miércoles, 27 de noviembre de 2013

Creo en usted, J.J Abrams

J.J Abrams, tengo fé en usted. Pero como le digo esto, también debo admitir que, en un principio, los nombres Disney y Star Wars en una misma oración me aterrorizaban. Me hacía temblar de miedo que la empresa creadora del ratoncito Mickey Mouse y el Pato Donald tuviera en sus manos el desenlace de, por seguro, una de las mejores trilogías que haya tenido el cine de ciencia ficción. Pero claro, este miedo, esa sensación de que me estaban arrebatando uno de los mejores recuerdos de mi infancia, fue hasta conocí quién era usted, señor Abrams. 

Por empezar, hizo Lost. Al menos diez amigos de han hablado de las bondades con las que contaba esta serie, que era una de las mejores de la historia, que nunca iba a ver un guión parecido. No obstante, nunca la sintonicé y tampoco me interesó consumir una serie de siete temporadas de la cual sólo sabía que su final no estaba a la altura de los 4872 minutos que lo antecedían. ¿Entonces? ¿Qué más hizo este muchacho con cara de nerd, narigón y tirado siempre a hacerse el canchero cuando en realidad no lo es, para ganarse el corazón de los cinéfilos a nivel mundial? 

Lo entendí todo cuando vi Super 8. Tiene los condimentos para hacer un buen entretenimiento: un grupo de amigos que juegan a ser grandes (Hola, teléfono para Steven Spielberg, productor ejecutivo de la cinta), extraterrestres que buscan algo en la tierra y una historia que destila emoción en cada fotograma. La influencia del productor es notable, a tal punto que la película retrotrae al espectador treinta años atrás, al cine de los ochenta, década que el creador de ET conquistó por unanimidad al corazón del estadounidense promedio.

Y claro, lo terminé de confirmar cuando pude disfrutar del reboot que hizo de la saga Star Trek. Ambas partes son maravillosas, por los mismos condimentos que Super 8: emoción, alienígenas y toda una técnica a entera disposición de la historia, y no al revés. Abrams, usted abusa de los efectos y de cuanto plano megalómano pueda, pero está perdonado: lo hace siempre de manera inteligente y en función de algo por contar.

Por estas cosas que mencioné anteriormente, usted, J.J, tiene depositado en su cuenta un cheque en blanco a nombre mío que probablemente le importe nada. Pero le cuento que con él va un pedazo de mi infancia. Hay un gordo introvertido dentro mío cuya vida depende sólo y únicamente de usted. También le voy a decir que me olvidé del señor George Lucas, quien, dicho sea de paso, algunos meses atrás aprovechó la jubilación para casarse con una afroamericana más joven que él. Por esto, y otras cosas irracionales como la creencia en Dios, creo en usted, señor J.J Abrams.