miércoles, 26 de diciembre de 2012

Round duro contra una puta enfermedad



Campera de cuero roja, anteojos de sol y una pose de galán inquebrantable, Sergio Maravilla Martínez tiene tal seguridad sobre sí mismo que nadie podría pensar que, minutos después, la timidez lo invadiría por completo. Con Pablo Sarmiento, su entrenador, a un lado, se encuentra frente al público con el que se siente más cómodo: la prensa. El púgil comparte la mesa y la ocasión con Martin Murray, el retador contra el que peleará el 27 de abril, y varios funcionarios nacionales. La presentación de la pelea con la que pondrá en juego su título mundial de la CMB no lo atemoriza. Pero alguien irrumpe la cronología de la conferencia y le descoloca su sonrisa. 

-Pensábamos hacerlo después -dice Horacio Cabak, el presentador del evento- pero es mejor ahora. ‘Maravilla’ va a dar unas palabras acerca de un acto a beneficio que hizo con mucho amor.

Con voz trémula e inquietante, Maravilla mira el centro del salón, se levanta de su silla e intenta esbozar unas palabras. No puede. Finalmente se repone, divisa a los integrantes del grupo Luna Nueva, apunta al frente, a los flashes de las cámaras, e intenta componer una oración coherente de una idea de la que parece estar muy seguro.

-Les voy a hablar de una enfermedad muy puta -dice Martínez.  Pensaba hacerlo detrás de cámara, pero los que saben me insistieron en que lo haga de manera pública. Para que los demás puedan copiar esta acción.

Meses atrás, a Martínez le llegó un video en el que un grupo de mujeres con cáncer cuentan su historia de vida. Emocionado con la situación, decidió colaborar económicamente para ayudar con sus comedores y tratamientos. Para este momento, muchas ya murieron.

Entre analogías pugilísticas de autorreferencia, el boxeador intenta dar lecciones de vida. “En el último round de la pelea con Chavez Jr. (N. del A: Fue en septiembre y Martínez ganó) caí bien caído. Pero me levanté y seguí luchando durante el último minuto y medio”, -dice-, “a veces ese minuto y medio valen toda una vida, por eso no hay que aflojar nunca.”

En representación de la fundación, Verónica Escobar, de más de 50 años, sube al escenario para recibir un cheque simbólico por 250 mil pesos. Lo abraza a Sergio como si se aferrara a una última cura. Lo besa, le da las gracias, y vuelve a su asiento. “Ahora sí, vamos a dar comienzo a las preguntas de los periodistas”, anuncia Cabak.

La habitación se llena rápidamente de murmullos. Tantos que la mujer pasa al olvido en instantes. Ubicada atrás en la audiencia, más cerca de los camarógrafos y de los baños que del escenario principal, ella seca con el puño derecho las lágrimas, se apoya en sus dos compañeras y a una le susurra al oído: “Ahora sí estamos a un paso más cerca de ganarle a esta puta enfermedad”.

domingo, 2 de diciembre de 2012

Agapornis: el nuevo sonido de la clase media

En poco tiempo lanzarán su nuevo disco, que tendrá sus propias canciones. 


Nacieron hace dos años como un pasatiempo para matar el tiempo libre entre las giras de Rugby. Su relación con la fama a una edad temprana. El 7 encabezarán el primer festival de cumbia masivo de la Argentina.

Todo empezó como un pasatiempo. En 2010, en medio de una gira deportiva por Sudáfrica, un 
grupo de amigos de La Plata Rugby Club llevó para entretenerse en sus tiempos libres una guitarra criolla, un güiro y un sapito. El repertorio que tenía más éxito estaba compuesto por clásicos versionados en ritmo de cumbia. Al volver, decidieron profesionalizarse. Juntaron a sus conocidos para armar una banda y salir a tocar por la ciudad; le dieron el nombre de Agapornis. Sólo dos años después, este grupo de veinteañeros va a encabezar el primer festival de cumbia masivo de la Argentina en el estadio de GEBA -con capacidad para más de veinte mil personas-,  donde presentarán su primer disco “Volando con ritmo”, respaldados por una de las discográficas más importantes del país.

-¿Qué se siente estar presente en todas las casas de la Argentina? Digamos que los chicos escuchan sus canciones antes de salir, y también las pasan en
la mayoría de los boliches de moda.
Leandro Zingale: -La verdad es que no deja de sorprendernos. Tenemos muchos conocidos que viajan por el mundo, y nos contaron que nuestras canciones suenan en Brasil, Estados Unidos y hasta en España. Al principio eran amigos que llevaban la música pero después nos enteramos que ya eran terceros los que las cantaban. Un flash increíble.

-¿Cuándo se dieron cuenta de que la estaban pegando?
Juan Martín Garriga: -A principios de este año. Antes del verano habíamos grabado el cover de Persiana Americana y Si te vas, y lo subimos al Facebook. Y a partir de eso fue cuando empezamos a recibir mensajes de todos lados que nos decían que las canciones estaban sonando a full. Encima no tocamos en ningún lado en esos tres meses. Cuando pasó esto, organizamos un evento en La Plata y explotó. La gente estaba como loca con los temas.
L.Z: -Ahí nos cayó la ficha y empezamos a grabar nuevas canciones que al poco tiempo también la pegaron. Salimos en Telenoche, en La cocina del show y en Fútbol para Todos, y ahí como que todo empezó a tomar una magnitud más importante. Nos propusieron hacer un anfiteatro gigante en Córdoba para siete mil personas y cuando llegamos nos enteramos que estaba todo lleno y había quedado gente afuera.






Agustín Cairo, gúiro; Juan Martín Garriga, Guitarra y voz; Juan Pérsico, octapad; Belen Condomi Alcorta, voz;  Juan Cruz Costabel, teclados;  Gonzalo Mendes, guitarra; Santiago Etcharte, timbales; Leandro Zingale, bajo.

-¿Cómo era su vida antes de ser ‘famosos’?
J.M.G: -No muy diferente. No es que no estamos dedicados, pero la mayoría sigue con su laburo o estudio. Lo único que notamos es que ahora no entrenamos, ya no jugamos más al rugby. Por una cuestión de tiempo, dedicamos el poco tiempo libre que tenemos a ensayar.

-Cada uno trabaja o estudia por su parte, además de la banda.
J.M.G: -Ninguno decidió dedicarse de lleno a la música porque esto se dio por casualidad y estamos dejando todo ahora, pero nunca tuvimos como objetivo llegar a poder vivir de la música. Hemos llegado a rechazar fechas porque es el cumpleaños de un amigo nuestro. Queremos disfrutarlo, no queremos decir ‘uy, qué fiaca, tenemos que ir a tocar’. Y creemos que la gente se da cuenta de esto. Saben que somos pibes como ellos, que hacemos esto sólo porque nos gusta.  

-¿Y la gente los reconoce por la calle?

Santiago Echarte: -En Capital Federal no nos pasa tanto pero en La Plata sí. Capaz que estamos caminando por la calle, o cuando estamos en grupo, y nos saludan. Por suerte son todos muy respetuosos en cuanto a eso y saben comportarse para no incomodarte. El otro día nos pasó en la fiesta de una revista que hasta los famosos nos pedían fotos. Soffritti, Peter Alfonso o Peter Lanzani son algunos. Hay como una reacción por parte de la gente pero todavía no nos cae la ficha..

-¿Cómo se sienten frente a esta situación del reconocimiento y de empezar a ir a algunos eventos que antes no estaban acostumbrados?
Agustín Cairo: -Está muy bueno. Claro que es una experiencia nueva que no se da normalmente. Ir a un evento en el que están las personas famosas que a todo el mundo le gustaría conocer.

J.M.G: No nos sentimos famosos, somos más bien espectadores. Llegamos a un evento no desde su perspectiva, sino desde la nuestra, de pibes que no tienen nada qeu ver con ese mundo. Si nos ves a nosotros ahí no es que estamos todos serios, sino en la nuestra. Chusmeamos las cosas que pueden pasar ahí o por ejemplo hablamos de chicas... ‘Che, mirala a esa famosa...”

-¿Qué chicas les llamaron la atención?
S.E: -La “niña” Loly, la Sueca, Sabrina Rojas, Araceli González, Alejandra Maglietti estaban en esa fiesta, por ejemplo.

-¿Y qué piensan de su reconocimiento? ¿Va a ser algo efímero o va a durar en el tiempo?J.M: -Nosotros lo disfrutamos. Si durá de acá al verano, durará eso. Como no buscamos vivir de esto, hasta donde llegue va a estar bien. Aunque se dé creo que no vamos a dedicar toda la vida a ser músicos. Quieras o no, hoy en día, esto es un fenómeno. Ahora estamos en la cresta y aprovechamos al máximo todo lo que nos está pasando.

-¿Y por qué razón creen que tuvieron tanta repercusión?
S.E: -Indudablemente lo nuestro es una moda. Creo que venimos a llenar un espacio que había dejado vacante la cumbia villera hace algunos años. Lo nuestro no es algo revelador, algo que no se haya hecho. Lo hacen Los del Fuego hace más de veinte años, pero tal vez, nuestra ventaja, fue haberlo llevado a otro tipo de público, que tal vez no es el que frecuenta las bailantas, pero que sí le gusta nuestras canciones. Por supuesto que tuvimos problemas con los rockeros más ortodoxos al mostrarle nuestro cover de Persiana Americana, de Soda Stereo. Pero en general son buenas las respuestas. Somos conscientes de que esto puede durar hasta mañana, pero nos concentramos en disfrutar el momento, al mismo tiempo que terminamos nuestras carreras universitarias.


-Ahora que se pasan las semanas de provincia en provincia, ¿cambió en algo la convivencia?
J.M.G: -Para nada. Por lo general es muy buena. Nos conocemos de hace más de 10 años y sabemos lo que a uno le molesta y lo que no. Por suerte estamos todos muy en la misma, en divertirnos, y eso nos ayuda a tirar para el mismo lado. No voy a decir que no tenemos peleas, pero son peleas momentáneas nada más.  

-¿Y al estar Belén en el medio?
-Ella es como nuestra hermanita más chica. Claro que con ella nos cuidamos, pero igualmente al estar su novio Gonzalo en la banda, también se siente más contenida (Ver recuadro). A veces le ofrecemos, cuando se puede, que traiga alguna amiga a la gira como para que esté más cómoda, pero por ahora nunca se quejó.

-¿Cómo se preparan para el show de GEBA? Tal vez uno de los más importantes de su corta carrera.

S.E: -Por ahora muy nerviosos. La idea es un festival gigante que empiece temprano, tipo 9,10, con cinco carpas de los mejores boliches de Argentina y muchas bandas que animen la noche. La idea es que sea un festival gigante, no de Agapornis, sino que Agapornis sólo toca en un momento de la noche.

-Tienen un nombre raro, ¿por qué Agapornis? A.C: -Lo elegimos en marzo de 2011, cuando todavía estábamos en verano. Un día en la pileta, me acuerdo que discutíamos qué nombre ponerle a la banda y aparecí con mi pajaro Tuqui colgado del hombro. La cuestión es que el loro era de una raza llamada Agapornis, que vive siempre en pareja. Son de alguna manera inseparables. Y nos gustó mucho ese símbolo que representa. Tal vez signifique que nosotros, como grupo de amigos, también somos inseparables. .


*Publicada con edición en Revista Popstar 63.
Fotos: Gentileza Sony Music.

lunes, 5 de noviembre de 2012

Eruca Sativa: Tiempo de activar el corazón



El trío presentó su tercer disco “Blanco” en el Teatro Vorterix e inició los festejos tras cinco años de trayectoria.

Hay una sensación térmica de treinta grados, y el público no quiere hacer otra cosa más que saltar. Como si fuera la barra brava en la cancha de fútbol, los cantos y respiros de los asistentes al show de Eruca Sativa en el Teatro Vorterix los dominan los “Salpicando Libertad”, la agrupación de los fanáticos más embelesados con la banda. Y, desde arriba del escenario, el trío no hace otra cosa más que caldear esos ánimos mientras toca un clásico, “Desátalo”. Pero el calor, ni el hecho que el aire acondicionado no funcione, van a opacar la fiesta por la presentación de Blanco, su tercer disco, que salió a las calles esta semana.

El grupo inició el camino hace cinco años;  tiempo necesario para lanzar tres discos –o una trilogía como intentan resaltar ellos- que cautivaron tanto a su público como a los siempre agnósticos críticos especializados, que vieron en ellas la oportunidad de una renovación en el, según ellas, “mal llamado under nacional”. Y, más rápido que lo normal,  ganaron un espacio a fuerza de trabajo y sudor, que desembocó este año en la oportunidad de hacer dos Vorterix, telonear para Slash y firmar para Sony, entre otros pequeños placeres. 

El trío abrió el telón pasadas las 21, con su caballito de batalla “Fuera o más allá”, el primer sencillo de su nueva producción discográfica. Un riff punzante con una rítmica imparable, sumado a la voz estridente de Lula Bertoldi, no aparentan ser ninguna novedad; sin embargo, en los pequeños detalles está la diferencia. Bertoldi supo reinventarse para manejar de una manear más eficaz sus dos herramientas, la guitarra y la voz. Incluso, la bajista Brenda Martin, parece haber economizado aún más sus líneas de bajo en pos de la canción. Mientras tanto, la base donde se apoya la música, el baterista Gabriel Pedernera mantiene la dosis de ritmo, fuerza y encanto necesaria de acuerdo a lo que requiera el momento.

Sólo uno de los dos invitados del disco pudo estar en el show. El guitarrista cordobés Titi Rivarola hizo presencia de su virtuosidad para Amor ausente, un viejo cover de Tórax -la banda que anteriormente integraban Martin y Pedernera- y en los fills y solo de Desátalo. Una lástima que Fito Paez, no haya podido estar y hayan tenido que reemplazar sus voces y teclados por grabaciones en Guitarras de Cartón, tal vez uno de los puntos más altos del show y el disco, en el que el trío se permite jugar con nuevos matices y melodías que ciertamente les sienta muy bien. 

Tras una hora y media, el grupo concluyó con Magoo, de su segunda placa ES y último video de difusión, que podría resumir a las claras lo que es Eruca Sativa: potencia en virtud de la canción. “Y cuando te des vuelta, yo voy a seguir estando acá”, dice Bertoldi, antes de que Martin azote el bajo y Pederna diluya la canción hacia el fade out 

*Publicada en El Bondi
*Fotos por Anabella Reggiani (www.anabellareggiani.com.ar)

lunes, 29 de octubre de 2012

Gay Talese: las buenas historias nunca mueren



Talese en "El Búnker", su oficina de Nueva York. 
La vieja escuela de periodismo no habla de artículos, sino de historias. Para ésta, las notas de un diario no retratan una situación efímera, circunstancial. Cada una está destinada a quedar para la posteridad como una pieza de arte, no como una simple respuesta a las preguntas generadas a diario. El asesinato de Kennedy, la Masacre de Ezeiza o la Tragedia de Cromagnon, son hechos que podrían pasar cualquier día y en cualquier momento.  Y pueden ser contados de mil maneras diferentes.

Pero existe un problema: el mercado ha cambiado radicalmente. A diferencia de hace 50 años, los consumidores de noticias, como el hombre que viaja en el transporte público o que escucha la radio por la mañana, sólo busca informarse. ¿Cómo? Con las respuestas a las seis preguntas esenciales: qué, quién, cómo, cuándo, dónde, y por qué. 

A contraposición de esta idea, existe un grupo de personas que se muestran a sí mismos como artesanos. Uno de ellos es Gay Talese. Este estadounidense de 83 años es uno de los fundadores del Nuevo Periodismo, aquel estilo que propuso salir de los estándares que lideraban los principales tabloides de noticias a finales de los 50. Durante una entrevista de 2010 le preguntaron qué habilidades debe desarrollar un periodista en el siglo XXI. Él respondió:

"Ante todo, deben desarrollar un gran sentido de la historia. Ser capaces de dramatizar. Hacer que el lector vea y sienta. Todo lo que es importante y relevante (por ejemplo, la salud pública, o la guerra) debe ser contado en forma de historia. Hoy muchos periodistas están imbuidos en sus computadoras , se están aislando con la tecnología. No deberían estar todo el día sentados frente a una pantalla, sino afuera, descubriendo cosas de primera mano. Deben tener un sentido innato de la curiosidad y ser gente automotivada. Deben ser exploradores, buscadores solitarios de grandes historias que contar. Historias que valgan oro; deben ser mineros e ir a lugares y cavar en ese material, y después pulirlo para hacer una joya, arte. El arte de la realidad. Es la manera de seguir en el negocio: crear algo hermoso. La gente quiere calidad. Aunque sean pobres, si pueden optar por algo muy bien hecho y valioso, lo elegirán. Nadie quiere los hechos contados rápido sino la verdad. Y los diarios les pueden dar la verdad y de una manera atractiva e interesante, contando una historia. Creo que el mercado apoyará eso, porque las buenas historias nunca mueren."


sábado, 27 de octubre de 2012

The Strokes: el bueno, el malo y el feo


Todo empezó, como muchas situaciones e ideas, después de una charla con mi amigo Julián Colla, guitarrista de Trepadores a Pedal. Él siempre me dijo que una de las crónicas que más le habían gustado de las que escribí fue la de The Strokes en GEBA, cuando tocaron en el Personal Fest 2011, que publiqué en la revista El Bondi. A lo que respondí, con el autoestima suficientemente abajo: "No lo creo ni loco". Pero la leí de vuelta y me gustó, cosa que no me pasa muy seguido cuando repaso en retrospectiva los laburos anteriores.

La nota en cuestión:

De todas las épocas y para todos los colores. La segunda fecha del Personal Fest 2011 contó con invitados internacionales de todo el espectro del Atlántico Norte, donde lo viejo y lo nuevo convivieron en los cuatro escenarios que el gran predio de GEBA les tenía preparado. 

Albert Hammond Jr., guitarrista de The Strokes, uno de los protagonistas de la noche.
El guitarrista Albert Hammond Jr. está repasando frenéticamente todo  el mástil de su guitarra de a octavas, mientras que, del otro extremo del escenario, Nikolai Fraiture empieza a golpear su bajo en seis notas que sirven de puente para el frenético estribillo: la segunda guitarra de Nick Valensi incrementa la sensación de demencia para que Julian Casablancas desencadene con su áspera voz una conversación entre los dos costados de su mente, la racional y la instintiva, animal. Suena Reptilia y los ejecutantes forman The Strokes, cinco neoyorquinos que sólo necesitaron aferrarse a un único instrumento durante hora y media para irradiar su energía  punk, rockera y juvenil ante las cuarenta mil personas que asistieron a la segunda fecha del Personal Fest 2011 en el estadio de G.E.B.A

“Pilotos, pilotos”, dicen los oportunistas vendedores aledaños al recinto; es viernes y llueve como si fuera  la última vez que lo fuera a hacer. Los jóvenes corren y se apuran por entrar mientras suenan de fondo los ingleses White Lies, que están presentando su segundo disco en el escenario principal. Sin embargo, la mayoría de los asistentes están disfrutando stands ubicados en la pasarela de ingreso: kioskos, puestos de comida, juegos de la multinacional celular, e, incluso, un apático centro para reclutar empleados –el menos concurrido de la noche-. 

Diferente ingeniería, la misma arrogancia. Antes de subir al escenario, Liam Gallagher debe haber recordado su última visita al país en 2009, cuando todavía integraba una de las piezas fundacionales del britpop, Oasis, y se presentó ante un multitudinario público en el Monumental de Nuñez.  Minutos después de que Goldfrapp completara su setlist, comienza a sonar un clásico de The Stone Roses, I’m The Resurrection, tal vez una chiquilinada a modo de provocación o una demostración de que sin su hermano mayor, el guitarrista Noel Gallagher–quien dejo la banda en 2009 debido al interminable conflicto familiar-, él todavía puede hacer música. Hoy, líder de Beady Eye, y ya sin su hermano Noel, el mayor de los Gallagher parece haber olvidado la formula que los llevó a liderar las listas mundiales con (What’s The Story) Morning Glory o Definitely Maybe. Liam enbandera una causa musical que no le pertenece: un rock crudo y baladas sin melodías que no encaja de ninguna manera a su estilo ni sus veinte años de trayectoria. 

Dejando de lado las leyes de copyright que pudieron intervenir para que esta noche no sonaran clásicos de Oasis, Liam parece creer firmemente en su proyecto: está decidido a no tocar canciones de Oasis –ni siquiera sus composiciones melosas biacordales como Songbird-  sino a llenar cada espacio de su lista con las de su propia autoría e, incluso, un cover de los ingleses World of Twist, Sons of the Stage. Empujado por las gráficas reflejadas en las pantallas del escenario –que oscilaban entre apariciones de comics de los setenta y una gráfica peronista berreta- , el show tuvo algunas excepciones como el single The Roller, que recuerda a la simpática Some Might Say –Morning Glory (94)- o a las baladas gancheras de su hermano en The Beat Goes On –“En alguna parte de mi corazón la música sigue sonando”, canta entre acordes alegres con la frente llena de orgullo-. En un acto de demagogia –cosa que nunca necesitó y tampoco hizo-, Liam terminó con una bandera de Argentina entre sus hombros y agradeciéndole por los jugadores que le cede al Manchester City –el equipo de la Premier League del cual los dos hermanos son reconocidos fanáticos-.

Para el momento en que sonó el último acorde, la multitud del campo Vip ya se estaba trasladando del escenario Motorola hacia el Personal, el principal. “Dale, putos, muévanse”, gritaron tres adolescentes del campo general, a lo que una chica se sintió aludida y contestó entre risas irónicas: “Pobre, quedate ahí que los vas a ver cerquita”. Con el ánimo caldeado, el trío recordó que están detrás de la valla de trescientos pesos que los separa de la élite de esa noche, los del cómodo campo vip. 

Veinte minutos después de las 23, y con la lluvia ya erradicada de los cielos,  The Strokes sale a escena a presentar Angles, su cuarta placa discográfica y leitmotiv principal en su segunda visita al país. La energía post punk del riff de New York City Cops inaugura el último número de la noche, con un Julian Casablancas que se mantiene enérgico, sútil demagógicamente y errático por momentos.  

En estos seis años que separan la primera visita de la banda al país –el festival BUE en 2005-, la banda editó dos discos –First Impressions of the Earth y el inefable Angles-, se separó e, incluso, los rumores indican que no se encuentra en uno de sus mejores momentos. No obstante, esto no se ve reflejado en el escenario; la dupla Hammond-Valensi funciona al cien por ciento en la creación y coordinación de riffs y texturas de las canciones nuevas como Machu Picchu, You’ re so Right, Gratisfaction o clásicos como Heart in a Cage, Juicebox o 12:51.

Las escasas interacciones de Casablancas con el público son para agradecer la noche que les ha tocado, retribuir con un Thank you las reiteradas confesiones de I Love You de las femeninas o agradecer el aguante de los argentinos. El cantante quedó visiblemente emocionado cuando la gente coreó el solo de Last Nite y aseguró que “esta es una noche que nunca olvidaremos, no es fácil encontrar gente que cante hasta los solos”. Los locales redoblaron la apuesta: “Olé, olé, ole, The Strokes, The Strokes”. Argentina 2, Casablancas 0.
Luego de los bises, Julian sentencia el final pidiendo que lo “tomen o lo dejen” –‘Take it or leave it’- y el público se va con sabor a poco, esperando por más. Los fuegos artificiales alumbran la noche porteña mientras la gente va desalojando el predio poco a poco, y Matias Aguayo, el DJ encargado del cierre final, debió pasar música para él y las pocas almas que todavía andaban dando vueltas por ahí.

Con un gran nivel de convocatoria, la segunda fecha del Personal Fest 2011 está en el podio de los festivales del año por su coherencia a la hora de elegir las bandas que integraron la grilla. En hora buena, Argentina está aprendiendo.  Ahora, a por el campo vip.

*Publicada en Revista El Bondi, el 5 de noviembre de 2011.


lunes, 8 de octubre de 2012

Científicos del Palo: la histeria argentina

Mientras que la mayoría de las bandas toman la precaución de no opinar sobre política, ellos deciden involucrarse a fondo. La génesis de un grupo que planea hacer historia con un disco que repasa los 202 años de aventuras y desventuras de la Argentina.

Por Francisco Andrés Anselmi

Son treintañeros pero insisten en volver a ser adolescentes. Mientras preparan la cena, Carlos “Popete” Andere y Sebastián Quintanilla –bajista y baterista, respectivamente- se toman un descanso y recrean una coreografía salida directamente de Los tres chiflados. “¿Pero cómo que no te sale, boludo?”, reclama Andere, muy habilidoso con las manos, para después enseñar pacientemente a un Quintanilla con dificultades pero que, finalmente, comprende la clase.
Del otro lado de la puerta, en el living, José Pablo “Pepo” San Martín –voz y guitarra- está sentado en un sillón frente a la televisión. Descansa después de un viernes atípico en el que viajó desde Mar del Plata hasta la casa del nuevo baterista en Barracas, y en el que, además, ensayó toda la tarde. Todavía le esperan dos shows este fin de semana y algunas reuniones cruciales para definir los últimos detalles del cuarto disco de su banda, Científicos del Palo. Éste será el primero en contar las idas y vueltas de un país que supo ser potencia mundial, se emergió en las tinieblas y que, hoy en día, se encuentra aún herido pero en plena recuperación. El nombre que eligieron para graficar los 202 años de aventuras y desventuras de nuestro país: “La histeria argentina”.

                                                                     ***

Hijo de militantes peronistas, Pepo San Martín tuvo una infancia empapada por la política. En 1977, tres meses después de su nacimiento, su familia se exilió en España por temor a la dictadura liderada por Jorge Rafael Videla. Un año antes, fuerzas conjuntas del Ejército Argentino y la Policía provincial de Santa Fe, rodearon la casa de su tío José Pablo Ventura -fundador de la Juventud Universitaria Peronista y miembro activo de la organización guerrillera Montoneros- y lo acribillaron junto a dos compañeras.
En el viejo continente también conoció la indigencia. Los argentinos se la rebuscaban como podían: su mamá limpiaba casas y su papá vendía muñecos de papel maché. Con el nacimiento de su hermano, José Francisco, y para los tiempos en que Ricardo Alfonsín encabezó el regreso a la democracia, la familia San Martín, junto a otros miles de exiliados, volvieron a la costa argentina para retomar una vida sin peligros.
Durante su adolescencia estuvo siempre a contramano del mundo. Para finales de los 80, mientras muchos estudiantes escuchaban Roxette, en su casa había un equipo que reproducía a un volumen exorbitante discos de Led Zeppelin, Yes y Black Sabbath.  Para cuando tenía 15 años ya tocaba descaradamente bien la guitarra. Y en su entorno se lo hacían notar. “Sufrí mucho de egomaníaco”, dice a los 35, sentado en una mesa junto a sus compañeros de grupo. Soñaba con tener una banda, que la gente cantara sus canciones y lo admirase por su estilo parecido al de Jimi Hendrix. Hasta que alguien pateó su cielo. 

Conoció a Divididos a fines del 94, en pleno auge de la Aplanadora del Rock. “Era un enfermo mental. Desde los 15 hasta los 25 no escuchaba otra cosa, salvo ellos y los Red Hot Chili Peppers”, cuenta.  Después de un show que el grupo dio en una disco local, fue a buscarlos al hotel donde se hospedaban. Allí conoció a Ricardo Mollo.

“Le saqué el ukelele y me puse a tocar una canción de Yes. Él me dijo: sos muy chico para tocar eso, y se fue cagándose de la risa”.

En el 98’, Pepo fundó su banda, los Científicos del Palo. Catorce años después, admite que ese nombre se lo robó a los Divididos. “No me acuerdo bien dónde vi escrita esa frase, creo que en las camionetas que se trasladaban, pero estoy seguro que era una parte de una letra inédita de Salir a asustar, de LA ERA DE LA BOLUDEZ, que nunca usaron”. 

En el 2000, ya con 23 años, Pepo tenía otras ocupaciones y no fue a verlos cuando tocaron en Mar del Plata. Arrepentido, al día siguiente, salió a caminar rumbo al centro con intenciones de encontrarlo. Y lo encontró. Desde una cafetería Mollo y Arnedo le golpearon la ventana. Café va y café viene, Pepo les entregó un demo de la banda. Mollo, sorprendido con el sonido y el nombre del grupo, lo invitó a tocar como guitarrista invitado a la gira presentación del disco VIVO ACÁ

Recién en 2004 la banda se profesionalizó y lanzó su primer disco, a modo de una cortés carta de presentación: ANTE TODO, BUENAS TARDES. Tres años después llegó INDIGENCIA Y DISTANCIA, con el cual empezaron a vislumbrar el verdadero rumbo, tanto musical como lirico. Y entonces para 2010, editaron GORILOPHRENIA. Con una clara línea ideológica, en esta placa amalgaman distintos estilos de rock foráneo con música tradicional como el folclore, en formato de trío, y con letras en las que no dan lugar para la poesía. Con un lenguaje más directo intentan evidenciar quiénes son, desde su aguda óptica de la realidad, los verdaderos enemigos del pueblo: la oligarquía, los militares, la iglesia y la sociedad consumista, entre otros. 

Al hablar de su próxima jugada es cuando a Pepo San Martín se le iluminan los ojos, deja los chistes irónicos y se muestra orgulloso.

                                                                ***

Carlos Andere es hipoacúsico y toca el bajo desde los 15 años. A esa edad, su tiempo se dividía entre las materias aburridas del último año que cursaría en un colegio de curas y el tiempo que pasaba en el aula de música con un bajo Faim blanco en pésimo estado. Se ríe al recordar que, debido a su deficiencia auditiva, cuando escuchaba con auriculares pensaba que Serú Girán era sólo una flauta y una guitarra. “Claro, una vez fui a la casa de un amigo y puse el casette en un equipo de música y me pegué un julepe increíble: no tenía ni idea que tenían baterías, bajos”, dice Carlos.
Entró al grupo en 2004, pocos meses después de que editaran el primer disco. Pero ésas también fueron épocas de decisiones. Carlos tocaba con Locales, una banda marplatense aún en vigencia y con el tiempo se encariñó con las canciones que componía San Martín, así que dejó el grupo para dedicarse de lleno a Científicos del Palo.
—¿Cuál crees que es tu aporte al grupo?
—En el momento que me subo a tocar me olvido de cualquier problema. Los miro a ellos, y digo “se acabó la joda. Me muero acá”. Cada show es el último: tengo que romperla en todos.

***
El 27 de octubre de 2010, Pepo San Martín lloró como un chico. Lloró algo así como cuatro días, más que en el funeral de sus abuelos. Al principio no podía creer que la televisión estuviera transmitiendo esa noticia. El hombre que lo salvó de la indigencia en 2003 había muerto. Néstor Kirchner había partido esa madrugada, producto de un paro cardiorespiratorio, que lo venía advirtiendo hacía algunos meses atrás. Pero también le trajo esperanza. 

“El día del Ballotage (18 de mayo de 2003) no sabía si iba a comer”, cuenta. La noche anterior a la votación, Pepo se presentaba en un bar con una banda que hacía covers, pero todo dependía de que Menem se presentara o no. Finalmente, el ex presidente se bajó el 14 de mayo, Pepo pudo presentarse y comer ese fin de semana, y la semana siguiente asumió Néstor Kirchner, aquel estadista del sur, desconocido hasta ese momento por la mayoría de los argentinos. 

-Antes del 2003 el país estaba en ruinas- sentencia. Estaba todo muy áspero, para mi familia, mis amigos y para mí. Estaba rodeado de hambre. Y a partir de la elección, las cosas se empezaron a acomodar bastante rápido. Con una serie de gestos y símbolos, el pueblo empezó a comprender que se podían cambiar las cosas mediante la política. No corría más el ‘que se vayan todos’. 
-¿A tus 20 años, estabas tan despierto como los adolescentes de ahora?
-De ninguna manera: era un subnormal. Tenía una actitud más de rocker, de estar en contra de todo, del sistema. Pensaba mucho eso de ‘los políticos son todos una mierda’. Una postura que hoy me avergüenza. Creo que los pibes de hoy están mucho más conscientes e interesados por la política y la militancia, cosa que hace veinte años era imposible. Todo esto lo produjo el chabón (Néstor), y creo que con su muerte se amplificó y masificó. El día de su funeral me di cuenta que las cosas no estaban tan complicadas. Me emocioné porque, al ver la gente pasar por el funeral en la Casa Rosada, me di cuenta de que existían muchas más personas que pensaban como yo.

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Sebastián Quintanilla fue el último en cerrar la puerta. Entró en marzo, y trajo consigo el aire de renovación que necesitaban para salir adelante. “Como vengo de otro estilo, capaz que les doy otros matices que antes no se les ocurría o no tenían en cuenta”, dice el baterista, discípulo de Roberto Cesari, conocido por su trabajo tras los parches con María Elena Walsh, entre otros.
Para entrar a la banda, Sebastián también tuvo que tomar una decisión importante. Hasta este año integraba las filas de Ultraliviano, pero cuando se lo propusieron, no dudó por mucho tiempo. “Le mandé un mensaje a mi novía, que es fanática, y me contestó: ¡Me hacés muy feliz!”, dice y ríe. 
Ahora, se reparte las horas entre sus alumnos, el trabajo como integrante de la banda del modisto Roberto Piazza-tiene un show llamado Sexo, los viernes en el Teatro Moliere- y los Científicos del Palo. “Nunca me sentí tan cómodo. Somos tres personas que damos todo por este proyecto. Ya no tenemos otros laburos para bancarnos el placer: ahora, nuestra vida pasa por la música”. 

***

Por fin, los tres juntos, sentados en una mesa, y despojados de toda diversión, hablan acerca del plan que los tiene desvelados por estos días. 
—¿Qué pretenden con LA HISTERIA ARGENTINA?
Pepo: —El disco está orientado para que un imbécil como yo pueda tener un panorama de nuestra historia y pueda relacionar cuándo y por qué sucedieron las cosas que hicieron los actores de nuestros 202 años de historia.
—En marzo grabaron cuatro canciones, ¿cuántas van a componer el disco final?
Popete: —Por ahora son unas 16, que van desde la independencia hasta el gobierno de Néstor y Cristina Kirchner. 
—También están buscando un historiador que revise y avale los textos...
Pepo: —Sí, en estos días estuvimos molestando a Felipe Pigna, pero está muy ocupado con la presentación de su último libro. Queremos que un historiador, sea famoso o no, pueda constatar de que lo que estamos contando es real, y que no soy un tipo cualquiera que habla desde el desconocimiento. Que corrobore que esto tiene una pizca mínima de rigor histórico. Por lo musical, nos ocupamos nosotros. 

***

Un día después, en el oeste, a las tres de la mañana en un bar de Ramos Mejía, Científicos del Palo está tocando frente a su público en lo que es el último show del fin de semana. “¡Hijos de puta! ¡Hijos de puta!”: un canto suficiente para que 400 kilómetros no los siente tan lejos de casa. El grupo empieza a escupir sus diatribas: “(... )La gente ya no quiere piquetes ni ver pobres, quieren llegar a horario, a que los exploten. ¿Cuánto puede robarte un pibe empastillado? Más le han robado los gorilas al Estado. Violencia es mentir, violencia es no repartir. ¿Dónde nace el peligro? ¿Fuerte Apache o San Isidro?”.  Cuando termina la canción, los asistentes siguen insultando y la banda sonríe con un gesto de complicidad. Pepo San Martín mira, como siempre, hacia adelante, toma un sorbo de su cerveza, esboza una sonrisa y sabe que está viviendo su sueño, el de los 15 años: toca como Hendrix y el público canta sus canciones.

*Publicada en Revista Mavirock N°23
Foto: Ariel Bacca

martes, 2 de octubre de 2012

Las Pelotas: cerca de las nubes



“Cerca de las nubes” significa para la carrera de Las Pelotas lo mismo que a Divididos el multipremiado “Narigón del siglo” (2000). Es un punto de inflexión sin aparente retorno, con el que culminan el proceso de transformación que comenzaron hace cinco años, con la salida de “Basta” (2007). Tanto musical como líricamente, el grupo se despegó de todo lo hecho en su discografía para contar historias de otro tipo, con una visión alejada de su usual pesimismo y nuevos trucos en lo instrumental. Desde el comienzo, “Cuántas cosas” marca el cambio. El cantante y principal compositor Germán Daffunchio dejó su enojo anárquico con el mundo para reflexionar acerca del pasado y presente: “Cómo me gustaría frenar el tiempo en el preciso instante en que sos feliz. ¿Cuántas veces soñas?”, entona. Inmediatamente, “Siempre estará” deja entrever la renovación: guitarras al estilo hipnótico de The Edge, de U2, sintetizadores New Wave y furia post punk. Tal vez este paso se deba a las pérdidas que tuvo la banda en el último tiempo, la Alejandro Sokol y Tavo Kupinski. Pero la innovación no fue casualidad. “"Queríamos un disco rupturista, que no se pareciera en nada a lo anterior, siempre nos proponemos eso, pero en este la premisa fue muy clara”, dijo la bajista Gabriela Martínez el día de la presentación. 
Casualidad o no, el grupo se embarcó en este cambio de rumbo dos décadas después de “Corderos en la noche” (1992), su placa debut. Tras veinte años de existencia, el barco de Las Pelotas está lejos de hundirse. 

lunes, 24 de septiembre de 2012

La Chancha: "Si todos los poderosos vivieran con lo básico, como Mújica, el mundo cambiaría"


Desde Uruguay, la histórica banda La Chancha llega a Buenos Aires para presentar su formato playero por primera vez en el país.

“Que 20 años no es nada”, entona Carlos Gardel en el tango Volver. Entonces, ¿qué significará más de 25 para los uruguayos de La Chancha? “Hasta ahora no nos aburre ni nos complica la existencia”, lanza Juan Bervejillo, guitarrista y voz, desde su teclado al otro lado del río, en Montevideo. La banda se presenta el viernes 28 en Cátulo Rock –Av. Scalabrini Ortiz 1685- en su formatoLa Chancha Playera, junto a los locales Tierra de Fuego y SensaFilo. “Este show dará más un clima de ceremonia acústica donde todo está para distenderse, como en un cumpleaños”, cuenta Bervejillo.
-La eterna discusión: El rock uruguayo está en pleno ascenso, ¿a qué factores le atribuyen esto?
-El rock uruguayo no está en su mejor momento, pero sí se puede decir con propiedad que muchos músicos y bandas uruguayos, dentro del estilo popular, tienen un auge interesante en el resto de América. A nosotros no se nos escapa que pateás una baldosa y sale un tipo tocando la viola. Hay de todo y muy bueno: sólo es cuestión de gustos.
-Hace ya bastantes años que pasan por Argentina, ¿qué es lo que les gusta de este país?
-Para nosotros es una aventura, una oportunidad de cambiar de ambiente y mostrarnos en un medio mucho mayor que el nuestro. El país es enorme y sólo conocemos Buenos Aires. Como ciudad es hermosa aunque la inmensa cantidad de gente y la aceleración que tiene nos estresa un poco. También da por la curiosidad, es muy interesante como cambian los pueblos dependiendo de la región.
-¿Y en cuanto a un nivel gubernamental? ¿Están al tanto de las medidas del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner? ¿Coinciden o disienten?
-No conozco mucho por lo que no estoy en condiciones de opinar. Por acá se la critica por ciertas medidas proteccionistas que afectaron mucho el tema del comercio y dejaron mucha gente de a pie. Creo que es una persona con huevos, valga la paradoja, que no hace la plancha y les hace frente los grupos de poder como el agro o los medios. ¿Populismo o justicia? Yo que sé. La política es tan compleja, hay favores y revanchas, presiones e intereses.

-En el último tiempo se estuvo hablando acerca de la precaria, y humilde, situación del presidente uruguayo José Mujíca. ¿Creen en eso?
-Mujica no es un personaje: siempre fue así y convertirse en presidente no le cambió los hábitos; apenas tuvo la delicadeza de comprarse un traje porque no tenía. Es una especie de prócer, un caudillo y un tipo con una profundidad casi filosófica, más que política, y eso que somos escépticos políticos. Un tipo atropellado e impulsivo pero con una calidad humana que es inédita en la raza a la que pertenece. Si todos los poderosos del mundo copiaran el ejemplo suyo de vivir con lo básico y donar lo superfluo, el mundo cambiaría.
-¿Cómo ven a Uruguay en relación a la comunión Latinoamericana?
-Hace 40 años nuestros "gobiernos" coordinaban para la represión y hoy para la integración. Uruguay tiene, como todos, cosas a ganar y cosas a perder. Hay una confianza en la buena fé de los vecinos, de que de una vez por todas tenemos que hacernos fuertes, hay material y voluntad. La burrocracia y la diplomacia son los obstáculos.
-Formaron la banda un año después del último gobierno cívico militar de Uruguay. Pero hoy, existe una paz relativa en todo latinoamérica. ¿De qué intentan hablar ahora, entonces?
-Hay muchas cosas en la vida además de la política. Vivimos amenazados por poderes corruptos y malévolos, entre ellos las multinacionales financieras, las corporaciones de los medicamentos, de las patentes, del petròleo, de los medios de comunicación, de los
alimentos, de las armas, de las drogas. La gente común vive bombardeada por estupidez y consumo, se fomenta la masificación como forma de conservar al dominio, no es poco como tema de conversación. Aparte están nuestras ganas de divertirnos y nuestros sentimientos, que no son poca cosa.

*Publicada en Revista El Bondi

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Buenos Aires Funk y Soul Festival: El ritmo de la noche



Una noche para redescubrir un género minoritario en Argentina. Liberen la mente y su culo los seguirá.

La tribu del funk es rara. No son distinguibles como la del metal ni homogénea como si se tratara de un show de una banda emo. Formada por un público que parte de los 
20 y termina arriba de los 50, el viernes se congregó de manera masiva en Niceto Club, para lo que fue el primer Buenos Aires Funk y Soul Festival 2012, en el que se presentaron grupos que hicieron culto a las raíces del género, como también al funk espacial o psicodélico de la década del '70 y al último funk rock engendrado en los ochenta. También hubo espacio para sacrilégicos que no hicieron más que deshonrar las bases y que harían que James Brown reviviera para darles clases, no de música, sino de sus habilidades pugilísticas.

Pelucas afroamericanas, jeans Oxford y camisas llamativas; muchos colores por todos lados. Gracias a un corte de luz en la zona, la música empezó una hora y media después de lo pactado. Los primeros, los Suprafónicos.Una big band que, a fuerza de clásicos y canciones propias, demostró una vez más la superioridad de la raza negra y el anacronismo de las bases del género. Guitarras limpias, una batería sencilla y una voz que remite a Ray Charles y, en los momentos más explosivos, a la voz de los Red Hot Chili Peppers, Anthony Kiedis, como en el final, de la mano de “Higher ground”, versión original.

Con seis años pateando calles, los Afromama se cargaron de buenas intenciones pero quedaron en el camino. Una boyband que haría acordar a los Backstreet Boys o los primeros N Sync, pero en un formato aún más pop, y con un sonido más disco. El grupo surgió del ciclo homónimo que organiza el bar Makena los domingos por la noche, y que siempre se valió de congregar a las bandas con mejor estilo del género.

Pero en el Niceto lado B salieron grandes ritmos que merecieron un mejor espacio y convocatoria. Entre ellos, Un perro y la vieja escuela del funk, Troimaclur y la FederaciónAfrancesada del Fonk. Ellos revisitaron cinco décadas del género con matices entre el rock y el disco, pero siempre cerca del sonido caliente pero al mismo tiempo fresco, y libre de prejuicios para cualquier paso de baile.

Tony 70 es una banda que se vale de todos los clichés. Martín Elías hace gala de un uso abusivo del talkbox (el sonido que hace mientras toca la guitarra y canta a través de un segundo micrófono) en muchas de sus canciones que puede saturar a cualquier ser humano a treinta metros a la redonda. Por otro lado, su capacidad como frontman: sideral e indiscutible. Con 14 años en la ruta, su banda se convirtió en el pilar y líder mainstream del género. Pureza en cuanto al funk original: discutible. Todo se trata de gustos.

Cuando suena "Respect", aquel himno de Aretha Franklin que inmortalizó en la primera parte de la road movie The Blues Brothers, todos saben que algo grosso está por suceder. Pasada la una y media, se abre el telón y aparece Willy Crook.Se apaga la grabación y el grupo retoma el ritmo para amplificar el sonido.

El hombre de Villa Gessel hizo data de más de 35 años de trayectoria en los que repasó sus tiempos al frente de Los Funky Torinos, los discos solistas y su nueva étapa junto a The Royal We, entre los que cuenta con músicos jóvenes y con una perla tras los teclados, Carlos “Patán” Vidal. Si hay algo que conoce Willy Crook es manejar el ritmo, el sonido y, por sobre todas las cosas, la elegancia.


Foto: www.anabellareggiani.com.ar
*Publicada en Revista El Bondi



martes, 18 de septiembre de 2012

Hugh Laurie: Lejos de House

El músico inglés se valió de su alto nivel de interpretación y brindó dos shows a sala completa para cerrar el Personal Pop Festival 2012.
Hay un hombre que acapara la atención del público que, extrañamente, no es el que todos fueron a ver. Su nombre es Salvador Delgado. Tal como lo prejuicia su nombre, él es un mexicano de barba candado y baja estatura: definitivamente, no es el actor devenido en músico que la audiencia esperaba ver desde el primer instante. Delgado es el encargado del doblaje para América Latina de su personaje más famoso, Gregory House, durante las ocho temporadas. Pero, para tranquilidad de todos, hay alguien más: un hombre risueño, alto, canoso y de gestos ingleses que, posado en el centro del escenario, se presenta ante el público argentino.

“Mírenme a mí pero escúchenlos a ellos”, introduce enfáticamenteHugh Laurie a la Copper Bottom Band, el grupo que soportó su sueño tardío de ser músico y con el que grabó Let them talk, aquel disco que la crítica “especializada” elevó durante 2011 como una de las placas del año. Prueba el primer whisky de la noche y, envalentado con alcohol fresco entre las venas, esboza unos primeros pasos junto al micrófono. “¡Tomá vino argentino, House!”, grita un muchacho defensor de los viñedos más finos de Mendoza. A Laurie no le importa demasiado y, tal vez su decisión más elogiosa durante el show, se sienta tras el piano para hacer lo que mejor sabe: interpretar.

Los primeros minutos en el escenario dejan entrever la pauta de la noche. Hugh Laurie es un actor cómico, dramático de altos niveles de tesitura, un incipiente novelista –“The gun seller” y “The paper soldier”- pero no así en lo musical. Él es un gran intérprete, y para eso se dota de toda una vida tras las teclas blancas y negras.

El show que Laurie transportó a Argentina se vale de 21 canciones, entre las que se mezclan todas las versiones de su disco junto a algunas más como “Unchain my heart”, de Joe Cocker, “Wild honey” y "Green green rocky road”. También, como si fuera un profesor de historia –y con el paso de los minutos con más whisky en sangre-, cuenta la historia de cada una de las canciones que va a interpretar. También ayuda a privilegiar la intimidad la ambientación de lámparas y mesas de una época más jazzística (tal vez de la década del 30, 40 y hasta 50). Vendría a ser algo así como un show íntimo pensado para un local reducido para cien personas, pero ejecutado en un microestadio para unas cuantas más.

Durante las ocho temporadas de la serie, se pudo ver a un Laurie encadenado a la medicina que –vaya a saber uno si por sugerencia propia- tomaba una (guitarra) cola de tiburón y rasgaba algunos acordes frente a la atenta mirada de su fiel compañero Wilson. O también aprovechaba a sentarse al piano, no sin un whisky y un frasco de Vicodin, para demostrar que también sabía cantar.

Para el final del segundo bis, y cuando todos creían que realmente había terminado, Laurie volvió con su banda. “Para demostrar que tienen una cultura fascinante, vamos a interpretar un tango”, dijo. Y se arriesgó –con el aditamento de que se calzó una camiseta argentina con la insignia de su apellido y el número 10 de la falsa modestia- a hacer esa música que popularizó Gardel y sofisticó Piazzolla. ¿El resultado? Algo más parecido a una polka, que terminó en algo devenido en blues. Sin embargo, lo que importa es el intento, ¿no?

Las relaciones internacionales entre Inglaterra y Argentina no están en su mejor momento –tal vez las banderas estadounidense, inglesa y argentina hayan intentado simbolizar algo- pero eso no aplacó en lo absoluto el show de Hugh Laurie. Lejos de su madre patria, recorrió los sitios turísticos más emblemáticos de nuestro país, dio tres shows repletos ante un público entusiasta de la música negra y, para colmo, se nutrió de nuestra propia música. Mientras artistas como Laurie continúen interpretando, no importan las guerras ni los conflictos, el mundo va a ser un lugar mejor.

*Publicada en Revista El Bondi, el 9 de junio de 2012

lunes, 20 de agosto de 2012

Baltasar Comotto: De regreso a las raíces


Comotto bebe un sorbo de su cerveza y hunde la cabeza entre sus piernas mientras observa detenidamente la nada. El está en silencio, pero parece estar elaborando mentalmente la próxima respuesta. “Lo único que les pido es que para la foto no salga la lata”, lo interrumpe María, la encargada de prensa. Ella y un amigo, firmes en la decisión no abandonar la habitación, están a un costado escuchando atentamente la charla. “Es por el sponsor”, aclara, y sólo se ve complacida cuando la lata se posa en el suelo. El fotógrafo hace una broma para distender el clima y comienza con su tarea. Baltasar Comotto, uno de los dos pilares guitarrísticos que el Indio Solari adoptó en 2004 para su nueva banda “Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado”, da inicio a una sesión de remembranzas de su adolescencia porteña, sus carrera como músico profesional y una última parada sobre el presente: Blindado, su segundo disco solista.

Faltan veinte minutos para las nueve, la hora estipulada para la presentación oficial del disco en La Trastienda Club, donde más de trescientas personas esperan sentadas la salida de la banda. Nosotros estamos en las catacumbas aguardando a los músicos. Podría sonar tétrico, y hasta sacado de Los Cuentos de la Cripta, pero no; todo lo contrario. Al entrar, un pasillo comunica con las bambalinas tras escenario y una escalera iluminada lo hace hacia los camarines de los músicos.  Se escucha una conversación en voz alta en la habitación al final del pasillo, como si alguien estuviera contando una grandilocuente anécdota. Baltasar está  descansando ahí luego de la extensa prueba de sonido de hora y media junto a Patán Vidal, Gaspar Benegas – tecladista y guitarrista, respectivamente, invitados honoríficos de esta noche- y sus familiares.
“Yo no escuchaba Los Redondos”, confiesa  y parte en dos el aire. Lo que podría sonar raro para cualquier persona que viva en territorio argentino se pone aún más tenso e inédito cuando se trata del yanotan nuevo guitarrista del Indio Solari, el encargado de reemplazar junto a Gaspar Benegas al mismísimo Skay Beilinson. Veinte años atrás, una de las bandas que más le llamó la atención a un joven Comotto fue Living Colour, y lo menciona sin miedo a las represalias. “Los tipos fueron pioneros, también con Faith No More o Mr. Bungle, en eso de mezclar estilos como el funk y el rock que de cualquier otra manera hubieran sido impensables. Ellos me abrieron la cabeza en ese sentido: a mí me importa que la música suene bien, ya no me encasillo en géneros”, dice.
El flamante disco de Comotto suena a noventas: poderoso, oscuro, fresco y vigente.  En cambio, Rojo (2007), su debut solista, recluye a Prince, Miles Davis en un funk más ligado a lo íntimo, corporal, soft podría decirse. Blindado deja entrever las influencias originales de Baltasar, las alejadas del jazz y el blues, las que lo formaron durante su adolescencia y post. “Este disco es mucho más crudo, más dirty, de alguna forma. Llama la atención de la gente porque el primero era totalmente lo opuesto”, analiza Baltasar y agrega complacido que “yo quería que mis shows fueran más intensos y mucho más ásperos; más crudo, contundentes .Creo que con estas canciones lo puedo lograr”.

Baltasar tiene 38 años, y, al igual que Peter Pan, padece de juventud eterna. Nació en el barrio porteño de Palermo el mismo año que murió Juan Domingo Perón pero rápidamente se fue a vivir a España –no a Puerta de Hierro-. Regresó con la democracia en el 83’, fue un trotabarrios, dice él: vivió en  Barrancas de Belgrano con sus hermanos y su madre –misma región donde hoy se alojan Juanse Paranoíco y Luis Alberto Spinetta, entre otros integrantes de la sociedad rockera- y volvió a Palermo, donde reside actualmente.  Su impresionante metro noventa está vestido con una camisa cuadrillé, no de las leñadoras de Eddie Vedder, sino una blanco y negro más freak, y su timidez no logra abandonarlo un instante; todo un adolescente.
Jura que no recuerda cuándo fue la primera vez que tocó en vivo pero piensa que fue en el viejo Imaginario Cultural de Palermo viejo en el 95’ con Mutrones, uno de sus primeros tríos con el que compartía escena con su hermano Agustín y Theo Lafleur, baterista y bajista, respectivamente, ante algunos pocos familiares y amigos. “Tocábamos todo lo que escuchábamos en ésa época; desde Nirvana, pasando por los Red Hot Chili Peppers y, también, algunas canciones nuestras”, recuerda Comotto. Hoy Agustín es dibujante de comics para niños y vive en Europa; Theo es también hombre de pincel y fotógrafo; fue el ideólogo junto a Baltasar del arte y la ambientación de la nueva placa. 
A principios del 2000 se presentó por primera vez de manera profesional junto a Patán Vidal en el Festival Internacional de Jazz “Los Siete Lagos” en San Martín de los Andes y en Bariloche. “Con Patán hemos tocado en bares para personas que tal vez no nos hayan ni escuchado. Todas esas experiencias sirvieron para que no se sienta tanto el paso a un escenario más grande o a tocar para otro público distinto”, cuenta Baltasar. Tal vez la cúspide del reconocimiento lo haya alcanzado en sus trabajos con Luis Alberto Spinetta –participó de la gira presentación de Para los Árboles y grabó algunas guitarras en Un mañana- o como el integrante virtuoso de la banda de Solari, pero la realidad es que Comotto ya transitaba el circuito under hacia ya algunos años tocando con músicos de renombre como Javier y Walter Malosetti,  Luis Salinas, Claudio Cardone o Guillermo Vadalá .
“Un milagro nos conecta en las calles de cemento”
Al mejor estilo de Animals de Pink Floyd, un plano general de un refugio militar estadounidense ilustra la tapa del disco. El arte interior muestra a un Comotto futurista, un carnicero toxicológico salido directamente de Blade Runner.  “Buscábamos –junto a Theo- una estética de ciencia ficción y creíamos que cerraba perfecto con la temática del disco. En esa base militar, donde supuestamente había gente y estaban esperando el bombazo, también se sentían de alguna manera blindados”, explica Baltasar.
Letras como “Buenos Aires” o “Lugano” quieren mostrar paisajes urbanos, desolados, desde una óptica austera, también relacionados con el concepto madre: “En Lugano pasan cosas extremas y creo que la gente de cierta forma se encuentra blindada a ciertas cosas sociales ajenas a ese barrio”.  En cambio, otras como Mate, ¿Quién sos? o Rompe el Cristal reflejan situaciones porteñas cotidianas mezcladas con un toque de locura made in Comotto que bien podrían pertenecer a otros lugares del mundo.

Ya es tiempo de que los músicos se preparen para salir al escenario. Emprendemos el camino de vuelta hacia el hall de las catacumbas para hacer las fotos formales y aparece la pequeña baterista Silvana Colagiovanni –al lado del guitarrista,  inclusive, Michael Jordan podría parecer un gremlin- que logra presentarse e interceptar un tímido Hola antes de refugiarse unos últimos minutos en su camarín. Baltasar es tosco para moverse, pero extrañamente arriba del escenario se desliza con movimientos sutiles de serpiente como cuando interpreta Milestone, su homenaje funk en clave de hip hop hacia el trompetista Miles Davis. “Estebán (Tereschuk ) debe estar haciendo sus rituales o tomando algo en el bar”, comenta al pasar el guitarrista acerca de la ubicación del bajista de su nueva banda.
A diferencia de Los Dragones Albinos –la dupla rítmica compuesta por Johnny Monty y Ramiro Naguil grabó el disco- , Colagiovanni y Tereschuck llegaron recién para interpretar las canciones en vivo. El trío ya tiene diez shows encima, y Comotto cuenta que “el cambio se dio naturalmente porque ellos los fueron reemplazando gradualmente. No se sintió abruptamente el cambio”.
                De la misma manera que comienza el disco, Baltasar abre el telón del escenario con Mundo Cabeza y se verifica todo lo que nos había contado minutos atrás. La banda suena sucia pero cancionera, por momentos violenta pero en otros dulce e hipnótica; revive los mejores momentos de los noventa y en un show que va a durar poco más de una hora les va a volar la peluca a todos. Ésta noche va a ser sólo un eslabón más en la multifacética carrera del guitarrista. “No siento realmente la diferencia de tocar con un trío o en la banda del Indio enfrente de sesenta mil personas”, nos confiaba un rato antes.  Hoy primeriza su proyecto, mañana quién sabe. Por el momento, su persona es pura sorpresa; será cuestión de esperar otros cuatro años y ver hacia qué rumbo musical explota su sonido. 

Utopians: La utopía de vivir de lo que uno ama



             En vistas a la salida de su tercer disco –con nombre aún sin confirmar-, El Bondi tuvo una charla con Los Utopians en la que recordaron sus comienzos anárquicos, adelantaron los detalles de su nueva producción y dejaron en claro que América Látina está en un momento ideal para hacer música.

         Es el invierno del 2001; mientras el país padece las estrictas medidas de ajuste del segundo año del gobierno de Fernando de la Rúa, Larry Fus y Barbie Recanati hacen sus primeros pasos en la música, lo que incluyen idas y venidas de algunos miembros fugaces que duran algunos meses y hasta sus primeros shows colmados de compañeritos y profesores de secundario. Todo es demasiado bueno para ser cierto, por lo que coinciden en llamar –irónicamente- esta efímera agrupación Utopy, pensando equivocadamente que significa Utopía en inglés.
         En los once años que los separan de aquella experiencia, ellos dejaron y retomaron para luego terminar la escuela; se afianzaron  en sus instrumentos –ella la guitarra y la voz, y él la batería-; consolidaron la formación junto a Gustavo Fiocchi y Mario Romero, lanzaron dos discos –Freak e Inhuman- y tienen planeado lanzar el tercero para mediados de mayo; abrieron para The Cult y los nuevos Guns N’ Roses y también cambiaron el nombre: Los Utopians, eligieron, porque se consideran un grupo de cuatro personas que viven una utopía, un sueño con el que se desvelaron desde chicos.

Por más que lo intenten disimular, su relación funciona como la de una pareja que convivió durante toda una vida. “La primera vez que nos juntamos fue cuando Barbie nos llevó a mí y a otro compañero a su casa para hacer una versión en español de Sunday Bloody Sunday ”, recuerda Larry, sentado junto a sus tres compañeros de banda en la mesa de un restaurant de panqueques en Villa Crespo. Ella no parece estar muy convencida y lo niega inmediatamente sin mucho convencimiento, como de pura contrera. Es cuestión de segundos para que ella lo pensara mejor, y se rectificara con vehemencia: “¡No te lo puedo creer, no me acordaba de eso!”; él sonríe con el placer de la victoria.
         Enseguida llega el mozo, que tiene toda la apariencia de ser extranjero: no tarda mucho tiempo en abrir la boca para confirmarlo. Todos piden gaseosas, salvo Barbie que quiere un jugo de naranja exprimido.  La banda eligió sentarse en el fondo del lugar, en una mesa amplia donde Barbie acapara el centro, enfrentada a Larry, mientras que Gus y Mario ocupan los costados como si fueran dos panelistas que de vez en cuando tienen el permiso de palabra.  Es un martes de verano, aunque el viento que corre afuera es más propio de una tarde de otoño.
         Los únicos que se tomaron en serio ese primer esbozo de banda fueron Larry y Barbie, que desde esa tarde quedaron pegados musicalmente.  “Nosotros hacíamos la música que podíamos hacer a esa edad”, cuenta Barbie. Ellos soñaban a sus trece años con las guitarras intrínsecas de Jimmy Page, o el ritmo frenético de John Bonham pero tenían claro que lo que podían hacer eran canciones como las de U2, The Talking Heads, The Cure y The Ramones.

El primer show se programó antes de que existiera la banda. Cuando Barbie tenía trece años vivía en pleno corazón de Palermo, en la zona de Niceto y Carranza;  fiel a su naturaleza –verborrágica y lanzada desde chica- se acercó hasta el bar de la esquina de su casa para hablar con el dueño. “Ya tenemos la fecha”, le dijo a Larry, su fiel compañero desde aquel entonces. Los dos, en puertas de su adolescencia, tuvieron que salir por el barrio a pegar afiches para encontrar los integrantes que completarían esa primera formación. 

“Tuvimos tres ensayos en los que en ninguno estuvimos todos juntos: en uno faltó la cantante, porque yo todavía no cantaba, y a la otra semana el guitarrista”, lamenta Barbie. Para ese show, prepararon un set lleno de versiones de las bandas que escuchaban en ese momento, por lo que no tuvieron mucho de qué preocuparse, aunque Larry admite que “fue pésimo; no pudimos haber sonado peor”.

         Después de esa iniciación tuvieron algunos shows más en los que su rendimiento no había mejorado mucho. Los dos amigos, melómanos desde aquella época, se pasaban los días en una vieja disquería de Cabildo en la que, de cierta manera, trabajaban: el dueño les daba los discos que no se vendían y si limpiaban los vinilos, les regalaban algunas revistas. Un trabajo ínfimo comparado a la cantidad exagerada de música que conocerían en aquel lugar.
         Pasaron algunos años, y ellos maduraron: llegaron al momento en que tenían que decidir qué harían de sus vidas; al parecer, la ecuación fue más fácil de lo que pensaban. “Si lo único que pensábamos era en música, de lo único que hablábamos era de música, trabajábamos en una disquería a cambio de cosas relacionadas a la música, el destino estaba claro: teníamos que terminar tocando música”, se ufana Barbie, feliz de haber tomado la decisión correcta.

         Mario Romero es la antípodas de sus compañeros. Es callado, tranquilo y opina sobre un tema sólo cuando se lo piden. Tal vez esto resalta más con el gigantismo que imponen altura y su físico, trabajado en gimnasio y deportes varios. “Está para cuidarnos a todos, es nuestro (Arnold) Schwarzenegger”, calificó la voz de la banda hace un tiempo. Además de ser (o aparentar) un guardaespaldas, es el bajista desde hace 8 años.
         Su comienzo fue casi por accidente. Cuando el bajista de aquel entonces decidió ocupar el lugar de guitarrista, le sugirió a su amigo Mario que intentara con las cuatro cuerdas. Él no lo pensó demasiado y se sumó a la banda, justo para cuando empezaban a hacer composiciones propias y a vislumbrar un futuro con la música. “Cuando terminé la escuela intenté con carreras relacionadas a la informática, pero no había caso: mi norte era seguir hasta el fondo con el proyecto”, asegura.

Para Gustavo Fiocchi, para variar, no había otra opción más que vivir de la música. Al terminar la escuela, intentó la carrera de ingeniero en grabación de sonido. No hubo suerte: cursó un cuatrimestre y volvió a su casa, agarró la guía telefónica y llamó al primer profesor de guitarra que encontró.
La conoció a Barbie en la disquería en la que ella trabajaba en ese tiempo. De tema en tema, los dos descubrieron que eran músicos y que tenían dos proyectos con futuro. “Vos y yo vamos a terminar tocando juntos”, le prometió él. La fue a ver en vivo y quedó alucinado con el sonido y las canciones de la banda, que por ese entonces contaban con todos los integrantes de ahora, salvo el guitarrista. La promesa se cumplió, y al poco tiempo pasó a estar arriba del escenario.
         Él es parco, serio, el más grande (31 años) y, tal vez, el más maduro de los cuatro. Está sentado a la izquierda de Barbie, y sólo tira comentarios irónicos cuando –a diferencia de Mario- no se lo solicita. Al momento de hablar del rock chabón que surgió en Argentina para mediados de los 90, él exorciza una canción de Los Ratones Paranoícos: “Caroooliiinnnaaaa”. Todo atisbo payasesco tiembla cuando sobrevuela en la mesa el nombre de Ricardo Mollo, guitarrista y voz de Divididos.
                Lo conoció en un sótano de una casa de música de Talcahuano, de la que Ricardo es un cliente habitual. “La gente del local me invitó porque al otro día él iba a probar unos equipos”, rememora con los ojos iluminados de un nene de cinco años. Los dos pegaron buena onda y quedaron para verse otro día; “yo pensaba que era una de esas promesas que nunca se cumplen”.
         Al día siguiente, en medio de un recital de The Flaming Lips en el que Gustavo estaba con Barbie, el teléfono de él se quedó sin batería. “Estaba desesperado, la estaba pasando mal y quería irse ya porque sabía que lo podía llamar en cualquier momento”, relata ella. Cuando por fin pudo prender su celular, vio el mensaje esperado de Ricardo que decía ‘Gus, ¿Te querés venir mañana a la quinta (La Calandría) a probar unos equipos?’. El sueño del pibe cumplido; ahora, a triunfar en primera.
        
        
La formación estable de la banda tiene ya siete años, en los que editó dos discos –Inhuman y Freak- (y que presentaron en Europa, entre otros lugares) con muy buena recepción por parte de la crítica “especializada”  pero no así en calidad sonora. En estos días, están ultimando los detalles del que completará la trilogía –“con el sonido que se merece”, coinciden los cuatro- , que será lanzado para mediados de abril (ver recuadro).
         Al hablar de lo que los llevó a tocar juntos, Barbie cierra la boca y piensa más en las palabras, en lo qué quiere expresar. “A nosotros nos unió una política: no tenemos un plan B ante la vida, somos pura y exclusivamente dedicados a la música”, resalta y abre el pecho como si fuera el Capitán América.
         Ella también es impulsiva; impulsiva para irse sola a Europa, sin ningún contacto ni fecha programada, a presentar y difundir la banda. Conoce el mundo, y de ninguna manera es una persona “nacionalista” –desde el vamos, la banda se considera un grupo de personas apolítico-, pero cree que Argentina, como América Látina, es un país ideal para crear y hacer música.
         “Sería muy bobo hacer música en un lugar donde no haya una problemática social, donde todo estuviera perfecto: no me veo en Suiza haciendo rock”, dice Barbie. Ellos cuatro se hacen ver como chicos duros que trabajaron toda su vida para conseguir lo que tienen ahora. “Si querés ir a Londres a laburar, está barbaro. Si vas a viajar doce mil kilómetros a otro continente sólo para hacer música me parece que estás equivocado: éste es lugar perfecto”.

         Los chicos crecieron. Barbie y Larry siguen haciendo lo mismo que hacían a los trece años, pero con dos amiguitos nuevos. Ya no tocan frente a sus compañeros y profesores del secundario; ahora lo hacen en los grandes estadio frente a miles y miles de personas, donde, entre otros, tocaron sus ídolos de U2. Si ésta no es la utopía, ¿La utopía dónde está?