sábado, 14 de diciembre de 2013

Stevie Wonder: de hombre negro a maravilla mundial

En el escenario de Vélez hay un hombre negro sentado sobre una baqueta que toca el piano como pocos lo han hecho en 40 años. Está en el medio, en el mismo estadio donde, en abril pasado, el boxeador Sergio ‘Maravilla’ Martínez retuvo por puntaje técnico el título de campeón mundial frente al inglés Martin Murray. Pero el hombre negro no: acierta cada acorde, cada canción, como si fueran puños en la mandíbula de los, al menos –y contados a dedo- 30 mil espectadores que ovacionan cada uno de sus movimientos. En la jerga dirían que ganó por knock out, y sería por unanimidad, no habría tarjetas que contradijeran veredicto alguno.
Durante dos horas y media, este hombre negro homenajea al fallecido Nelson Mandela, le canta a Bob Marley (¡Master Blaster y Waiting in vain!) y se despoja con, al menos, diez clásicos de los últimos 40 años: Higher Ground, Sir Duke o Isn’t she lovely. Y el público aplaude, pero él no los ve, debido a una ceguera que lo tiene a oscuras desde que nació, hace 64 años. El hombre negro, ya con varios kilos de más, está pelado y lleva puesta una túnica XL de color verde con círculos naranjas, más parecido a Homero Simpson en aquel capítulo que decide trabajar desde su casa o a una líder de coro góspel de cualquier iglesia evangélica en los Estados Unidos; esas mujeres gordas que parecieran tener pulmones sin fondo, siempre dispuestas a lanzar sus agudos en el momento y lugar que sea.
El hombre negro demuestra en todo momento que es gentil, pero tampoco ningún santurrón. Cuenta chistes que rozan con lo atrevido (“¡Oh, qué buena es la manera de hacer bebés!”), y sale bien parado. Todo gracias a su sonrisa blanca, la misma que usa cuando termina una canción y escucha el coreo del público (“¡Olé, olé, olé, Stevie, Stevie!”), mientras hace su clásico movimiento de cuello, que lo encuentra más parecido a un delfín de Mundo Marino que a uno de los compositores más grandes de las últimas cuatro décadas.
Hacia el final de su repertorio, el hombre negro saca, como los magos, un conejo de la galera. O un truco infalible, de esos que no fallan, el relato efectivo que usa el tío divertido en las fiestas de fin de año. Suena ‘Superstition’ y el público delira. Bailan, cantan, pierden el miedo al ridículo mientras corean el sonido de los caños (Pi piri, para ra rá r ara rá, r ira rá).
Y el hombre negro, Stevie Wonder, está ahí para disfrutarlo, unos metros más arriba, desde el centro del escenario. Nunca renegó ni fue vengativo acerca de sus discapacidades: esquivó uno a uno los distintos pozos que se le cruzaron en el camino y salió hacia adelante. Mientras tanto, entre tanta adrenalina, Wonder sonríe y piensa cómo sorteará el próximo obstáculo.

Fotos: Tadeo Jones (Rolling Stone Argentina)