lunes, 20 de agosto de 2012

Baltasar Comotto: De regreso a las raíces


Comotto bebe un sorbo de su cerveza y hunde la cabeza entre sus piernas mientras observa detenidamente la nada. El está en silencio, pero parece estar elaborando mentalmente la próxima respuesta. “Lo único que les pido es que para la foto no salga la lata”, lo interrumpe María, la encargada de prensa. Ella y un amigo, firmes en la decisión no abandonar la habitación, están a un costado escuchando atentamente la charla. “Es por el sponsor”, aclara, y sólo se ve complacida cuando la lata se posa en el suelo. El fotógrafo hace una broma para distender el clima y comienza con su tarea. Baltasar Comotto, uno de los dos pilares guitarrísticos que el Indio Solari adoptó en 2004 para su nueva banda “Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado”, da inicio a una sesión de remembranzas de su adolescencia porteña, sus carrera como músico profesional y una última parada sobre el presente: Blindado, su segundo disco solista.

Faltan veinte minutos para las nueve, la hora estipulada para la presentación oficial del disco en La Trastienda Club, donde más de trescientas personas esperan sentadas la salida de la banda. Nosotros estamos en las catacumbas aguardando a los músicos. Podría sonar tétrico, y hasta sacado de Los Cuentos de la Cripta, pero no; todo lo contrario. Al entrar, un pasillo comunica con las bambalinas tras escenario y una escalera iluminada lo hace hacia los camarines de los músicos.  Se escucha una conversación en voz alta en la habitación al final del pasillo, como si alguien estuviera contando una grandilocuente anécdota. Baltasar está  descansando ahí luego de la extensa prueba de sonido de hora y media junto a Patán Vidal, Gaspar Benegas – tecladista y guitarrista, respectivamente, invitados honoríficos de esta noche- y sus familiares.
“Yo no escuchaba Los Redondos”, confiesa  y parte en dos el aire. Lo que podría sonar raro para cualquier persona que viva en territorio argentino se pone aún más tenso e inédito cuando se trata del yanotan nuevo guitarrista del Indio Solari, el encargado de reemplazar junto a Gaspar Benegas al mismísimo Skay Beilinson. Veinte años atrás, una de las bandas que más le llamó la atención a un joven Comotto fue Living Colour, y lo menciona sin miedo a las represalias. “Los tipos fueron pioneros, también con Faith No More o Mr. Bungle, en eso de mezclar estilos como el funk y el rock que de cualquier otra manera hubieran sido impensables. Ellos me abrieron la cabeza en ese sentido: a mí me importa que la música suene bien, ya no me encasillo en géneros”, dice.
El flamante disco de Comotto suena a noventas: poderoso, oscuro, fresco y vigente.  En cambio, Rojo (2007), su debut solista, recluye a Prince, Miles Davis en un funk más ligado a lo íntimo, corporal, soft podría decirse. Blindado deja entrever las influencias originales de Baltasar, las alejadas del jazz y el blues, las que lo formaron durante su adolescencia y post. “Este disco es mucho más crudo, más dirty, de alguna forma. Llama la atención de la gente porque el primero era totalmente lo opuesto”, analiza Baltasar y agrega complacido que “yo quería que mis shows fueran más intensos y mucho más ásperos; más crudo, contundentes .Creo que con estas canciones lo puedo lograr”.

Baltasar tiene 38 años, y, al igual que Peter Pan, padece de juventud eterna. Nació en el barrio porteño de Palermo el mismo año que murió Juan Domingo Perón pero rápidamente se fue a vivir a España –no a Puerta de Hierro-. Regresó con la democracia en el 83’, fue un trotabarrios, dice él: vivió en  Barrancas de Belgrano con sus hermanos y su madre –misma región donde hoy se alojan Juanse Paranoíco y Luis Alberto Spinetta, entre otros integrantes de la sociedad rockera- y volvió a Palermo, donde reside actualmente.  Su impresionante metro noventa está vestido con una camisa cuadrillé, no de las leñadoras de Eddie Vedder, sino una blanco y negro más freak, y su timidez no logra abandonarlo un instante; todo un adolescente.
Jura que no recuerda cuándo fue la primera vez que tocó en vivo pero piensa que fue en el viejo Imaginario Cultural de Palermo viejo en el 95’ con Mutrones, uno de sus primeros tríos con el que compartía escena con su hermano Agustín y Theo Lafleur, baterista y bajista, respectivamente, ante algunos pocos familiares y amigos. “Tocábamos todo lo que escuchábamos en ésa época; desde Nirvana, pasando por los Red Hot Chili Peppers y, también, algunas canciones nuestras”, recuerda Comotto. Hoy Agustín es dibujante de comics para niños y vive en Europa; Theo es también hombre de pincel y fotógrafo; fue el ideólogo junto a Baltasar del arte y la ambientación de la nueva placa. 
A principios del 2000 se presentó por primera vez de manera profesional junto a Patán Vidal en el Festival Internacional de Jazz “Los Siete Lagos” en San Martín de los Andes y en Bariloche. “Con Patán hemos tocado en bares para personas que tal vez no nos hayan ni escuchado. Todas esas experiencias sirvieron para que no se sienta tanto el paso a un escenario más grande o a tocar para otro público distinto”, cuenta Baltasar. Tal vez la cúspide del reconocimiento lo haya alcanzado en sus trabajos con Luis Alberto Spinetta –participó de la gira presentación de Para los Árboles y grabó algunas guitarras en Un mañana- o como el integrante virtuoso de la banda de Solari, pero la realidad es que Comotto ya transitaba el circuito under hacia ya algunos años tocando con músicos de renombre como Javier y Walter Malosetti,  Luis Salinas, Claudio Cardone o Guillermo Vadalá .
“Un milagro nos conecta en las calles de cemento”
Al mejor estilo de Animals de Pink Floyd, un plano general de un refugio militar estadounidense ilustra la tapa del disco. El arte interior muestra a un Comotto futurista, un carnicero toxicológico salido directamente de Blade Runner.  “Buscábamos –junto a Theo- una estética de ciencia ficción y creíamos que cerraba perfecto con la temática del disco. En esa base militar, donde supuestamente había gente y estaban esperando el bombazo, también se sentían de alguna manera blindados”, explica Baltasar.
Letras como “Buenos Aires” o “Lugano” quieren mostrar paisajes urbanos, desolados, desde una óptica austera, también relacionados con el concepto madre: “En Lugano pasan cosas extremas y creo que la gente de cierta forma se encuentra blindada a ciertas cosas sociales ajenas a ese barrio”.  En cambio, otras como Mate, ¿Quién sos? o Rompe el Cristal reflejan situaciones porteñas cotidianas mezcladas con un toque de locura made in Comotto que bien podrían pertenecer a otros lugares del mundo.

Ya es tiempo de que los músicos se preparen para salir al escenario. Emprendemos el camino de vuelta hacia el hall de las catacumbas para hacer las fotos formales y aparece la pequeña baterista Silvana Colagiovanni –al lado del guitarrista,  inclusive, Michael Jordan podría parecer un gremlin- que logra presentarse e interceptar un tímido Hola antes de refugiarse unos últimos minutos en su camarín. Baltasar es tosco para moverse, pero extrañamente arriba del escenario se desliza con movimientos sutiles de serpiente como cuando interpreta Milestone, su homenaje funk en clave de hip hop hacia el trompetista Miles Davis. “Estebán (Tereschuk ) debe estar haciendo sus rituales o tomando algo en el bar”, comenta al pasar el guitarrista acerca de la ubicación del bajista de su nueva banda.
A diferencia de Los Dragones Albinos –la dupla rítmica compuesta por Johnny Monty y Ramiro Naguil grabó el disco- , Colagiovanni y Tereschuck llegaron recién para interpretar las canciones en vivo. El trío ya tiene diez shows encima, y Comotto cuenta que “el cambio se dio naturalmente porque ellos los fueron reemplazando gradualmente. No se sintió abruptamente el cambio”.
                De la misma manera que comienza el disco, Baltasar abre el telón del escenario con Mundo Cabeza y se verifica todo lo que nos había contado minutos atrás. La banda suena sucia pero cancionera, por momentos violenta pero en otros dulce e hipnótica; revive los mejores momentos de los noventa y en un show que va a durar poco más de una hora les va a volar la peluca a todos. Ésta noche va a ser sólo un eslabón más en la multifacética carrera del guitarrista. “No siento realmente la diferencia de tocar con un trío o en la banda del Indio enfrente de sesenta mil personas”, nos confiaba un rato antes.  Hoy primeriza su proyecto, mañana quién sabe. Por el momento, su persona es pura sorpresa; será cuestión de esperar otros cuatro años y ver hacia qué rumbo musical explota su sonido. 

Utopians: La utopía de vivir de lo que uno ama



             En vistas a la salida de su tercer disco –con nombre aún sin confirmar-, El Bondi tuvo una charla con Los Utopians en la que recordaron sus comienzos anárquicos, adelantaron los detalles de su nueva producción y dejaron en claro que América Látina está en un momento ideal para hacer música.

         Es el invierno del 2001; mientras el país padece las estrictas medidas de ajuste del segundo año del gobierno de Fernando de la Rúa, Larry Fus y Barbie Recanati hacen sus primeros pasos en la música, lo que incluyen idas y venidas de algunos miembros fugaces que duran algunos meses y hasta sus primeros shows colmados de compañeritos y profesores de secundario. Todo es demasiado bueno para ser cierto, por lo que coinciden en llamar –irónicamente- esta efímera agrupación Utopy, pensando equivocadamente que significa Utopía en inglés.
         En los once años que los separan de aquella experiencia, ellos dejaron y retomaron para luego terminar la escuela; se afianzaron  en sus instrumentos –ella la guitarra y la voz, y él la batería-; consolidaron la formación junto a Gustavo Fiocchi y Mario Romero, lanzaron dos discos –Freak e Inhuman- y tienen planeado lanzar el tercero para mediados de mayo; abrieron para The Cult y los nuevos Guns N’ Roses y también cambiaron el nombre: Los Utopians, eligieron, porque se consideran un grupo de cuatro personas que viven una utopía, un sueño con el que se desvelaron desde chicos.

Por más que lo intenten disimular, su relación funciona como la de una pareja que convivió durante toda una vida. “La primera vez que nos juntamos fue cuando Barbie nos llevó a mí y a otro compañero a su casa para hacer una versión en español de Sunday Bloody Sunday ”, recuerda Larry, sentado junto a sus tres compañeros de banda en la mesa de un restaurant de panqueques en Villa Crespo. Ella no parece estar muy convencida y lo niega inmediatamente sin mucho convencimiento, como de pura contrera. Es cuestión de segundos para que ella lo pensara mejor, y se rectificara con vehemencia: “¡No te lo puedo creer, no me acordaba de eso!”; él sonríe con el placer de la victoria.
         Enseguida llega el mozo, que tiene toda la apariencia de ser extranjero: no tarda mucho tiempo en abrir la boca para confirmarlo. Todos piden gaseosas, salvo Barbie que quiere un jugo de naranja exprimido.  La banda eligió sentarse en el fondo del lugar, en una mesa amplia donde Barbie acapara el centro, enfrentada a Larry, mientras que Gus y Mario ocupan los costados como si fueran dos panelistas que de vez en cuando tienen el permiso de palabra.  Es un martes de verano, aunque el viento que corre afuera es más propio de una tarde de otoño.
         Los únicos que se tomaron en serio ese primer esbozo de banda fueron Larry y Barbie, que desde esa tarde quedaron pegados musicalmente.  “Nosotros hacíamos la música que podíamos hacer a esa edad”, cuenta Barbie. Ellos soñaban a sus trece años con las guitarras intrínsecas de Jimmy Page, o el ritmo frenético de John Bonham pero tenían claro que lo que podían hacer eran canciones como las de U2, The Talking Heads, The Cure y The Ramones.

El primer show se programó antes de que existiera la banda. Cuando Barbie tenía trece años vivía en pleno corazón de Palermo, en la zona de Niceto y Carranza;  fiel a su naturaleza –verborrágica y lanzada desde chica- se acercó hasta el bar de la esquina de su casa para hablar con el dueño. “Ya tenemos la fecha”, le dijo a Larry, su fiel compañero desde aquel entonces. Los dos, en puertas de su adolescencia, tuvieron que salir por el barrio a pegar afiches para encontrar los integrantes que completarían esa primera formación. 

“Tuvimos tres ensayos en los que en ninguno estuvimos todos juntos: en uno faltó la cantante, porque yo todavía no cantaba, y a la otra semana el guitarrista”, lamenta Barbie. Para ese show, prepararon un set lleno de versiones de las bandas que escuchaban en ese momento, por lo que no tuvieron mucho de qué preocuparse, aunque Larry admite que “fue pésimo; no pudimos haber sonado peor”.

         Después de esa iniciación tuvieron algunos shows más en los que su rendimiento no había mejorado mucho. Los dos amigos, melómanos desde aquella época, se pasaban los días en una vieja disquería de Cabildo en la que, de cierta manera, trabajaban: el dueño les daba los discos que no se vendían y si limpiaban los vinilos, les regalaban algunas revistas. Un trabajo ínfimo comparado a la cantidad exagerada de música que conocerían en aquel lugar.
         Pasaron algunos años, y ellos maduraron: llegaron al momento en que tenían que decidir qué harían de sus vidas; al parecer, la ecuación fue más fácil de lo que pensaban. “Si lo único que pensábamos era en música, de lo único que hablábamos era de música, trabajábamos en una disquería a cambio de cosas relacionadas a la música, el destino estaba claro: teníamos que terminar tocando música”, se ufana Barbie, feliz de haber tomado la decisión correcta.

         Mario Romero es la antípodas de sus compañeros. Es callado, tranquilo y opina sobre un tema sólo cuando se lo piden. Tal vez esto resalta más con el gigantismo que imponen altura y su físico, trabajado en gimnasio y deportes varios. “Está para cuidarnos a todos, es nuestro (Arnold) Schwarzenegger”, calificó la voz de la banda hace un tiempo. Además de ser (o aparentar) un guardaespaldas, es el bajista desde hace 8 años.
         Su comienzo fue casi por accidente. Cuando el bajista de aquel entonces decidió ocupar el lugar de guitarrista, le sugirió a su amigo Mario que intentara con las cuatro cuerdas. Él no lo pensó demasiado y se sumó a la banda, justo para cuando empezaban a hacer composiciones propias y a vislumbrar un futuro con la música. “Cuando terminé la escuela intenté con carreras relacionadas a la informática, pero no había caso: mi norte era seguir hasta el fondo con el proyecto”, asegura.

Para Gustavo Fiocchi, para variar, no había otra opción más que vivir de la música. Al terminar la escuela, intentó la carrera de ingeniero en grabación de sonido. No hubo suerte: cursó un cuatrimestre y volvió a su casa, agarró la guía telefónica y llamó al primer profesor de guitarra que encontró.
La conoció a Barbie en la disquería en la que ella trabajaba en ese tiempo. De tema en tema, los dos descubrieron que eran músicos y que tenían dos proyectos con futuro. “Vos y yo vamos a terminar tocando juntos”, le prometió él. La fue a ver en vivo y quedó alucinado con el sonido y las canciones de la banda, que por ese entonces contaban con todos los integrantes de ahora, salvo el guitarrista. La promesa se cumplió, y al poco tiempo pasó a estar arriba del escenario.
         Él es parco, serio, el más grande (31 años) y, tal vez, el más maduro de los cuatro. Está sentado a la izquierda de Barbie, y sólo tira comentarios irónicos cuando –a diferencia de Mario- no se lo solicita. Al momento de hablar del rock chabón que surgió en Argentina para mediados de los 90, él exorciza una canción de Los Ratones Paranoícos: “Caroooliiinnnaaaa”. Todo atisbo payasesco tiembla cuando sobrevuela en la mesa el nombre de Ricardo Mollo, guitarrista y voz de Divididos.
                Lo conoció en un sótano de una casa de música de Talcahuano, de la que Ricardo es un cliente habitual. “La gente del local me invitó porque al otro día él iba a probar unos equipos”, rememora con los ojos iluminados de un nene de cinco años. Los dos pegaron buena onda y quedaron para verse otro día; “yo pensaba que era una de esas promesas que nunca se cumplen”.
         Al día siguiente, en medio de un recital de The Flaming Lips en el que Gustavo estaba con Barbie, el teléfono de él se quedó sin batería. “Estaba desesperado, la estaba pasando mal y quería irse ya porque sabía que lo podía llamar en cualquier momento”, relata ella. Cuando por fin pudo prender su celular, vio el mensaje esperado de Ricardo que decía ‘Gus, ¿Te querés venir mañana a la quinta (La Calandría) a probar unos equipos?’. El sueño del pibe cumplido; ahora, a triunfar en primera.
        
        
La formación estable de la banda tiene ya siete años, en los que editó dos discos –Inhuman y Freak- (y que presentaron en Europa, entre otros lugares) con muy buena recepción por parte de la crítica “especializada”  pero no así en calidad sonora. En estos días, están ultimando los detalles del que completará la trilogía –“con el sonido que se merece”, coinciden los cuatro- , que será lanzado para mediados de abril (ver recuadro).
         Al hablar de lo que los llevó a tocar juntos, Barbie cierra la boca y piensa más en las palabras, en lo qué quiere expresar. “A nosotros nos unió una política: no tenemos un plan B ante la vida, somos pura y exclusivamente dedicados a la música”, resalta y abre el pecho como si fuera el Capitán América.
         Ella también es impulsiva; impulsiva para irse sola a Europa, sin ningún contacto ni fecha programada, a presentar y difundir la banda. Conoce el mundo, y de ninguna manera es una persona “nacionalista” –desde el vamos, la banda se considera un grupo de personas apolítico-, pero cree que Argentina, como América Látina, es un país ideal para crear y hacer música.
         “Sería muy bobo hacer música en un lugar donde no haya una problemática social, donde todo estuviera perfecto: no me veo en Suiza haciendo rock”, dice Barbie. Ellos cuatro se hacen ver como chicos duros que trabajaron toda su vida para conseguir lo que tienen ahora. “Si querés ir a Londres a laburar, está barbaro. Si vas a viajar doce mil kilómetros a otro continente sólo para hacer música me parece que estás equivocado: éste es lugar perfecto”.

         Los chicos crecieron. Barbie y Larry siguen haciendo lo mismo que hacían a los trece años, pero con dos amiguitos nuevos. Ya no tocan frente a sus compañeros y profesores del secundario; ahora lo hacen en los grandes estadio frente a miles y miles de personas, donde, entre otros, tocaron sus ídolos de U2. Si ésta no es la utopía, ¿La utopía dónde está?

Superlasciva: Canciones pasadas por agua



Los correntinos lanzaron su cuarto disco “Torrencial” y cuentan cómo fue el proceso, en qué se inspiraron para componerlo y las disyuntivas de ser una banda under.

“¡Superlativo!”, grita un muchacho exaltado después del final de cada canción de la noche. Ni por cargoso ni entusiasta, el muchacho hace recordar a  Bart Simpson sin el chillón color amarillo. La banda tomó el elogio, lo modificó y lo usó a su favor. A diez años de su nacimiento, los correntinos fundaron y evolucionaron un sonido que hoy presentan en su cuarto disco “Torrencial” en la demencia de Capital Federal. Ellos son Superlasciva.

En la casa del guitarrista Manuel Farizano se respira un aire de intelectualidad. Vive en un edificio viejo, ubicado en el barrio de Almagro, y para llegar a su departamento hay que cruzar un zaguán como los retratados por Borges en su bibliografía. Hay libreros, luces tenues y un gran ventanal que muestra la vista interna de los inquilinos, en el marco de una de las últimas noches de calor agobiante que otorga el otoño.

Falta casi un mes, pero acaban de terminar uno de los ensayos donde empiezan a moldear lo que será la presentación del disco en Niceto Club el 12 de mayo. La sala está equipada con todos sus instrumentos recién enfundados, un iMac de 27’ y varias consolas donde el guitarrista también hace trabajos para sus aliados musicales. “Acá Bicicletas hizo los demos del último disco”, se yergue orgulloso el tocayo del hombre de las seis cuerdas y manager ambas bandas. 

En el sillón, junto a la lámpara y el equipo de música, están sentados el bajista Agustín Macías; Fernando Mansilla, el tecladista y el cantante Roberto Decotto. Los tres charlan amenamente hasta que llega Manuel y se presenta, para luego sentarse también. Leonardo Álvarez, el baterista, acaba de irse a su casa. “Así son, ¿Viste? Terminan de hacer lo suyo y huyen despavoridos”, bromea alguien alrededor de la mesa. Un gato de seis meses que no se cansa de refunfuñar se despereza sobre las piernas cruzadas del guitarrista, mientras lo acaricia.

-¿Cómo creen que cambió el sonido desde “Seducciones violentas” hasta “Torrencial”?
Manuel: -Me parece que hay un crecimiento natural del grupo y de la búsqueda músical. Para este disco se laburó mucho. Ponele que todas las canciones estaban terminadas para finales de 2009, salvo dos. Y las empezamos a laburar en  2010, al mismo tiempo que inauguramos nuestro estudio.

-¿Cómo fue el proceso de grabación?
Roberto: -Se grabó en vivo en Ion. Cuando entró Leo a tocar la batería, justo se fue el otro guitarrista –Hugo Rossi - , y el otro batero –Federico Estévez-, y entra un tecladista por lo que cambió radicalmente el sonido.  Además yo agarré devuelta la guitarra acústica –la había dejado de tocar en Seducciones-, la de acompañante. Ahí empezamos a buscar un productor con el fin de tocar en vivo. Habíamos laburado dos discos con Manza Esaín, y era una de los posibles porque nos encanta su laburo, pero finalmente nos sentamos a hablar y decidimos que nos vendría bien probar otro sonido y dijimos: "Bueno,  busquemos uno que haya grabado discos clásicos de nuestro país”.

¿A quién apuntaban?
Manuel: -Y primero nos entrevistamos con “Tweety” González pero no nos convenció o nos pasó un presupuesto que tampoco nos cerró. Después tuvimos la primera entrevista con Mario Brauer, quien nos dejó con la mejor de las impresiones. Él es un tipo súper humilde que además es capo en todo lo que hace, pero (como si esto fuera poco) te trata como a un igual. Y que además te hace cagar de risa en cada de risa en cada momento que puede.
Como en nuestro estudio se puede grabar todo en vivo también, grabábamos y después yo me quedaba escuchando todo. Cuestión que después de 3 o 4 ensayos, yo le llevaba una grabación a Mario para que vea qué le parecía e ir afilando todo. Antes de arrancar un ensayo escuchábamos las partes y por ahí nos fijábamos qué estaba bien y qué no.

Fernando: - Es importante apuntar que lo grabamos con la plata que salió de los shows, así que en ese sentido podemos decir que nos dimos un gran gusto.

¿Puede ser que el disco esté dividido en dos partes?
Fernando: -Sí, sí, hace un descanso en “El pensamiento”
Roberto: -Yo creo que los primeros 6 temas tienen como algo del sonido nuevo que incorporamos mientras que de ahí en adelante hay como un regreso a las cosas viejas que veníamos haciendo.
Fernando:- Pero ponele, en “El pensamiento” hace una inflexión y se re nota eso.
Manuel: Eso se me ocurrió al hacer las mezclas. Terminaba “El pensamiento”, y dije: ‘Este tema es final de un disco o es final de un lado A” y ahí empieza a surgir la idea y se empiezan a acomodar los temas para que se acomode todo.

-¿Fue a modo de disco conceptual?
Manuel: -No tanto en lo lírico pero sí en lo musical. Todo el disco tiene un ambiente característico por lo que concordamos en crear una concepción sonora.

-¿Y desde lo lírico?
Manuel: -No me animaría a decirlo. Es muy difícil componer 12 canciones que sigan un mismo concepto. Sí te podría decir que muchas de ellas vienen desde un mismo lado por la inspiración pero decir que todas abarcan un mismo concepto sería erróneo.

-“Mi derrota invicta”, además de ser la canción que podría definir el sonido de esta nueva étapa, tiene olor a corte de difusión. ¿Cómo lo compusieron?
Manuel: -Es el inicio de una relación mientras que “Bien por Ti” es la étapa de esa misma relación. Muchas letras están inspiradas en una relación que tuve yo con una chica que fue tapa del disco anterior. Entonces entre todas esas hay una hermandad. Por ahí que en “Los vertiginosos” cierro la idea de lo que es una pareja turbulenta. Uno para componer usa todo lo que puede.  Por ejemplo: leer me dispara muchas ideas a mí.
                                                  
¿Algún libro en especial?
Manuel: -Anduve leyendo mucho Octavio Paz, un poeta increíble. “Libertad bajo palabra” lo tuve muy en cuenta. Justamente con esta ex pareja lo leíamos todo el tiempo.

            El gato se cansa de escuchar las cinco voces y comienza un viaje por el departamento. Salta de un mueble a otro, hace un descanso en una mesada y emprende el desafío final: la sala de ensayo. Marca la pauta de que es hora de terminar la entrevista y empezar las fotos. Todos se acomodan frente a la fotógrafa y el felino busca desesperado: el platillo de la batería es el mejor lugar para el primer plano.
            Lejos de quedarse satisfechos, los cuatro hombres de la foto, continúan evolucionando, creciendo con su música. Finalmente, el adjetivo máximo que les acestó ese muchacho diez años atrás no les quedó corto. El quinteto está en su mejor momento y con todo un futuro prometedor por delante.

*Publicada en Revista El Bondi número seis