lunes, 15 de abril de 2013

La maquinaria Scorsese

Scorsese con parte del reparto de Goodfellas (1990)
Cuando un director de Hollywood está abstraído de sus proyectos megalómanos y millonarios también podría ser considerado  una persona común y corriente. Y Martin Scorsese forma parte de esta categorización gracias al documentalista francés André Labarthe. Mediante The Scorsese machine, de 1991, el europeo inmortaliza la étapa de postproducción de La última tentación de Cristo (1988), y, a través de esto, infiltra al espectador en el micromundo que rodea al neoyorquino, conformado por su equipo de trabajo, varios amigos –como Brian de Palma y Michael Powell- y su familia. Y con esto, deja entrever sus costumbres, su trato con el círculo más íntimo y hasta sus preferencias a la hora de cenar. Como si se tratase de un agregado, el realizador de Mean Streets y Goodfellas, habla, en algunos momentos, de sus influencias y de la manera que debió acostumbrarse de chico a consumirlo por televisión, debido a su asma. Como los buenos perfiles, Labarthe no sólo retrata al personaje en cuestión, sino que lo desmenuza a través de las acciones más mínimas e insignificantes: Scorsese descansa, acaricia un perro y hasta tiene oportunidad de festejar su cumpleaños número 46 en una cena junto a sus papás; todo esto en el escenario más propicio, la Nueva York oscura y llena de excesos de finales del ochenta. El acierto más grande del documentalista es despojar al director de todos sus artilugios para demostrar cómo, detrás de la celulosa –la disciplina gracias a la que hoy es un nombre de apellido reconocible- existe un hombre diminuto y sensible que hace girar los engranajes para que la maquinaria Scorsese funcione.