En vistas a la salida
de su tercer disco –con nombre aún sin confirmar-, El Bondi tuvo una charla con
Los Utopians en la que recordaron sus comienzos anárquicos, adelantaron los
detalles de su nueva producción y dejaron en claro que América Látina está en
un momento ideal para hacer música.
Es el invierno del 2001; mientras el
país padece las estrictas medidas de ajuste del segundo año del gobierno de
Fernando de la Rúa, Larry Fus y Barbie Recanati hacen sus
primeros pasos en la música, lo que incluyen idas y venidas de algunos miembros
fugaces que duran algunos meses y hasta sus primeros shows colmados de
compañeritos y profesores de secundario. Todo es demasiado bueno para ser
cierto, por lo que coinciden en llamar –irónicamente- esta efímera agrupación
Utopy, pensando equivocadamente que significa Utopía en inglés.
En
los once años que los separan de aquella experiencia, ellos dejaron y retomaron
para luego terminar la escuela; se afianzaron
en sus instrumentos –ella la guitarra y la voz, y él la batería-;
consolidaron la formación junto a Gustavo Fiocchi y Mario Romero,
lanzaron dos discos –Freak e Inhuman-
y tienen planeado lanzar el tercero para mediados de mayo; abrieron para The
Cult y los nuevos Guns N’ Roses y también cambiaron el nombre: Los Utopians,
eligieron, porque se consideran un grupo de cuatro personas que viven una
utopía, un sueño con el que se desvelaron desde chicos.
Por
más que lo intenten disimular, su relación funciona como la de una pareja que
convivió durante toda una vida. “La primera vez que nos juntamos fue cuando
Barbie nos llevó a mí y a otro compañero a su casa para hacer una versión en
español de Sunday Bloody Sunday ”, recuerda Larry, sentado junto a sus tres
compañeros de banda en la mesa de un restaurant de panqueques en Villa Crespo.
Ella no parece estar muy convencida y lo niega inmediatamente sin mucho
convencimiento, como de pura contrera. Es cuestión de segundos para que ella lo
pensara mejor, y se rectificara con vehemencia: “¡No te lo puedo creer, no
me acordaba de eso!”; él sonríe con el placer de la victoria.
Enseguida llega el mozo, que tiene toda
la apariencia de ser extranjero: no tarda mucho tiempo en abrir la boca para
confirmarlo. Todos piden gaseosas, salvo Barbie que quiere un jugo de naranja
exprimido. La banda eligió sentarse en
el fondo del lugar, en una mesa amplia donde Barbie acapara el centro,
enfrentada a Larry, mientras que Gus y Mario ocupan los costados como si fueran
dos panelistas que de vez en cuando tienen el permiso de palabra. Es un martes de verano, aunque el viento que
corre afuera es más propio de una tarde de otoño.
Los únicos que se tomaron en serio ese
primer esbozo de banda fueron Larry y Barbie, que desde esa tarde quedaron
pegados musicalmente. “Nosotros
hacíamos la música que podíamos hacer a esa edad”, cuenta Barbie. Ellos
soñaban a sus trece años con las guitarras intrínsecas de Jimmy Page, o el
ritmo frenético de John Bonham pero tenían claro que lo que podían hacer eran
canciones como las de U2, The Talking Heads, The Cure y The Ramones.
El
primer show se programó antes de que existiera la banda. Cuando Barbie tenía
trece años vivía en pleno corazón de Palermo, en la zona de Niceto y
Carranza; fiel a su naturaleza
–verborrágica y lanzada desde chica- se acercó hasta el bar de la esquina de su
casa para hablar con el dueño. “Ya tenemos la fecha”, le dijo a Larry,
su fiel compañero desde aquel entonces. Los dos, en puertas de su adolescencia,
tuvieron que salir por el barrio a pegar afiches para encontrar los integrantes
que completarían esa primera formación.
“Tuvimos tres
ensayos en los que en ninguno estuvimos todos juntos: en uno faltó la cantante,
porque yo todavía no cantaba, y a la otra semana el guitarrista”, lamenta Barbie. Para ese show, prepararon un
set lleno de versiones de las bandas que escuchaban en ese momento, por lo que
no tuvieron mucho de qué preocuparse, aunque Larry admite que “fue pésimo; no pudimos haber sonado peor”.
Después de esa iniciación tuvieron
algunos shows más en los que su rendimiento no había mejorado mucho. Los dos
amigos, melómanos desde aquella época, se pasaban los días en una vieja
disquería de Cabildo en la que, de cierta manera, trabajaban: el dueño les daba
los discos que no se vendían y si limpiaban los vinilos, les regalaban algunas
revistas. Un trabajo ínfimo comparado a la cantidad exagerada de música que
conocerían en aquel lugar.
Pasaron algunos años, y ellos
maduraron: llegaron al momento en que tenían que decidir qué harían de sus
vidas; al parecer, la ecuación fue más fácil de lo que pensaban. “Si lo
único que pensábamos era en música, de lo único que hablábamos era de música,
trabajábamos en una disquería a cambio de cosas relacionadas a la música, el
destino estaba claro: teníamos que terminar tocando música”, se ufana
Barbie, feliz de haber tomado la decisión correcta.
Mario Romero es la antípodas de sus
compañeros. Es callado, tranquilo y opina sobre un tema sólo cuando se lo
piden. Tal vez esto resalta más con el gigantismo que imponen altura y su
físico, trabajado en gimnasio y deportes varios. “Está para cuidarnos a
todos, es nuestro (Arnold) Schwarzenegger”, calificó la voz de la banda
hace un tiempo. Además de ser (o aparentar) un guardaespaldas, es el bajista desde
hace 8 años.
Su comienzo fue casi por accidente.
Cuando el bajista de aquel entonces decidió ocupar el lugar de guitarrista, le
sugirió a su amigo Mario que intentara con las cuatro cuerdas. Él no lo pensó
demasiado y se sumó a la banda, justo para cuando empezaban a hacer
composiciones propias y a vislumbrar un futuro con la música. “Cuando
terminé la escuela intenté con carreras relacionadas a la informática, pero no
había caso: mi norte era seguir hasta el fondo con el proyecto”, asegura.
Para
Gustavo Fiocchi, para variar, no había otra opción más que vivir de la música.
Al terminar la escuela, intentó la carrera de ingeniero en grabación de sonido.
No hubo suerte: cursó un cuatrimestre y volvió a su casa, agarró la guía
telefónica y llamó al primer profesor de guitarra que encontró.
La
conoció a Barbie en la disquería en la que ella trabajaba en ese tiempo. De
tema en tema, los dos descubrieron que eran músicos y que tenían dos proyectos
con futuro. “Vos y yo vamos a terminar tocando juntos”, le prometió él.
La fue a ver en vivo y quedó alucinado con el sonido y las canciones de la
banda, que por ese entonces contaban con todos los integrantes de ahora, salvo
el guitarrista. La promesa se cumplió, y al poco tiempo pasó a estar arriba del
escenario.
Él es parco, serio, el más grande (31
años) y, tal vez, el más maduro de los cuatro. Está sentado a la izquierda de
Barbie, y sólo tira comentarios irónicos cuando –a diferencia de Mario- no se
lo solicita. Al momento de hablar del rock chabón
que surgió en Argentina para mediados de los 90, él exorciza una canción de Los
Ratones Paranoícos: “Caroooliiinnnaaaa”. Todo atisbo payasesco tiembla cuando
sobrevuela en la mesa el nombre de Ricardo Mollo, guitarrista y voz de
Divididos.
Lo conoció en un sótano de una casa
de música de Talcahuano, de la que Ricardo es un cliente habitual. “La gente
del local me invitó porque al otro día él iba a probar unos equipos”,
rememora con los ojos iluminados de un nene de cinco años. Los dos pegaron
buena onda y quedaron para verse otro día; “yo pensaba que era una de esas
promesas que nunca se cumplen”.
Al día siguiente, en medio de un
recital de The Flaming Lips en el que Gustavo estaba con Barbie, el teléfono de
él se quedó sin batería. “Estaba desesperado, la estaba pasando mal y quería
irse ya porque sabía que lo podía llamar en cualquier momento”, relata
ella. Cuando por fin pudo prender su celular, vio el mensaje esperado de
Ricardo que decía ‘Gus, ¿Te querés venir mañana a la quinta (La Calandría) a
probar unos equipos?’. El sueño del pibe cumplido; ahora, a triunfar en
primera.
La
formación estable de la banda tiene ya siete años, en los que editó dos discos
–Inhuman y Freak- (y que presentaron
en Europa, entre otros lugares) con muy buena recepción por parte de la crítica
“especializada” pero no así en calidad
sonora. En estos días, están ultimando los detalles del que completará la
trilogía –“con el sonido que se merece”, coinciden los cuatro- , que será
lanzado para mediados de abril (ver recuadro).
Al hablar de lo que los llevó a tocar
juntos, Barbie cierra la boca y piensa más en las palabras, en lo qué quiere
expresar. “A nosotros nos unió una política: no tenemos un plan B ante la
vida, somos pura y exclusivamente dedicados a la música”, resalta y abre el
pecho como si fuera el Capitán América.
Ella también es impulsiva; impulsiva
para irse sola a Europa, sin ningún contacto ni fecha programada, a presentar y
difundir la banda. Conoce el mundo, y de ninguna manera es una persona “nacionalista”
–desde el vamos, la banda se considera un grupo de personas apolítico-, pero
cree que Argentina, como América Látina, es un país ideal para crear y hacer
música.
“Sería muy bobo hacer música en un
lugar donde no haya una problemática social, donde todo estuviera perfecto: no
me veo en Suiza haciendo rock”, dice Barbie. Ellos cuatro se hacen ver como
chicos duros que trabajaron toda su vida para conseguir lo que tienen ahora. “Si
querés ir a Londres a laburar, está barbaro. Si vas a viajar doce mil
kilómetros a otro continente sólo para hacer música me parece que estás
equivocado: éste es lugar perfecto”.
Los chicos crecieron. Barbie y Larry
siguen haciendo lo mismo que hacían a los trece años, pero con dos amiguitos
nuevos. Ya no tocan frente a sus compañeros y profesores del secundario; ahora
lo hacen en los grandes estadio frente a miles y miles de personas, donde,
entre otros, tocaron sus ídolos de U2. Si ésta no es la utopía, ¿La utopía
dónde está?
*Publicada en Revista El Bondi número cinco.
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