en el podio de los festivales del año por su coherencia a la hora de elegir las bandas que integraron la grilla. En hora buena, Argentina está aprendiendo.  Ahora, a por el campo vip.

*Publicada en Revista El Bondi, el 5 de noviembre de 2011.


lunes, 8 de octubre de 2012

Científicos del Palo: la histeria argentina

Mientras que la mayoría de las bandas toman la precaución de no opinar sobre política, ellos deciden involucrarse a fondo. La génesis de un grupo que planea hacer historia con un disco que repasa los 202 años de aventuras y desventuras de la Argentina.

Por Francisco Andrés Anselmi

Son treintañeros pero insisten en volver a ser adolescentes. Mientras preparan la cena, Carlos “Popete” Andere y Sebastián Quintanilla –bajista y baterista, respectivamente- se toman un descanso y recrean una coreografía salida directamente de Los tres chiflados. “¿Pero cómo que no te sale, boludo?”, reclama Andere, muy habilidoso con las manos, para después enseñar pacientemente a un Quintanilla con dificultades pero que, finalmente, comprende la clase.
Del otro lado de la puerta, en el living, José Pablo “Pepo” San Martín –voz y guitarra- está sentado en un sillón frente a la televisión. Descansa después de un viernes atípico en el que viajó desde Mar del Plata hasta la casa del nuevo baterista en Barracas, y en el que, además, ensayó toda la tarde. Todavía le esperan dos shows este fin de semana y algunas reuniones cruciales para definir los últimos detalles del cuarto disco de su banda, Científicos del Palo. Éste será el primero en contar las idas y vueltas de un país que supo ser potencia mundial, se emergió en las tinieblas y que, hoy en día, se encuentra aún herido pero en plena recuperación. El nombre que eligieron para graficar los 202 años de aventuras y desventuras de nuestro país: “La histeria argentina”.

                                                                     ***

Hijo de militantes peronistas, Pepo San Martín tuvo una infancia empapada por la política. En 1977, tres meses después de su nacimiento, su familia se exilió en España por temor a la dictadura liderada por Jorge Rafael Videla. Un año antes, fuerzas conjuntas del Ejército Argentino y la Policía provincial de Santa Fe, rodearon la casa de su tío José Pablo Ventura -fundador de la Juventud Universitaria Peronista y miembro activo de la organización guerrillera Montoneros- y lo acribillaron junto a dos compañeras.
En el viejo continente también conoció la indigencia. Los argentinos se la rebuscaban como podían: su mamá limpiaba casas y su papá vendía muñecos de papel maché. Con el nacimiento de su hermano, José Francisco, y para los tiempos en que Ricardo Alfonsín encabezó el regreso a la democracia, la familia San Martín, junto a otros miles de exiliados, volvieron a la costa argentina para retomar una vida sin peligros.
Durante su adolescencia estuvo siempre a contramano del mundo. Para finales de los 80, mientras muchos estudiantes escuchaban Roxette, en su casa había un equipo que reproducía a un volumen exorbitante discos de Led Zeppelin, Yes y Black Sabbath.  Para cuando tenía 15 años ya tocaba descaradamente bien la guitarra. Y en su entorno se lo hacían notar. “Sufrí mucho de egomaníaco”, dice a los 35, sentado en una mesa junto a sus compañeros de grupo. Soñaba con tener una banda, que la gente cantara sus canciones y lo admirase por su estilo parecido al de Jimi Hendrix. Hasta que alguien pateó su cielo. 

Conoció a Divididos a fines del 94, en pleno auge de la Aplanadora del Rock. “Era un enfermo mental. Desde los 15 hasta los 25 no escuchaba otra cosa, salvo ellos y los Red Hot Chili Peppers”, cuenta.  Después de un show que el grupo dio en una disco local, fue a buscarlos al hotel donde se hospedaban. Allí conoció a Ricardo Mollo.

“Le saqué el ukelele y me puse a tocar una canción de Yes. Él me dijo: sos muy chico para tocar eso, y se fue cagándose de la risa”.

En el 98’, Pepo fundó su banda, los Científicos del Palo. Catorce años después, admite que ese nombre se lo robó a los Divididos. “No me acuerdo bien dónde vi escrita esa frase, creo que en las camionetas que se trasladaban, pero estoy seguro que era una parte de una letra inédita de Salir a asustar, de LA ERA DE LA BOLUDEZ, que nunca usaron”. 

En el 2000, ya con 23 años, Pepo tenía otras ocupaciones y no fue a verlos cuando tocaron en Mar del Plata. Arrepentido, al día siguiente, salió a caminar rumbo al centro con intenciones de encontrarlo. Y lo encontró. Desde una cafetería Mollo y Arnedo le golpearon la ventana. Café va y café viene, Pepo les entregó un demo de la banda. Mollo, sorprendido con el sonido y el nombre del grupo, lo invitó a tocar como guitarrista invitado a la gira presentación del disco VIVO ACÁ

Recién en 2004 la banda se profesionalizó y lanzó su primer disco, a modo de una cortés carta de presentación: ANTE TODO, BUENAS TARDES. Tres años después llegó INDIGENCIA Y DISTANCIA, con el cual empezaron a vislumbrar el verdadero rumbo, tanto musical como lirico. Y entonces para 2010, editaron GORILOPHRENIA. Con una clara línea ideológica, en esta placa amalgaman distintos estilos de rock foráneo con música tradicional como el folclore, en formato de trío, y con letras en las que no dan lugar para la poesía. Con un lenguaje más directo intentan evidenciar quiénes son, desde su aguda óptica de la realidad, los verdaderos enemigos del pueblo: la oligarquía, los militares, la iglesia y la sociedad consumista, entre otros. 

Al hablar de su próxima jugada es cuando a Pepo San Martín se le iluminan los ojos, deja los chistes irónicos y se muestra orgulloso.

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Carlos Andere es hipoacúsico y toca el bajo desde los 15 años. A esa edad, su tiempo se dividía entre las materias aburridas del último año que cursaría en un colegio de curas y el tiempo que pasaba en el aula de música con un bajo Faim blanco en pésimo estado. Se ríe al recordar que, debido a su deficiencia auditiva, cuando escuchaba con auriculares pensaba que Serú Girán era sólo una flauta y una guitarra. “Claro, una vez fui a la casa de un amigo y puse el casette en un equipo de música y me pegué un julepe increíble: no tenía ni idea que tenían baterías, bajos”, dice Carlos.
Entró al grupo en 2004, pocos meses después de que editaran el primer disco. Pero ésas también fueron épocas de decisiones. Carlos tocaba con Locales, una banda marplatense aún en vigencia y con el tiempo se encariñó con las canciones que componía San Martín, así que dejó el grupo para dedicarse de lleno a Científicos del Palo.
—¿Cuál crees que es tu aporte al grupo?
—En el momento que me subo a tocar me olvido de cualquier problema. Los miro a ellos, y digo “se acabó la joda. Me muero acá”. Cada show es el último: tengo que romperla en todos.

***
El 27 de octubre de 2010, Pepo San Martín lloró como un chico. Lloró algo así como cuatro días, más que en el funeral de sus abuelos. Al principio no podía creer que la televisión estuviera transmitiendo esa noticia. El hombre que lo salvó de la indigencia en 2003 había muerto. Néstor Kirchner había partido esa madrugada, producto de un paro cardiorespiratorio, que lo venía advirtiendo hacía algunos meses atrás. Pero también le trajo esperanza. 

“El día del Ballotage (18 de mayo de 2003) no sabía si iba a comer”, cuenta. La noche anterior a la votación, Pepo se presentaba en un bar con una banda que hacía covers, pero todo dependía de que Menem se presentara o no. Finalmente, el ex presidente se bajó el 14 de mayo, Pepo pudo presentarse y comer ese fin de semana, y la semana siguiente asumió Néstor Kirchner, aquel estadista del sur, desconocido hasta ese momento por la mayoría de los argentinos. 

-Antes del 2003 el país estaba en ruinas- sentencia. Estaba todo muy áspero, para mi familia, mis amigos y para mí. Estaba rodeado de hambre. Y a partir de la elección, las cosas se empezaron a acomodar bastante rápido. Con una serie de gestos y símbolos, el pueblo empezó a comprender que se podían cambiar las cosas mediante la política. No corría más el ‘que se vayan todos’. 
-¿A tus 20 años, estabas tan despierto como los adolescentes de ahora?
-De ninguna manera: era un subnormal. Tenía una actitud más de rocker, de estar en contra de todo, del sistema. Pensaba mucho eso de ‘los políticos son todos una mierda’. Una postura que hoy me avergüenza. Creo que los pibes de hoy están mucho más conscientes e interesados por la política y la militancia, cosa que hace veinte años era imposible. Todo esto lo produjo el chabón (Néstor), y creo que con su muerte se amplificó y masificó. El día de su funeral me di cuenta que las cosas no estaban tan complicadas. Me emocioné porque, al ver la gente pasar por el funeral en la Casa Rosada, me di cuenta de que existían muchas más personas que pensaban como yo.

***
Sebastián Quintanilla fue el último en cerrar la puerta. Entró en marzo, y trajo consigo el aire de renovación que necesitaban para salir adelante. “Como vengo de otro estilo, capaz que les doy otros matices que antes no se les ocurría o no tenían en cuenta”, dice el baterista, discípulo de Roberto Cesari, conocido por su trabajo tras los parches con María Elena Walsh, entre otros.
Para entrar a la banda, Sebastián también tuvo que tomar una decisión importante. Hasta este año integraba las filas de Ultraliviano, pero cuando se lo propusieron, no dudó por mucho tiempo. “Le mandé un mensaje a mi novía, que es fanática, y me contestó: ¡Me hacés muy feliz!”, dice y ríe. 
Ahora, se reparte las horas entre sus alumnos, el trabajo como integrante de la banda del modisto Roberto Piazza-tiene un show llamado Sexo, los viernes en el Teatro Moliere- y los Científicos del Palo. “Nunca me sentí tan cómodo. Somos tres personas que damos todo por este proyecto. Ya no tenemos otros laburos para bancarnos el placer: ahora, nuestra vida pasa por la música”. 

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Por fin, los tres juntos, sentados en una mesa, y despojados de toda diversión, hablan acerca del plan que los tiene desvelados por estos días. 
—¿Qué pretenden con LA HISTERIA ARGENTINA?
Pepo: —El disco está orientado para que un imbécil como yo pueda tener un panorama de nuestra historia y pueda relacionar cuándo y por qué sucedieron las cosas que hicieron los actores de nuestros 202 años de historia.
—En marzo grabaron cuatro canciones, ¿cuántas van a componer el disco final?
Popete: —Por ahora son unas 16, que van desde la independencia hasta el gobierno de Néstor y Cristina Kirchner. 
—También están buscando un historiador que revise y avale los textos...
Pepo: —Sí, en estos días estuvimos molestando a Felipe Pigna, pero está muy ocupado con la presentación de su último libro. Queremos que un historiador, sea famoso o no, pueda constatar de que lo que estamos contando es real, y que no soy un tipo cualquiera que habla desde el desconocimiento. Que corrobore que esto tiene una pizca mínima de rigor histórico. Por lo musical, nos ocupamos nosotros. 

***

Un día después, en el oeste, a las tres de la mañana en un bar de Ramos Mejía, Científicos del Palo está tocando frente a su público en lo que es el último show del fin de semana. “¡Hijos de puta! ¡Hijos de puta!”: un canto suficiente para que 400 kilómetros no los siente tan lejos de casa. El grupo empieza a escupir sus diatribas: “(... )La gente ya no quiere piquetes ni ver pobres, quieren llegar a horario, a que los exploten. ¿Cuánto puede robarte un pibe empastillado? Más le han robado los gorilas al Estado. Violencia es mentir, violencia es no repartir. ¿Dónde nace el peligro? ¿Fuerte Apache o San Isidro?”.  Cuando termina la canción, los asistentes siguen insultando y la banda sonríe con un gesto de complicidad. Pepo San Martín mira, como siempre, hacia adelante, toma un sorbo de su cerveza, esboza una sonrisa y sabe que está viviendo su sueño, el de los 15 años: toca como Hendrix y el público canta sus canciones.

*Publicada en Revista Mavirock N°23
Foto: Ariel Bacca

martes, 2 de octubre de 2012

Las Pelotas: cerca de las nubes



“Cerca de las nubes” significa para la carrera de Las Pelotas lo mismo que a Divididos el multipremiado “Narigón del siglo” (2000). Es un punto de inflexión sin aparente retorno, con el que culminan el proceso de transformación que comenzaron hace cinco años, con la salida de “Basta” (2007). Tanto musical como líricamente, el grupo se despegó de todo lo hecho en su discografía para contar historias de otro tipo, con una visión alejada de su usual pesimismo y nuevos trucos en lo instrumental. Desde el comienzo, “Cuántas cosas” marca el cambio. El cantante y principal compositor Germán Daffunchio dejó su enojo anárquico con el mundo para reflexionar acerca del pasado y presente: “Cómo me gustaría frenar el tiempo en el preciso instante en que sos feliz. ¿Cuántas veces soñas?”, entona. Inmediatamente, “Siempre estará” deja entrever la renovación: guitarras al estilo hipnótico de The Edge, de U2, sintetizadores New Wave y furia post punk. Tal vez este paso se deba a las pérdidas que tuvo la banda en el último tiempo, la Alejandro Sokol y Tavo Kupinski. Pero la innovación no fue casualidad. “"Queríamos un disco rupturista, que no se pareciera en nada a lo anterior, siempre nos proponemos eso, pero en este la premisa fue muy clara”, dijo la bajista Gabriela Martínez el día de la presentación. 
Casualidad o no, el grupo se embarcó en este cambio de rumbo dos décadas después de “Corderos en la noche” (1992), su placa debut. Tras veinte años de existencia, el barco de Las Pelotas está lejos de hundirse.