sábado, 14 de diciembre de 2013

Stevie Wonder: de hombre negro a maravilla mundial

En el escenario de Vélez hay un hombre negro sentado sobre una baqueta que toca el piano como pocos lo han hecho en 40 años. Está en el medio, en el mismo estadio donde, en abril pasado, el boxeador Sergio ‘Maravilla’ Martínez retuvo por puntaje técnico el título de campeón mundial frente al inglés Martin Murray. Pero el hombre negro no: acierta cada acorde, cada canción, como si fueran puños en la mandíbula de los, al menos –y contados a dedo- 30 mil espectadores que ovacionan cada uno de sus movimientos. En la jerga dirían que ganó por knock out, y sería por unanimidad, no habría tarjetas que contradijeran veredicto alguno.
Durante dos horas y media, este hombre negro homenajea al fallecido Nelson Mandela, le canta a Bob Marley (¡Master Blaster y Waiting in vain!) y se despoja con, al menos, diez clásicos de los últimos 40 años: Higher Ground, Sir Duke o Isn’t she lovely. Y el público aplaude, pero él no los ve, debido a una ceguera que lo tiene a oscuras desde que nació, hace 64 años. El hombre negro, ya con varios kilos de más, está pelado y lleva puesta una túnica XL de color verde con círculos naranjas, más parecido a Homero Simpson en aquel capítulo que decide trabajar desde su casa o a una líder de coro góspel de cualquier iglesia evangélica en los Estados Unidos; esas mujeres gordas que parecieran tener pulmones sin fondo, siempre dispuestas a lanzar sus agudos en el momento y lugar que sea.
El hombre negro demuestra en todo momento que es gentil, pero tampoco ningún santurrón. Cuenta chistes que rozan con lo atrevido (“¡Oh, qué buena es la manera de hacer bebés!”), y sale bien parado. Todo gracias a su sonrisa blanca, la misma que usa cuando termina una canción y escucha el coreo del público (“¡Olé, olé, olé, Stevie, Stevie!”), mientras hace su clásico movimiento de cuello, que lo encuentra más parecido a un delfín de Mundo Marino que a uno de los compositores más grandes de las últimas cuatro décadas.
Hacia el final de su repertorio, el hombre negro saca, como los magos, un conejo de la galera. O un truco infalible, de esos que no fallan, el relato efectivo que usa el tío divertido en las fiestas de fin de año. Suena ‘Superstition’ y el público delira. Bailan, cantan, pierden el miedo al ridículo mientras corean el sonido de los caños (Pi piri, para ra rá r ara rá, r ira rá).
Y el hombre negro, Stevie Wonder, está ahí para disfrutarlo, unos metros más arriba, desde el centro del escenario. Nunca renegó ni fue vengativo acerca de sus discapacidades: esquivó uno a uno los distintos pozos que se le cruzaron en el camino y salió hacia adelante. Mientras tanto, entre tanta adrenalina, Wonder sonríe y piensa cómo sorteará el próximo obstáculo.

Fotos: Tadeo Jones (Rolling Stone Argentina)

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Creo en usted, J.J Abrams

J.J Abrams, tengo fé en usted. Pero como le digo esto, también debo admitir que, en un principio, los nombres Disney y Star Wars en una misma oración me aterrorizaban. Me hacía temblar de miedo que la empresa creadora del ratoncito Mickey Mouse y el Pato Donald tuviera en sus manos el desenlace de, por seguro, una de las mejores trilogías que haya tenido el cine de ciencia ficción. Pero claro, este miedo, esa sensación de que me estaban arrebatando uno de los mejores recuerdos de mi infancia, fue hasta conocí quién era usted, señor Abrams. 

Por empezar, hizo Lost. Al menos diez amigos de han hablado de las bondades con las que contaba esta serie, que era una de las mejores de la historia, que nunca iba a ver un guión parecido. No obstante, nunca la sintonicé y tampoco me interesó consumir una serie de siete temporadas de la cual sólo sabía que su final no estaba a la altura de los 4872 minutos que lo antecedían. ¿Entonces? ¿Qué más hizo este muchacho con cara de nerd, narigón y tirado siempre a hacerse el canchero cuando en realidad no lo es, para ganarse el corazón de los cinéfilos a nivel mundial? 

Lo entendí todo cuando vi Super 8. Tiene los condimentos para hacer un buen entretenimiento: un grupo de amigos que juegan a ser grandes (Hola, teléfono para Steven Spielberg, productor ejecutivo de la cinta), extraterrestres que buscan algo en la tierra y una historia que destila emoción en cada fotograma. La influencia del productor es notable, a tal punto que la película retrotrae al espectador treinta años atrás, al cine de los ochenta, década que el creador de ET conquistó por unanimidad al corazón del estadounidense promedio.

Y claro, lo terminé de confirmar cuando pude disfrutar del reboot que hizo de la saga Star Trek. Ambas partes son maravillosas, por los mismos condimentos que Super 8: emoción, alienígenas y toda una técnica a entera disposición de la historia, y no al revés. Abrams, usted abusa de los efectos y de cuanto plano megalómano pueda, pero está perdonado: lo hace siempre de manera inteligente y en función de algo por contar.

Por estas cosas que mencioné anteriormente, usted, J.J, tiene depositado en su cuenta un cheque en blanco a nombre mío que probablemente le importe nada. Pero le cuento que con él va un pedazo de mi infancia. Hay un gordo introvertido dentro mío cuya vida depende sólo y únicamente de usted. También le voy a decir que me olvidé del señor George Lucas, quien, dicho sea de paso, algunos meses atrás aprovechó la jubilación para casarse con una afroamericana más joven que él. Por esto, y otras cosas irracionales como la creencia en Dios, creo en usted, señor J.J Abrams. 


domingo, 28 de julio de 2013

Superman Troglio: Sobrio a las piñas

Hace dos años que el ex baterista de Sumo está exiliado del rock. Cansado de las presiones de la noche, dejó un disco inédito con su última banda y huyó a las sierras cordobesas para combatir las mil voces que tenía adentro. Cuenta los entretelones del show en River sin Luca Prodan, en 2007, y coquetea con un nuevo regreso, a 26 años de la muerte de su líder.


Por Francisco Andrés Anselmi

Austero, tímido y de hablar entrecortado, Alberto “Superman” Troglio abre, con la tranquilidad de un pueblerino, la tranquera del terreno donde vive. Hace dos años dejó la vida de ciudad y empezó a construir la casa, aún sin terminar, en la que convive con sus padres en Casa Grande, Córdoba. Lo único que distingue a su hogar de los demás es el cartel de madera (“En tiempo y forma”) sobre el dintel de la puerta que da a una calle de tierra.
—Disculpame que estoy sucio, pero estoy terminando una parrilla que le prometí a mi vieja hace tiempo —dice Troglio, mientras acaricia a sus dos perros que trajo desde Buenos Aires.
Lleva puesto un pulóver gris, pantalón de jean y unas zapatillas deportivas ideales para salir a correr. 
A los 55 años, el ex baterista de Sumo dice estar exiliado del rock, tras su último proyecto Nerone.
—Aprendí a batallar con los tres o cuatro Troglio que llevaba adentro.

***

Superman Troglio dedicó los últimos 41 años de su vida a tocar rock and roll. Debutó en un estudio de grabación con DIVIDIDOS POR LA FELICIDAD, el primer disco de Sumo, y siguió con LLEGANDO LOS MONOS, de 1986, y AFTER CHABON, de 1987. Cuando el grupo se separó, después de la muerte de Luca Prodan en diciembre de 1987, integró la primera formación de Divididos. Hasta que la dupla Mollo-Arnedo optó finalmente por Gustavo Collado, ex baterista de La Sobrecarga; un músico que, casualmente, portaba un estilo bastante parecido. A finales de 1989, Alberto se sentó en la batería de Las Pelotas y tocó las canciones de CORDEROS EN LA NOCHE, lanzado en 1991. Pero en la banda de Sokol y Daffunchio tampoco duró demasiado.
—Yo estaba casado y buscaba algo más formal. Un proyecto a futuro. Pero era complicado llevarlo a Sokol —dice Troglio—. Aunque  después con el tiempo me arrepentí.
En 1993, fundó el grupo de reggae y ska Club Gong, con el que lanzó, dos años después, un disco homónimo. En esos años, también giró con Los Auténticos Decadentes por toda Latinoamérica, en el marco de la gira presentación de FIESTA MONSTRUO. de ahí en adelante, salvo por esporádicas colaboraciones con amigos, se dedicó a dar clases de batería. El nuevo siglo lo encontró como fundador de Buda y Nerone, las últimas dos bandas en las que tocó antes de mudarse a Córdoba.

***

Casa Grande es una localidad de menos de mil habitantes, a 75 kilómetros de Córdoba Capital. Es distinguida por sus paisajes serranos y la asidua cantidad de turistas que llegan durante la temporada de verano. Entre las atracciones turísticas más influyentes se destacan el zoológico Tatú Carreta y la Cascada de los Tres Saltos. Pero “Superman” no está acá para ver cómo se aglomeran las personas.
A finales de 2010, la familia Troglio vendió la casa que tenían en Buenos Aires para impulsar el proyecto del hijo menor.
—Quería venir solo, pero como a mis viejos siempre les gustó Córdoba, los traje para que pasaran sus últimos años acá.
Cuando llegó a Córdoba, la idea de Troglio era hacer una casa de madera, como una cabaña. Pero los costos empezaron a ahogarlo. Entonces eligió el concreto y terminó construyendo el frente y los interiores con bloques de cemento que él mismo colocó.
El hogar es modesto pero acogedor. Afuera, en la entrada, tiene un porché chico –como los que se ven en muchas películas estadounidenses- con una mesa y dos sillas plásticas blancas con el logo de una marca de cerveza.
 —Este lugar es Ideal para sentarse a tomar algunas frescas durante las noches de verano —dice el ex baterista de Sumo.
Adentro, parece la vivienda de un jubilado. El comedor, que comparte espacio con la cocina, no tiene demasiada luz y hay una radio que sintoniza AM provincial durante la mayor parte del día. Lo más tecnológico es un televisor LCD de 32 pulgadas, ubicado en una mesa baja, en el que Troglio dice que sólo mira algunos documentales del canal Encuentro. De las novedades del espectáculo se entera por su padre, Ángel, que mira los programas de chimentos. También hay estantes, libreros, alacenas, mesas. Todos los muebles son de madera. Los adornos que resaltan en la cocina son varios platos de cerámica que están colgados en la pared. Cuando tenía 14 años, Superman trabajó con distintos alfareros y aprendió el arte de moldear objetos de barro o arcilla.
—Cuando termine la casa me voy a poner las pilas para armar mi propio taller de alfarería ahí atrás —dice mientras ceba un mate amargo y señala la parte de atrás del terreno.
A unos metros, apoyada en la mesada de mármol, la mamá, Lidia Esther García, escucha atenta la conversación.
—Sobrio a las piñas es una buena frase para definir mi situación —dice Troglio.

***

Superman Troglio duerme en una habitación ubicada en el fondo de su casa. Un dormitorio con un placard gigante, una cama de una plaza y un equipo de música de los noventa, que duerme sobre un estante flotante. Ahí reposan también libros de trenes, historia y algunas novelas. Apoyada contra una pared, hay otra cama sin colchón que Troglio tiene preparada para cuando viene de visita su novia Marianela, profesora de piano, veintidós años menor, desde Capilla del Monte.
Troglio no tiene computadora, por eso su cuenta de mail la maneja un amigo.
—Si fuera por mí, chequearía los mails cada año y medio.
Lo que sí revisa seguido es su Facebook —“Alberto Troglio”—. Y aunque no le gusta responder los mensajes que le envían, los fans de Sumo lo agregan como “amigo” para escribirle cosas en su muro.
La batería, el instrumento con el que se consagró tocando en Sumo (alguna vez el cantante Luca Prodan dijo que Troglio era el mejor baterista de reggae del mundo), no tiene lugar en su hogar. Está guardada en la casa del Gaita, un vecino con el que, junto a un guitarrista, hacen música experimental.
—No tenemos cantante y no nos importa: hacemos música para divertirnos.
Troglio es aficionado a los trenes. Hace pocos meses compró seis números atrasados de la revista especializada Todo Trenes. Detrás de la casa tiene una zorra sobre una mini vía de Cauville, un tipo de vagón que los mineros usaban a principios del siglo XIX para transportar materiales y minerales, y que a Troglio le encanta exhibir.
Para hablar con los amigos que están lejos, tiene un teléfono celular a tarjeta. Sus conocidos dicen que lo cambia seguido, y no por modelos más nuevos, si no porque los pierde o los rompe. En los últimos tiempos, la llegada constante de nuevos vecinos a la Villa Panamericana, el barrio donde vive, lo tiene inquieto y a mal traer.
—Si fuera por mí y tuviera guita, me iría a vivir al medio de la montaña.

                                                                       ***

Cuando tenía doce años, el pequeño Alberto Troglio codiciaba la batería de su hermano mayor, Néstor. Y por la tarde esperaba a que a su hermano se vaya al colegio para entrar de manera furtiva a la habitación y tocar toda la tarde. En aquel tiempo, admiraba la rudeza con la que tocaban Javier Martínez y Black Amaya, en los parches de La Pesada del Rock and Roll. Pero cuando dejaba las altas pulsaciones a un lado, el menor de los Troglio intentaba imitar a Gene Krupa, su ídolo de la infancia, un baterista estadounidense de jazz que poco tiene que ver con su formación. El apodo de “Superman” se lo ganó cuando era más pequeño y jugaba con dos amigos a los superhéroes por las calles de San Andrés, provincia de Buenos Aires.
                                      
***
           
La noche, uno de los aliados inevitables del rock, lo terminó de aislar de la música. Con Nerone, su último proyecto antes de exiliarse en Córdoba, Troglio dice que se cansó de remar sin tener un resultado.
—Un proyecto serio toma cinco años para salir a flote. Y yo no estaba dispuesto a hacer ese esfuerzo. El agotamiento de tocar todos los fines de semana a esta edad se nota. No es lo mismo cuando no tenés plata y vos mismo tenés que armar y desarmar tu instrumento a las cinco de la mañana.
Con Nerone, Troglio grabó un disco aún inédito. Para poder hacerlo le pidió prestado el estudio a Los Auténticos Decadentes. La mezcla se hizo en Panda y la masterización estuvo a cargo del reconocido ingeniero de sonido Mario Breuer.
—Los últimos cartuchos los había gastado en Buda.
Buda fue un power trío que tuvo su pico de popularidad en 2004 cuando editaron su disco debut —y despedida— titulado PORNO. En aquel tiempo, el grupo llegó a convocar a quinientas personas en Cemento. Pero después de la tragedia del boliche de Cromagnon, la situación se complicó. Al verse imposibilitados a conseguir espacios para tocar en Capital Federal, el grupo empezó a viajar a lo largo y ancho del país. Y el desgaste los terminó por separar a finales de 2006. 
—¿Por qué te fuiste de la ciudad?
—Fue algo global. No sólo el agotamiento. Necesitaba escaparme de un montón de cosas, de mucha gente horrible que no está bien. No es que eran malos, pero estaban en la misma que estábamos todos. Y así pasan los años, y uno nunca va a salir de eso. Igual, lo que tiró más fue que siempre me gustó Córdoba, como si en otra vida hubiera nacido acá. Recuerdo una visita en especial que fue clave. Estábamos con un amigo en el medio de la montaña, y él con su Google Maps chequeaba para ver donde estaban los ríos. Y en un momento le clavé la mirada a las piedras y a los helechos, y parecía como si habláramos de verdad. Les dije: “Ya voy a venir, ya voy a venir”. Estar acá, y eso que dos años no es tanto, te lleva a ver las cosas con más distancia y prudencia. La última vez que fui a Buenos Aires me bajé en la 9 de julio, miré el Obelisco y a las dos horas me quería volver.

***

—Llegaron en la peor semana. En esta época de febrero siempre hace mucho frío —dice el padre, Ángel Troglio, un hombre de unos ochenta años, mientras camina por el living de la casa.
Lidia, su mujer, aprovecha cada instante en que Alberto va al baño para deshacerse en elogios con su hijo.
—Así como lo ven, él es muy habilidoso. Ádemás de la construcción, se encargó de las conexiones eléctricas y de conectar los caños de agua. No sé qué haríamos sin él.

                                                                       ***

La imagen más fuerte que tiene Troglio del regreso de Sumo, en 2007, es la de ver a un grupo de adolescentes que lloraban abrazados entre el público. Veinte años después de la muerte de Luca Prodan.
En la primera fecha del Quilmes Rock de ese año, Las Pelotas y Divididos cerraron la noche ante 55 mil personas. Para cuando le tocó finalizar el set a la banda de Ricardo Mollo, el bajista Diego Arnedo amagó con el riff de Nextweek. “¿Puede ser una vez más?”, reclamó el guitarrista, y después agregó: “Trajimos a un baterista escocés para que nos dé una mano”.  Los seis integrantes de Sumo, junto a Alejandro Sokol - estuvo tras los parches en la formación que grabó CORPIÑOS EN LA MADRUGADA- en la voz, hicieron tres clásicos: “Crua Chan”, “Divididos por la felicidad” y ´”Debedé”.
—¿Por qué aceptaron volver?
—Germán (Daffunchio), (Roberto) Pettinato y yo siempre fuimos la viuda de Sumo; nunca tuvimos problema de volver a juntarnos. Pero el tema eran Ricardo y Diego. Arnedo había dicho que él no estaba de acuerdo, pero que no iba a ser un palo en la rueda en caso de que los demás quieran. Me acuerdo que esa vez me enojé con él y le dije: “Vos no sos un palo en la rueda, sos un durmiente de ferrocarril”. A la larga, accedimos todos y subimos. Fue increíble. Ese reencuentro estuvo buenísimo para que los pibes que no pudieron ver a la banda pudieran apreciar la potencia que teníamos. Después de eso, hubo una propuesta concreta para hacer tres o cuatro River, pero también daban vueltas ciertos empresarios que no nos gustaban nada. Entonces Mollo dijo: “El día que lo hagamos va a ser por decisión nuestra. No porque (Roberto) Costa —dueño de la productora y el sello discográfico Pop Art—, o (Daniel) Grinbank —ex dueño de la FM Rock and Pop y ex manager de Sumo— decidan”. Igualmente, no sé qué tan nuestra es la elección si los que deciden son Diego o Ricardo. No tienen razón, ni están equivocados. Que Luca no esté más es una cagada, porque no se puede cambiar y sería todo distinto. Pero podríamos hacernos un homenaje a nosotros mismos. No podemos evitar ser Sumos.
Mollo dijo en varias oportunidades que Sumo fue como una gran escuela de maestros. Sin embargo, a vos nunca se te notó tan entusiasmado.
Es que a él le quedó como una cuestión de abandono por parte de Luca. Yo al tano lo veía como a un hermano mayor; es más, nunca tuve historia con el tema del alcohol. Como que lo entendí y también maduré lo que iba a pasar. No me hice mayor problema. Claro, tuve el duelo de perder un compañero de batalla. Encima, en la última época, empezamos a ganar guita. Era todo muy confuso. Pero la realidad es que lo veía como a un integrante más, no como a un Dios.
—Pudiste superar el duelo...
—Cada uno lo vivió diferente. Por ejemplo, Pettinato sufrió la pérdida del grupo, al igual que yo. A mí lo que más me afectó fue la pérdida de Sumo, esa banda con la que nos subíamos a hinchar las pelotas al escenario. Todo no pasaba por Luca. En la revista Pelo, la tapa decía “nota a Sumo” y aparecía Luca. Es lógico como si dijera “nota a Los Piojos”, y aparece Andrés Ciro. Es lo que vende. Pero la banda realmente éramos todos.
—Parece que no quedaste conforme con el reconocimiento que tuvieron ustedes con Sumo.                                   
—Es que creo que la gente se da cuenta que Luca no hubiera sido nadie sin nosotros. Un día lo encaró a Diego y le dijo: “Sin mí, ustedes hubieran sido Yes”. Y él, que es un perro de pocas pulgas y jodido cuando lo arrinconas, le retrucó: “Y vos hubieras sido Luca Prodan, nada más”. Las casualidades de la vida nos llevaron a encontrarnos con Diego y Germán. Si alguna vez pasa, me gustaría que nos juntemos a tocar de vuelta. Éramos el núcleo creador de la banda. Después estaba el otro entorno que eran Pettinato y Ricardo.
—¿Por qué esa diferencia tan marcada?
—Porque Ricardo no se acoplaba a las zapadas con nosotros. Con Diego siempre tuve una conexión muy buena. Si yo hacía una base disquera, él le metía esos bajos que sólo él puede hacer, mientras yo le cambiaba algo como para cambiar de género y salir de las convenciones. Germán lo mismo. Tal vez ahora no tanto porque cambió su manera de componer. Si nos juntáramos los tres podríamos llegar a ser una potencia musical interesante. Y más para el vacío que hay en el rock nacional de ahora. Parece que es el mismo que hubo antes de que apareciera Sumo; después de la dictadura, no había bandas buenas. A veces pensamos con Germán de tomar cartas en el asunto, ir a Mina Clavero, al Nono, donde él vive. En cualquier momento me tomo un micro y me voy a la casa a visitarlo. Pero falta Diego, que es como una pieza de ajedrez importante: la torre, o el alfil. Con él éramos como hermanos de la vida, teníamos charlas memorables. Una de las últimas veces que nos vimos, me dijo con su mano clásica al mentón: “Troglio, qué quilombo que hicimos, eh”. El tipo te puede definir cualquier situación con dos o tres palabras.
—¿Sumo se podría volver a juntar?
—Podría ser que sí, como no. Si lo hacemos, quisiera que sea para mostrar lo que es una verdadera banda. Creo que sigo con la misma polenta, el mismo cerebro creador de aquella época. Y los demás también. Si hacemos “Mejor no hablar de ciertas cosas”, por ejemplo, estaría bueno interpretar nuevas versiones. Que Luca no esté es una desgracia, pero podrían cantar Ricardo o Pettinato. Como dice Germán: “Por los pibes que no conocieron a Sumo.”
Troglio dice que planea seguir en movimiento. Solventa sus gastos mediante la venta de artesanías y algunas clases de batería. Además, de vez en cuando, da talleres especiales para grupos de varios alumnos.  Cuando termine de construir la casa de sus papás tiene pensado mudarse junto a su novia Mariela a Capilla del Monte –a 110 km de Córdoba capital-, un pueblo muy chico donde no hay agua ni electricidad.
—Es una mujer especial que me terminó enseñando más que ninguna en toda mi vida —dice Troglio de su novia, reclinado, en el patio de su casa, sobre un árbol al que no le falta mucho para caerse—. Tal vez sea porque solucioné problemas míos y ahora valoro a la gente mediante otras condiciones. Antes lo hacía superficialmente, pero hay algo más allá de lo físico. No termina todo ahí. Hay un trasfondo que no tiene fin. Todo eso te lo enseñan los años, la vida, pegarte contra la pared. Como dice Divididos: “Sobrio a las piñas”. Es un término que podés aplicar a cualquier aspecto de la vida. “So-brio a las pi-ñas”. O sea, las cosas se dejan de hacer de un día para el otro. Los cambios son repentinos. Claro, mientras lo hagas a tiempo. Como hice yo. 

*Publicada en Revista Mavirock número 25. 

lunes, 15 de abril de 2013

La maquinaria Scorsese

Scorsese con parte del reparto de Goodfellas (1990)
Cuando un director de Hollywood está abstraído de sus proyectos megalómanos y millonarios también podría ser considerado  una persona común y corriente. Y Martin Scorsese forma parte de esta categorización gracias al documentalista francés André Labarthe. Mediante The Scorsese machine, de 1991, el europeo inmortaliza la étapa de postproducción de La última tentación de Cristo (1988), y, a través de esto, infiltra al espectador en el micromundo que rodea al neoyorquino, conformado por su equipo de trabajo, varios amigos –como Brian de Palma y Michael Powell- y su familia. Y con esto, deja entrever sus costumbres, su trato con el círculo más íntimo y hasta sus preferencias a la hora de cenar. Como si se tratase de un agregado, el realizador de Mean Streets y Goodfellas, habla, en algunos momentos, de sus influencias y de la manera que debió acostumbrarse de chico a consumirlo por televisión, debido a su asma. Como los buenos perfiles, Labarthe no sólo retrata al personaje en cuestión, sino que lo desmenuza a través de las acciones más mínimas e insignificantes: Scorsese descansa, acaricia un perro y hasta tiene oportunidad de festejar su cumpleaños número 46 en una cena junto a sus papás; todo esto en el escenario más propicio, la Nueva York oscura y llena de excesos de finales del ochenta. El acierto más grande del documentalista es despojar al director de todos sus artilugios para demostrar cómo, detrás de la celulosa –la disciplina gracias a la que hoy es un nombre de apellido reconocible- existe un hombre diminuto y sensible que hace girar los engranajes para que la maquinaria Scorsese funcione. 

jueves, 28 de febrero de 2013

Jimmy Rip: un norteamericano en Buenos Aires

Años atrás supo ser guitarrista de MIck Jagger y un blusero reconocido en los suburbios de Chicago. Desencantado de la música y la política, en 2009 dejó su vida pasada y mudó sus pertenencias a Buenos Aires, Argentina, donde descubrió una nueva filosofía de vida y reavivó viejas pasiones.

Jimmy Rip mueve su cuerpo como si fuera un forajido. Uno como el que interpretó Clint Eastwood en Unforgiven, un hombre que debe volver a la acción impulsado por fuerzas mayores. Pero esto tampoco significa que, en su exilio, no haya extrañado las viejas andanzas. Jeans y anteojos oscuros, zapatillas Converse, remera de Harley Davidson negra y un sombrero del mismo color con un billete de dos pesos, lo resaltan entre los demás peatones del barrio de Boedo. “¿Para qué será la plata del sombrero?”, pregunta Anabella, la fotógrafa. Él, entre simpático y misterioso, insinúa una respuesta, pero tampoco pretende dejarla del todo clara.

Jimmy vive en Argentina hace tres años, en Las Cañitas, no muy lejos del piso que tiene su amigo Juanse (Sebastián Gutierrez, ex Ratones Paranoícos) en Barrancas de Belgrano. Antes de emigrar hacia América del Sur, el guitarrista habitaba una –según él- casa gigante en Los Ángeles, donde pasaba la mayor parte de su tiempo. Aburrido, encontró la salvación de la mano de un argentino, que lo contactó vía Facebook y le prometió hospedaje, fechas programadas y una banda lista. La jugada le salió bien: encontró un país adicto a The Rolling Stones, al blues y al Rock N’ Roll. Además, retomó el amor por la música y lanzó su segundo disco solista llamado “Jimmy Rip and the Trip”, en el que el estadounidense reunió a los últimos héroes del rock barrial: Andrés Ciro Martínez, Facundo Soto y a los Ratones Paranoícos, en lo que es su última grabación en estudio “Yo también”.

Sin embargo, la vida artística de Rip estuvo caracterizada por las constantes idas y vueltas. Veinte años atrás supo ser el guitarrista y letrista de Mick Jagger en Wandering Spirit, el único disco que el Stone lanzó durante la década del noventa. En 1997, a dos meses de lanzar su primer disco solista “Way past blue”, el sello The house of blues quebró y Jimmy perdió el interés por grabar sus propias canciones. Por esos años también empezó a experimentar los primeros viajes hacia la Argentina.

Jimmy apoya su cuerpo sobre el sillón, y con movimientos delicados toma lo que resta de agua mineral. En comparación a los productores exitosos, o los que al menos creen serlo, asombra ver el tamaño de su celular.

-¿Qué es eso?
Mi viejo Blackberry. Es increíble que aún funcione. Creo que no lo hacen desde hace cinco o seis años. Veo todos los iPhones y Galaxys nuevos que la gente se compra y pienso que son fantásticos pero cuando analizo que valen cuatro mil pesos descarto la idea al instante. Lo uso para revisar mails, hacer llamadas y mandar mensajes. ¿Qué más necesito?

-Prejuzgo que no eras así en los Estados Unidos.
-La única manera en que puedo responderte es que cuando vivía en esos lugares respondía a la última moda. Pero al venir a la Argentina me enseñó mucho acerca de no gastar demasiado. Digamos, Estados Unidos es un lugar en el que se gasta demasiado; tienen tanto que no aprecian lo que en verdad tienen y están muy contentos con tirar las cosas cuando aún se pueden usar. Y eso también se puede aplicar para las personas. No es frecuente ver en Nueva York a un músico exitoso que sea mayor de 30 o 40. Al menos que hayan tenido un éxito cuando eran jóvenes; me sorprendió que en Argentina el buen trato que hay para los músicos de otras épocas como Charly (García) o Juanse (Paranoíco).

-¿Por qué el público no le da la importancia que merece a figuras como Nick Cave, Lou Reed o Bob Dylan?
-No la que merecen. No son tan importantes como Justin Bieber. Y no es que él no sea tan importante: es increíble, es música pop bien hecha, los discos están grabados de una manera excelente y he visto shows con grandes performances, pero tendría que haber un espacio para él y otro para los artistas más viejos. Los Estados Unidos están cubiertos de música pop, hip hop y country, lo que les sigue dando una buena cantidad de dinero a los productores.

-Por ejemplo, Taylor Swift…
-Claro, es gigante. Ella es considerada una artista country cuando en realidad es puramente pop. Hay muy buenos artistas de country. Ellos se llenan de dinero porque su público es mayoritariamente cristiano: son las únicas personas que no bajan canciones gratis de Internet, no piratean. Los cristianos son gente de una moral tan alta que nunca pensarían en piratear o robar siquiera una sola canción. Claro que van a pagar por ello. Entiendo que es la ley que rige por estos tiempos pero odio que descarguen ilegalmente. Personalmente, compro todas las canciones vía iTunes.

-¿Seguís comprando discos físicos?
-No compro porque los paso a la computadora y, ¿qué hago después?  En Los Ángeles tengo un depósito con cuatro mil o cinco mil discos que no voy a volver a usar de vuelta porque ya los tengo todos conmigo todo el tiempo.

-¿Qué fue lo que cambió específicamente tu mente en Argentina?
-Nada en especial. Lo que ocurre es que tengo muchos amigos acá y veo como cuidan sus pertenencias y las hacen durar un montón de tiempo. Aprecio eso y me llena el alma. Claro que hay un porcentaje de personas que siempre tienen lo nuevo; por otro lado, están los que no pueden porque no pueden pagar sus costos tan altos. Las cosas suben y bajan en el país pero es una lección que yo necesitaba aprender y por suerte lo hice.

-Parecés estar al tanto de las noticias del país…
-Claro que sí. Toqué con el vicepresidente (Amado) Boudou…

-¿Dónde?
-En un tributo a Pappo, en Tecnópolis, el año pasado.

-¿Y qué pudiste hablar con él?
-Cosas muy escuetas, acerca de la música en general. Y pasó algo muy gracioso algunos meses después. El mismo fin de semana en el que yo tocaba en Santa Clara del Mar, él estaba en Mar del Plata en una reunión con varios gobernadores del país, y el organizador de mi show lo había invitado. Un día después, cuando un periodista le preguntó si había podido atender todos los asuntos mientras estaba en la costa, lo único que Boudou dijo fue ‘Sí, pero me arrepiento no haber podido ir a ver el show de Jimmy Rip’. Entiendo que sea una figura controversial hoy en día, pero fue un lindo momento tocar la guitarra junto a él. Parece una buena persona.

-¿Estás más cercano a este gobierno o a la oposición?
-No estoy ni cerca de establecer una opinión acerca de eso. Soy un simple visitante, no un ciudadano de este país. Escuché historias de los dos lados, y ambas son muy apasionadas como para poder emitir una opinión sin un valor ético.

-Obama anunció que no va a cerrar la cárcel de Guantánamo. ¿Apoyás a su gobierno?
-No, no lo voté en ninguna de las dos elecciones. En los Estados Unidos no es obligatorio votar y, después de los dos gobiernos de George W. Bush no creo que hubieran elecciones justas. Creí que no votar sería un doble golpe contra la gente mala.

-Perdiste la fe en la política…
-Hace tiempo, al igual que muchos estadounidenses. Creo que no importa demasiado en este tiempo; soy de pensar mucho en que las conspiraciones son reales. Me parece que un presidente no es el que controla el país, sino que hay algo más importante detrás.

-Si aún conservas ese espíritu joven que piensa que se puede cambiar el mundo. ¿De qué manera crees que lo harías?
-Los Aliens del espacio podrían hacerlo.

-Hablemos un poco de tu nuevo disco. “No entiendo, lo siento”, abre tu nueva placa. Una canción electrónica, con tintes funk, muy distante de “Playin Hookey”, un blues clásico. ¿Por qué lo elegiste así?
-Verás, la cosa es compleja. El primer disco lo lancé en 1996 bajo el sello The House of Blues y le iba muy bien en el ambiente especializado. Dos meses después colapsó. Entonces, decepcionado, decidí que iba a volver a Nueva York para conocer a los nuevos músicos y producir a los mejores artistas que encontrara. Pero seguí escribiendo y siempre que tenía un tiempo extra grababa para mí. Diez años después, tenía un montón de canciones y se la mostraba a mis amigos. “Estás loco, ¿por qué no la grabás?”, me decían. Junté fuerzas y elegí las mejores quince para armar una grabación, sólo para mostrar qué andaba haciendo. Nada glamoroso. De repente, en 2008, empecé a venir seguido a la Argentina. En California estaba muy aburrido. Tenía una linda casa en las montañas, en la que pasaba más tiempo del que quería, y una vida social nula: allá, la noche termina a las 2. La gente la sigue en sus casas, pero no es lo mismo. Hasta la llegada de Juliani y Bloomberg (Rudy y Michael, ex y actual Alcalde), en Nueva York había muchos after hours en los que uno se podía quedar hasta la madrugada cualquier día de la semana. Y en Argentina me encontré con un lugar como en los viejos tiempos: locales abiertos hasta tarde, rock n’ roll por todos lados y un público que aprecia el buen blues. Todo esto me motivó nuevamente a volver a tocar. Entonces pensé: ‘¿Por qué no dejar atrás todas esas composiciones viejas?’. Encontré una banda que suena realmente bien y con ella me predispuse a escribir canciones inspiradas por mi experiencia en el país.  Por eso, “No entiendo, lo siento”, es inspirada en estos tres años de vivencia en el país. Mientras que Playin’ Hookey tiene alrededor de quince años, y estaba terminada sin la incorporación de Andrés (Ciro), incluso. Ésa es una de las que me pedía el público.

-También, de esta manera, pareciera que intentás poner como antagonistas a dos estilos diferentes: lo nuevo y lo viejo.
-No exactamente. Me aburre esa decisión de separar la música por categorías. Siempre traté de estar en ninguna. Toqué en el primer disco de Mariah Carey, por ejemplo, y después toqué buen Rock N’ Roll con Mick Jagger. Y luego con Rod Stewart para dos de sus tres American Songbooks. Siempre cambio. Para mí eso es lo que lo hace interesante, no importa el estilo mientras que sea bueno.

-En tu disco también tenés la última participación de los Ratones Paranoícos como grupo.
-Me alegra que el público pueda recordar eso. Escribí esa canción después de mi primera visita al país en 1997, cuando Juanse me invitó para tocar en su disco Expresso Bongo, en un teatro por Cabildo y Monroe que no está más. Entonces cuando vine en 2009, reconecté con Juanse y empecé a tocar con los Ratones nuevamente. El primer show fue con Kiss en el estadio de River Plate, así que ellos querían que produjera su próximo disco. Una lástima que después empezaran a tener problemas: no de manera humana, sino en cómo los manejaban desde arriba. Un fucking quilombo. En el medio escribí “Yo también”, que hubiera sido un buen single para ellos. La letra original era muy al estilo Ramones, muy estúpida, simple. “Eh, vamos de joda”, “Tomemos vino en la playa hasta el amanecer”, muy de ese estilo. Tiempo después le di la canción a Juanse y le pedí que cambie la letra. La devolución fue monstruosa. Sus letras eran muy tristes: “Si cuando te despertás a la mañana, ves que tu barrio es una mierda. ¿Es eso lo que ves? ¡Yo también!”. Entonces yo reescribí mi parte e intenté que no todo sea tan negativo, sino una mezcla de luz y oscuridad. Para el final del verano de 2011 los pude meter  en el Estudio Panda y la hicimos en un par de horas.

-¿Esos ya eran tiempos difíciles para los Ratones?
-No, empezaron inmediatamente después de eso. Tal vez haya sido mi culpa… pero no lo creo (risas). No me gusta hablar de sus vidas privadas.

-Una lástima…
-La verdad que sí porque me hubiera encantado poder grabar y producir un nuevo disco con ellos. El tiempo que pasamos juntos fue realmente mágico.

-¿Crees que haya una banda argentina que pueda reemplazarlos?
-Seguro. Creo que cuando algo es grandioso, es grandioso. Nadie podría comparar a Picasso con Usher porque ambos son fantásticos. Los Ratones son fantásticos, ya sea con el Zorrito o con Pablo. En este país aman tanto a The Rolling Stones que siempre va a haber una banda que quiera imitarlos.

-Para la historia: también podes decir que reuniste a los últimos héroes del rock chabón, ¿sos consciente de eso?
-Una de las mejores cosas que me pudieron pasar desde que llegué al país es que todos esos tipos quisieran conocerme. Y mejor aún, tocar. Ciro, Juanse, Facundo Soto de Guasones. A muchos de ellos los conocí a través de Alvaro Villagra, el ingeniero de sonido que trabajó con Pappo, entre otros. A otro que intenté tener es a Charly (García), pero no es tan fácil conectar con él. Cada vez que nos encontramos en un lugar charlamos de cosas muy divertidas, y llega un punto en que nos comprometemos: “Está bien, a las cinco en el estudio”. Pero esas cosas no suceden tan fácilmente (risas). Luis Alberto Spinetta iba a estar supuestamente en el disco pero bueno, pasó lo inesperado. Veníamos hablando meses sobre esto; yo moría de ganas y él también. “¿Qué te parece la próxima semana?”, le decía yo. “Uy, voy a estar en Los Ángeles”, contestaba él, y así un centenar de veces. Seis meses después llamó para contarme la noticia terrible que le habían dado los doctores. Me lastimó muchísimo. Igualmente estoy contento de que en el disco esté Valentino, su hijo, que es igual a él: un gran, gran tipo. Expira la misma energía, al igual que Dante. Estas fueron sólo algunas de las personas que conocí en este tiempo, y tengo que agradecerle a Mick Jagger, creo (risas). Ya pasaron veinte años desde que grabé Wandering Spirit (1993) con él, y la gente me sigue recordando como “el guitarrista de Mick Jagger”.

-¿Te molesta que la gente te pregunte acerca de él?
-No me causa ningún problema. Depende mucho del tipo de preguntas que sean: si van a ser específicas sobre las canciones o algún show voy a estar contento de responder, pero si dicen “¿tienes algún recuerdo en especial de tus días con Jagger?”, no. Eso no.

Jimmy posa de manera gentil para algunas fotos. Va a ser el único momento en que deje el sombrero a un lado y permita ver sus ojos celestes. “Oh, es muy linda. Mi novia me molesta con que no sonrío demasiado, se la pienso mostrar”, cuenta. Pero rápidamente vuelve a su personaje de fugitivo. Aploma el sombrero, toma sus lentes y cruza nuevamente los brazos.

-¿Para qué son esos dos pesos que llevas en el sombrero?
-Una ofrenda para los aliens del espacio. Espero que no me lleven.

Publicada en Revista El Bondi
Fotos: Anabella Reggiani (www.anabellareggiani.com.ar)

lunes, 14 de enero de 2013

The Skatalites: pequeñas anécdotas sobre las instituciones


A cincuenta años de la independencia de Jamaica, el grupo emblema del ska pasó por la Argentina. Un recorrido histórico por los comienzos y su influencia en la ex colonia britanica . Una entrevista exclusiva a Doreen Schaffer, vocalista de la agrupación desde sus comienzos.


Por Francisco Andrés Anselmi*


El grupo pasó por Capital Federal pero también visitó Santa Fe y Tucumán.
 Hace 50 años, el surgimiento del ska coincidió con la independencia de Jamaica. Despegándose poco a poco de la influencia de Gran Bretaña, la música se apoderó de las calles, y para el 6 de agosto de 1962 , el género se convirtió en la banda de sonido de un pueblo libre. Para esa nueva étapa, lo que necesitaban los ciudadanos jamaiquinos era melodías positivas y propias que pudieran desplazar a los standards del jazz y el rhytmn & blues que dominaban los soundsystems desde principios de la década del '50. Uno de sus mayores exponentes -y de los primeros-, The Skatalites, supo llevarlo adelante durante un tiempo, pero luego se separaron. Sin embargo, como el ave fenix, resucitó veinte años más tarde, y se convirtió en uno de los mayores exponentes de un país que cambió la manera de pensar la música en todo el mundo. Los fetejos de Skatalites son por doble: medio siglo de la inependencia británica y medio siglo de su primer concierto.

Antes de la revolución 


 Lejos de la felicidad y el positivismo, el género ska empezó como un negocio. Para mitad de la década del 50’, los soundsystems eran el difusor más potente de música que tenía la isla. Estos eran unos camiones que cargaban un equipo de parlantes capaces de reproducir música a un volumen exorbitante. La clase media, al ser en su mayoría pobre, se juntaba en las esquinas y plazas para escuchar los últimos hits provenientes de Estados Unidos, en especial los artistas de rhytmn & blues de Nueva Orleans, como Fats Domino, Jelly Roll Morton, Jack Dupree y Professor Longhair. 

 Con el éxito paulatino de estas discotecas ambulantes, el pueblo encontró una manera de vivir. Como si fuera una suerte de peña, todas las noches se juntaban alrededor de dos mil o tres mil personas, y la gente armó sus propias ventas de comida y bebidas alcohólicas. Pero quien en verdad se veían beneficiados eran los productores detrás de los soundsystem, quienes muy pronto vislumbraron la industria que estaba naciendo.

 Para finales de la década del '50, ya resaltaban dos dj’s, Duke Reid y Clement “Coxson” Dodd. Sin ánimo de vender discos, ellos contrataban a las bandas de jazz que tocaban en hoteles para grabar versiones jamaiquinas de los clásicos de rhytmn & blues estadounidenses. Así, ganaban la exclusividad de la música, para después reproducirla en sus propios soundsystem. Por ese tiempo, Jamaica empezaba a definir el sonido que la distinguiría dentor de América y el mundo: el ska.  

Después de la revolución 


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 El 5 de agosto de 1962, Jamaica dejó de ser una colonia inglesa. Y con la independencia, también llegó la prosperidad económica. La población empezó a comprar tocadiscos para escuchar las canciones de ska que escuchaba en la calle. Ansiosos de lucrar en este nuevo mercado, los propietarios de los soundsystem analizaron la posibilidad de reinvertir su dinero en estudios de grabación.  

Red y Coxson fundaron, respectivamente, Treasure Isle y Studio One, el primer estudio jamaiquino en manos de un negro. Los grandes artistas de la época salían de ese sello, y la inmensa mayoría tenía una banda soporte de sesionistas, que grababa todos los instrumentos: The Skatalites. 

Entrevista

Doreen Schaffer: "Los medios de comunicación exageran sobre lo que puede hacer una persona drogada"



Integrada por sólo un miembro original, el saxo alto Lester Sterling, The Skatalites versión 2012 se presentó en Argentina, Capital Federal, en el Teatro Vorterix y después en provincias del interior como Rosario, Santa Fe y Tucumán. Para 1964, el grupo tenía cuatro cantantes, entre ellos la vocalista Doreen Schaffer, quien hoy en día, rondando los 70 años, todavía acompaña al grupo en sus giras. Antes de presentarse en el teatro de Mario Pergolini, la vocalista aceptó hablar acerca del presente histórico del ska y su escena mundial.


-¿Se consideran los creadores del ska?

-No hay duda de que fue así. El ska lo creamos nosotros, y el ritmo lo impuso Lloyd Brevett, quien falleció en marzo de 2012, junto a los muchachos. No creo que nunca pueda haber una banda tan grande como lo fuimos nosotros.

-A cincuenta años de su creación, ¿qué representa la cultura ska?
-Con el paso de los años es evidente que ha cambiado su foco de acción. En un principio lo tomábamos como una diversión, como una manera de liberarnos de las penas. Con el paso de los años, y la llegada del reggae, el ska mutó su manera de ver las cosas: es mucho más contestatario. Hoy en día lo tomo como un ritmo que transmite paz y tranquilidad pero también es una manera de liberarnos de los modos opresivos con los que nos intentan gobernar diariamente. 

-Argentina está transitando una especie de revival del estilo, ¿sucede lo mismo en el resto del mundo?
-Es algo que está pasando no sólo en Argentina, sino en toda Sudamérica. Tiene más fuerza aquí porque son territorios que han sido muy golpeados con anterioridad. Al ser una música que transmite felicidad, alegría, creo que eso se contagia y se pega en la gente como lo que es: sonidos transmisores de felicidad.

-En nuestro país se está discutiendo la legalización de la marihuana. ¿Qué opina al respecto?
-Claro que voy a abonar por la libertad de todas las personas, pero no sabría decirte con exactitud porque no sé con exactitud cuáles son sus efectos. Aunque provengo de estos estilos, muy relacionados con el consumo de la marihuana, la verdad es que nunca la he probado. No la necesito. Creo que los medios de comunicación exageran sobre lo que puede hacer una persona drogada, y lo maximizan hasta dar terror, cuando deberían darle más importancia a otras situaciones que son más nocivas para la humanidad.

-A su criterio, ¿cuáles son las mejores agrupaciones de ska en Jamaica y en el resto del mundo?
-No estoy muy adentrada en el tema pero siempre escucho buenos sonidos alrededor de todo el mundo. La música se trata acerca de ser honesto con uno mismo, y para consiguiente con el público en general. En estos años he trabajado con muchas, muchas bandas a lo largo y ancho de la estratósfera. Sería muy injusto mencionar alguna. Pero también lo sería no mencionar a los argentinos de Hugo Lobo y Dancing Mood. 

¿Cuál es el significado de “ska”? 

Hay tantas versiones como significados. Pero sólo hay dos, que son los más difundidos. El primero fundamenta acerca del sonido de la guitarra al rasgarla: “Ska, ska, ska”, que adoptaron los productores para explicarle a los músicos cuál era el sonido que querían sacar en las grabaciones. La segunda es gracias a la unión del nombre del amigo de The Skatalites, el bajista Cluet Skavoovie Johnson, quien fue uno de los que también les dio el nombre a la banda. Ellos planeaban llamarse The Satellites, pero al tocar ska, no tuvieron mejor idea que llamarse  tal cual se hiucieron conocidos en el mundo entero.

*Publicada en Músicas del Mundo número siete
Foto: Gentileza prensa