lunes, 20 de agosto de 2012

Baltasar Comotto: De regreso a las raíces


Comotto bebe un sorbo de su cerveza y hunde la cabeza entre sus piernas mientras observa detenidamente la nada. El está en silencio, pero parece estar elaborando mentalmente la próxima respuesta. “Lo único que les pido es que para la foto no salga la lata”, lo interrumpe María, la encargada de prensa. Ella y un amigo, firmes en la decisión no abandonar la habitación, están a un costado escuchando atentamente la charla. “Es por el sponsor”, aclara, y sólo se ve complacida cuando la lata se posa en el suelo. El fotógrafo hace una broma para distender el clima y comienza con su tarea. Baltasar Comotto, uno de los dos pilares guitarrísticos que el Indio Solari adoptó en 2004 para su nueva banda “Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado”, da inicio a una sesión de remembranzas de su adolescencia porteña, sus carrera como músico profesional y una última parada sobre el presente: Blindado, su segundo disco solista.

Faltan veinte minutos para las nueve, la hora estipulada para la presentación oficial del disco en La Trastienda Club, donde más de trescientas personas esperan sentadas la salida de la banda. Nosotros estamos en las catacumbas aguardando a los músicos. Podría sonar tétrico, y hasta sacado de Los Cuentos de la Cripta, pero no; todo lo contrario. Al entrar, un pasillo comunica con las bambalinas tras escenario y una escalera iluminada lo hace hacia los camarines de los músicos.  Se escucha una conversación en voz alta en la habitación al final del pasillo, como si alguien estuviera contando una grandilocuente anécdota. Baltasar está  descansando ahí luego de la extensa prueba de sonido de hora y media junto a Patán Vidal, Gaspar Benegas – tecladista y guitarrista, respectivamente, invitados honoríficos de esta noche- y sus familiares.
“Yo no escuchaba Los Redondos”, confiesa  y parte en dos el aire. Lo que podría sonar raro para cualquier persona que viva en territorio argentino se pone aún más tenso e inédito cuando se trata del yanotan nuevo guitarrista del Indio Solari, el encargado de reemplazar junto a Gaspar Benegas al mismísimo Skay Beilinson. Veinte años atrás, una de las bandas que más le llamó la atención a un joven Comotto fue Living Colour, y lo menciona sin miedo a las represalias. “Los tipos fueron pioneros, también con Faith No More o Mr. Bungle, en eso de mezclar estilos como el funk y el rock que de cualquier otra manera hubieran sido impensables. Ellos me abrieron la cabeza en ese sentido: a mí me importa que la música suene bien, ya no me encasillo en géneros”, dice.
El flamante disco de Comotto suena a noventas: poderoso, oscuro, fresco y vigente.  En cambio, Rojo (2007), su debut solista, recluye a Prince, Miles Davis en un funk más ligado a lo íntimo, corporal, soft podría decirse. Blindado deja entrever las influencias originales de Baltasar, las alejadas del jazz y el blues, las que lo formaron durante su adolescencia y post. “Este disco es mucho más crudo, más dirty, de alguna forma. Llama la atención de la gente porque el primero era totalmente lo opuesto”, analiza Baltasar y agrega complacido que “yo quería que mis shows fueran más intensos y mucho más ásperos; más crudo, contundentes .Creo que con estas canciones lo puedo lograr”.

Baltasar tiene 38 años, y, al igual que Peter Pan, padece de juventud eterna. Nació en el barrio porteño de Palermo el mismo año que murió Juan Domingo Perón pero rápidamente se fue a vivir a España –no a Puerta de Hierro-. Regresó con la democracia en el 83’, fue un trotabarrios, dice él: vivió en  Barrancas de Belgrano con sus hermanos y su madre –misma región donde hoy se alojan Juanse Paranoíco y Luis Alberto Spinetta, entre otros integrantes de la sociedad rockera- y volvió a Palermo, donde reside actualmente.  Su impresionante metro noventa está vestido con una camisa cuadrillé, no de las leñadoras de Eddie Vedder, sino una blanco y negro más freak, y su timidez no logra abandonarlo un instante; todo un adolescente.
Jura que no recuerda cuándo fue la primera vez que tocó en vivo pero piensa que fue en el viejo Imaginario Cultural de Palermo viejo en el 95’ con Mutrones, uno de sus primeros tríos con el que compartía escena con su hermano Agustín y Theo Lafleur, baterista y bajista, respectivamente, ante algunos pocos familiares y amigos. “Tocábamos todo lo que escuchábamos en ésa época; desde Nirvana, pasando por los Red Hot Chili Peppers y, también, algunas canciones nuestras”, recuerda Comotto. Hoy Agustín es dibujante de comics para niños y vive en Europa; Theo es también hombre de pincel y fotógrafo; fue el ideólogo junto a Baltasar del arte y la ambientación de la nueva placa. 
A principios del 2000 se presentó por primera vez de manera profesional junto a Patán Vidal en el Festival Internacional de Jazz “Los Siete Lagos” en San Martín de los Andes y en Bariloche. “Con Patán hemos tocado en bares para personas que tal vez no nos hayan ni escuchado. Todas esas experiencias sirvieron para que no se sienta tanto el paso a un escenario más grande o a tocar para otro público distinto”, cuenta Baltasar. Tal vez la cúspide del reconocimiento lo haya alcanzado en sus trabajos con Luis Alberto Spinetta –participó de la gira presentación de Para los Árboles y grabó algunas guitarras en Un mañana- o como el integrante virtuoso de la banda de Solari, pero la realidad es que Comotto ya transitaba el circuito under hacia ya algunos años tocando con músicos de renombre como Javier y Walter Malosetti,  Luis Salinas, Claudio Cardone o Guillermo Vadalá .
“Un milagro nos conecta en las calles de cemento”
Al mejor estilo de Animals de Pink Floyd, un plano general de un refugio militar estadounidense ilustra la tapa del disco. El arte interior muestra a un Comotto futurista, un carnicero toxicológico salido directamente de Blade Runner.  “Buscábamos –junto a Theo- una estética de ciencia ficción y creíamos que cerraba perfecto con la temática del disco. En esa base militar, donde supuestamente había gente y estaban esperando el bombazo, también se sentían de alguna manera blindados”, explica Baltasar.
Letras como “Buenos Aires” o “Lugano” quieren mostrar paisajes urbanos, desolados, desde una óptica austera, también relacionados con el concepto madre: “En Lugano pasan cosas extremas y creo que la gente de cierta forma se encuentra blindada a ciertas cosas sociales ajenas a ese barrio”.  En cambio, otras como Mate, ¿Quién sos? o Rompe el Cristal reflejan situaciones porteñas cotidianas mezcladas con un toque de locura made in Comotto que bien podrían pertenecer a otros lugares del mundo.

Ya es tiempo de que los músicos se preparen para salir al escenario. Emprendemos el camino de vuelta hacia el hall de las catacumbas para hacer las fotos formales y aparece la pequeña baterista Silvana Colagiovanni –al lado del guitarrista,  inclusive, Michael Jordan podría parecer un gremlin- que logra presentarse e interceptar un tímido Hola antes de refugiarse unos últimos minutos en su camarín. Baltasar es tosco para moverse, pero extrañamente arriba del escenario se desliza con movimientos sutiles de serpiente como cuando interpreta Milestone, su homenaje funk en clave de hip hop hacia el trompetista Miles Davis. “Estebán (Tereschuk ) debe estar haciendo sus rituales o tomando algo en el bar”, comenta al pasar el guitarrista acerca de la ubicación del bajista de su nueva banda.
A diferencia de Los Dragones Albinos –la dupla rítmica compuesta por Johnny Monty y Ramiro Naguil grabó el disco- , Colagiovanni y Tereschuck llegaron recién para interpretar las canciones en vivo. El trío ya tiene diez shows encima, y Comotto cuenta que “el cambio se dio naturalmente porque ellos los fueron reemplazando gradualmente. No se sintió abruptamente el cambio”.
                De la misma manera que comienza el disco, Baltasar abre el telón del escenario con Mundo Cabeza y se verifica todo lo que nos había contado minutos atrás. La banda suena sucia pero cancionera, por momentos violenta pero en otros dulce e hipnótica; revive los mejores momentos de los noventa y en un show que va a durar poco más de una hora les va a volar la peluca a todos. Ésta noche va a ser sólo un eslabón más en la multifacética carrera del guitarrista. “No siento realmente la diferencia de tocar con un trío o en la banda del Indio enfrente de sesenta mil personas”, nos confiaba un rato antes.  Hoy primeriza su proyecto, mañana quién sabe. Por el momento, su persona es pura sorpresa; será cuestión de esperar otros cuatro años y ver hacia qué rumbo musical explota su sonido. 

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