Comotto bebe un
sorbo de su cerveza y hunde la cabeza entre sus piernas mientras observa detenidamente
la nada. El está en silencio, pero parece estar elaborando mentalmente la
próxima respuesta. “Lo único que les pido es que para la foto no salga la lata”,
lo interrumpe María, la encargada de prensa. Ella y un amigo, firmes en la
decisión no abandonar la habitación, están a un costado escuchando atentamente
la charla. “Es por el sponsor”, aclara, y sólo se ve complacida cuando la lata
se posa en el suelo. El fotógrafo hace una broma para distender el clima y
comienza con su tarea. Baltasar Comotto,
uno de los dos pilares guitarrísticos que el Indio Solari adoptó en 2004 para
su nueva banda “Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado”, da inicio a una
sesión de remembranzas de su adolescencia porteña, sus carrera como músico
profesional y una última parada sobre el presente: Blindado, su segundo disco solista.
Faltan veinte
minutos para las nueve, la hora estipulada para la presentación oficial del
disco en La Trastienda Club, donde más de trescientas personas esperan sentadas
la salida de la banda. Nosotros estamos en las catacumbas aguardando a los
músicos. Podría sonar tétrico, y hasta sacado de Los Cuentos de la Cripta, pero no; todo lo contrario. Al entrar, un
pasillo comunica con las bambalinas tras escenario y una escalera iluminada lo
hace hacia los camarines de los músicos.
Se escucha una conversación en voz alta en la habitación al final del
pasillo, como si alguien estuviera contando una grandilocuente anécdota.
Baltasar está descansando ahí luego de
la extensa prueba de sonido de hora y media junto a Patán Vidal, Gaspar Benegas
– tecladista y guitarrista, respectivamente, invitados honoríficos de esta
noche- y sus familiares.
“Yo no
escuchaba Los Redondos”, confiesa y parte
en dos el aire. Lo que podría sonar raro para cualquier persona que viva en
territorio argentino se pone aún más tenso e inédito cuando se trata del yanotan nuevo guitarrista del Indio
Solari, el encargado de reemplazar junto a Gaspar Benegas al mismísimo Skay
Beilinson. Veinte años atrás, una de las bandas que más le llamó la atención a
un joven Comotto fue Living Colour,
y lo menciona sin miedo a las represalias. “Los tipos fueron pioneros, también
con Faith No More o Mr. Bungle, en eso de mezclar estilos
como el funk y el rock que de cualquier otra manera hubieran sido impensables.
Ellos me abrieron la cabeza en ese sentido: a mí me importa que la música suene
bien, ya no me encasillo en géneros”, dice.
El flamante
disco de Comotto suena a noventas: poderoso, oscuro, fresco y vigente. En cambio, Rojo (2007), su debut solista, recluye a Prince, Miles Davis en un
funk más ligado a lo íntimo, corporal, soft
podría decirse. Blindado deja
entrever las influencias originales de Baltasar, las alejadas del jazz y el
blues, las que lo formaron durante su adolescencia y post. “Este disco es mucho
más crudo, más dirty, de alguna
forma. Llama la atención de la gente porque el primero era totalmente lo
opuesto”, analiza Baltasar y agrega complacido que “yo quería que mis shows
fueran más intensos y mucho más ásperos; más crudo, contundentes .Creo que con
estas canciones lo puedo lograr”.
Baltasar tiene
38 años, y, al igual que Peter Pan, padece de juventud eterna. Nació en el
barrio porteño de Palermo el mismo año que murió Juan Domingo Perón pero
rápidamente se fue a vivir a España –no a Puerta de Hierro-. Regresó con la
democracia en el 83’, fue un trotabarrios,
dice él: vivió en Barrancas de Belgrano
con sus hermanos y su madre –misma región donde hoy se alojan Juanse Paranoíco
y Luis Alberto Spinetta, entre otros integrantes de la sociedad rockera- y
volvió a Palermo, donde reside actualmente. Su impresionante metro noventa está vestido
con una camisa cuadrillé, no de las leñadoras de Eddie Vedder, sino una blanco
y negro más freak, y su timidez no
logra abandonarlo un instante; todo un adolescente.
Jura que no
recuerda cuándo fue la primera vez que tocó en vivo pero piensa que fue en el viejo
Imaginario Cultural de Palermo viejo en el 95’ con Mutrones, uno de sus primeros tríos con el que compartía escena con
su hermano Agustín y Theo Lafleur, baterista y bajista, respectivamente, ante
algunos pocos familiares y amigos. “Tocábamos todo lo que escuchábamos en ésa
época; desde Nirvana, pasando por los Red Hot Chili Peppers y, también, algunas
canciones nuestras”, recuerda Comotto. Hoy Agustín es dibujante de comics para
niños y vive en Europa; Theo es también hombre de pincel y fotógrafo; fue el
ideólogo junto a Baltasar del arte y la ambientación de la nueva placa.
A principios
del 2000 se presentó por primera vez de manera profesional junto a Patán Vidal
en el Festival Internacional de Jazz “Los Siete Lagos” en San Martín de los
Andes y en Bariloche. “Con Patán hemos tocado en bares para personas que tal
vez no nos hayan ni escuchado. Todas esas experiencias sirvieron para que no se
sienta tanto el paso a un escenario más grande o a tocar para otro público
distinto”, cuenta Baltasar. Tal vez la cúspide del reconocimiento lo haya
alcanzado en sus trabajos con Luis Alberto Spinetta –participó de la gira
presentación de Para los Árboles y
grabó algunas guitarras en Un mañana- o
como el integrante virtuoso de la banda de Solari, pero la realidad es que
Comotto ya transitaba el circuito under hacia
ya algunos años tocando con músicos de renombre como Javier y Walter
Malosetti, Luis Salinas, Claudio Cardone
o Guillermo Vadalá .
“Un milagro nos conecta en las calles de
cemento”
Al mejor estilo
de Animals de Pink Floyd, un plano general de un refugio militar estadounidense
ilustra la tapa del disco. El arte interior muestra a un Comotto futurista, un
carnicero toxicológico salido directamente de Blade Runner. “Buscábamos
–junto a Theo- una estética de ciencia ficción y creíamos que cerraba perfecto
con la temática del disco. En esa base militar, donde supuestamente había gente
y estaban esperando el bombazo, también se sentían de alguna manera blindados”,
explica Baltasar.
Letras como
“Buenos Aires” o “Lugano” quieren mostrar paisajes urbanos, desolados, desde
una óptica austera, también relacionados con el concepto madre: “En Lugano
pasan cosas extremas y creo que la gente de cierta forma se encuentra blindada
a ciertas cosas sociales ajenas a ese barrio”. En cambio, otras como Mate, ¿Quién sos? o Rompe el Cristal reflejan situaciones porteñas
cotidianas mezcladas con un toque de locura made
in Comotto que bien podrían pertenecer a otros lugares del mundo.
Ya es tiempo de
que los músicos se preparen para salir al escenario. Emprendemos el camino de
vuelta hacia el hall de las catacumbas para hacer las fotos formales y aparece
la pequeña baterista Silvana
Colagiovanni –al lado del guitarrista,
inclusive, Michael Jordan podría parecer un gremlin- que logra presentarse
e interceptar un tímido Hola antes de
refugiarse unos últimos minutos en su camarín. Baltasar es tosco para moverse,
pero extrañamente arriba del escenario se desliza con movimientos sutiles de
serpiente como cuando interpreta Milestone,
su homenaje funk en clave de hip hop hacia el trompetista Miles Davis. “Estebán (Tereschuk ) debe estar haciendo
sus rituales o tomando algo en el bar”, comenta al pasar el guitarrista acerca
de la ubicación del bajista de su nueva banda.
A diferencia de Los Dragones Albinos –la dupla rítmica compuesta por Johnny Monty y Ramiro Naguil grabó el disco- ,
Colagiovanni y Tereschuck llegaron recién para interpretar las canciones en
vivo. El trío ya tiene diez shows encima, y Comotto cuenta que “el cambio se
dio naturalmente porque ellos los fueron reemplazando gradualmente. No se
sintió abruptamente el cambio”.
De
la misma manera que comienza el disco, Baltasar abre el telón del escenario con
Mundo Cabeza y se verifica todo lo
que nos había contado minutos atrás. La banda suena sucia pero cancionera, por
momentos violenta pero en otros dulce e hipnótica; revive los mejores momentos
de los noventa y en un show que va a durar poco más de una hora les va a volar
la peluca a todos. Ésta noche va a ser sólo un eslabón más en la multifacética
carrera del guitarrista. “No siento realmente la diferencia de tocar con un
trío o en la banda del Indio enfrente de sesenta mil personas”, nos confiaba un
rato antes. Hoy primeriza su proyecto,
mañana quién sabe. Por el momento, su persona es pura sorpresa; será cuestión
de esperar otros cuatro años y ver hacia qué rumbo musical explota su sonido.
*Publicada en Revista El Bondi número cuatro.
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