Este texto lo empecé a escribir hace años, incluso antes de
haber encontrado la foto que lo justificara. Fue el mediodía del Año Nuevo de 2012 cuando,
lento y adormilado por la resaca de las fiestas, encendí la computadora y
busqué textos de Osvaldo Soriano, el gordo, el escritor que por entonces
concentraba todas mis horas de lectura. En la última edición del suplemento
RADAR, de Página / 12, había un artículo inédito que escribió sobre su papá y la
última fiesta que lo vio con vida. Me
emocionó hasta el llanto, tibio y
camuflado, como para que el resto de la familia no lo tildara a uno de sensible,
de flojo. Inmediatamente abrí un Word y
escribí un título tentativo, “Viejo”. Desde aquella lectura, la idea de
homenajear a papa germinó en mi cabeza y empezó a dar vueltas entre las
neuronas, pero no la podía arrancar. Estaba
bloqueado. El archivo vacío durmió hasta hace instantes en el escritorio de la
computadora, entre fotos de Darth Vader,
Gay Talese y una de Hugo Moyano con Luis Barrionuevo, mientras busco la excusa
para convertirlo en un homenaje digno. Y
creo que encontré la correcta.
Papá se llama Pablo Ezequiel.
Tiene el nombre de un pendejo, pero nació hace 61 años. Desde que salió del
secundario trabajó como viajante de comercio; en un principio con Vicente, mi
abuelo, y después solo de manera independiente. Cuando empezó viajaba en tren a
varios rincones de la provincia de Buenos Aires, pero con algunos sueldos compró
el primero de una veintena de autos que tendría a lo largo de su vida. Se casó a los 23 años con mamá, Nélida,
con el sueño conjunto de formar una familia. Tuvieron tres hijos varones, varias nueras, y
una nieta que llegó hace poco. A pesar de los altos y bajos, están juntos hace
40 años.
Uno de los primeros recuerdos que
guardo es de los tiempos de la primaria. Me despertaba a las siete, me llevaba
a la cama matrimonial y, mientras yo hacía fiaca algunos minutos más, él ponía
en la bandeja del equipo Alta fidelidad, aquel disco que Charly García y
Mercedes Sosa editaron en conjunto en 1997. Por lo general solo llegábamos a
escuchar Inconsciente colectivo, porque después teníamos que desayunar para que
me llevara a la escuela. Otros días, los que estábamos aún más apurados, me
levantaba de la cama, me acompañaba al baño y, del otro lado de la puerta,
mientras yo erguía como podía el cuerpo dormido frente al inodoro, silbaba la Marcha
Peronista para que pudiera mear rápido. Creativo, reemplazó el efecto canilla
por una canción doctrinaria. Él dice que es generacional, su papá también lo
había hecho, así como él también lo repitió después con sus hijos.
No obstante, así como también lo
fue el papá de Soriano, es lo más cercano que pueda existir a un gorila en
carne y hueso. Votó a Carlos Menem tres veces porque, según él, “nunca nos hizo
faltar nada”. Su ideología dicta que todos los políticos son iguales, y “después de tantos años de haberla vivido”,
cree que en Argentina nunca va a cambiar nada. Cada vez que Cristina empieza
una cadena nacional, apaga la televisión; forma parte del grupo que escucha a
Marcelo Longobardi y a Jorge Lanata en Mitre y que le dice la yegua a la Presidenta.
Por otra parte, mi viejo también
es de esa rara ávis de papás de otra época, que, sin tener un título
universitario y con la vehemente convicción de odiar los libros, lo sabe todo.
Muchas veces me dijo que es el Libro Gordo de Petete, como cada vez que pasamos con su auto por la
plaza Miserere y me recuerda que ahí está enterrado el único presidente
argentino que no terminó en una Iglesia, Bernardino Rivadavia. Siempre le
respondo con sorpresa, le pregunto si es real.
Y el viejo sonríe como siempre, satisfecho de haber enseñado algo a uno
de sus hijos.
A diferencia de muchos otros, Pablo también es un papá
raro porque dice te amo y te quiero mucho. Nunca escuché que a un amigo su
progenitor le dijera cosas tiernas, le ofreciera la plata que quisiera para ir
a bailar o le intentara regalar, con el mayor de los esfuerzos, un auto, por
más viejo que sea. Al contrario, todos ellos putean por lo mismo: solo les
prestaron el auto, a cuentagotas les daban plata y nunca preguntaron cómo les
fue en la escuela. Sin embargo, el viejo no es grande por estas cuestiones,
sino por haberme inculcado lo más importante, la libertad de hacer siempre lo
que quisiera. Como cuando elegí el camino de convertirme en periodista. El
viejo jamás objetó ni cuestionó la idea. Solo apoyó firme como una piedra.
Desde hace un tiempo que esbozo
una teoría, no por poco original menos cierta, y es que los hombres, al cruzar
el umbral de los 18 años, tenemos la necesidad de descubrir, de explorar raíces
y de encontrar la razón que nos convierte en el hombre que somos y vamos a ser. Y una vez derribada la admiración por los
hermanos, llega desmenuzar a papá, el maestro Yoda de casa. ¿Cómo era él cuando
era como yo? ¿Estaba preocupado por el futuro, solo quería ganar plata o
pretendía llegar a ser un médico reconocido, un publicista como los de Mad Men
o tal vez un periodista como Soriano? ¿Antes de mamá, habrá cogido muchas
mujeres? Cuestiones que por mucha confianza que uno tenga con él no va a
descubrir nunca por completo. Creo que en
este preciso instante estoy en la transición entre haber derribado el mito de
papá héroe, y empiezo a escribir el camino propio. Se invierten los roles y el hijo empieza a
cuidar del padre.
Pero volvamos a la razón madre
para haber escrito todo esto. Esta foto la sacó mi mamá con su celular en una
de las escapadas laborales que hacen por mes a Pinamar. Lo que más me gusta de
ella es lo azaroso de la iluminación, que tiende a apagar los brazos y la
chomba, para dejar descubierta su cara, repleta de arrugas de la edad, que -él dice- le salieron por reírse mucho
durante toda su vida. Me recuerda a Clint Eastwood y esa imagen de macho duro
que produjo a lo largo de seis décadas de westerns
y películas de acción. Probablemente todo lo que expuse hasta aquí sea el lado
noble, la visión inocente de un pibe enamorado de las aventuras de la infancia,
de un Indiana Jones que supo moldear en su cabeza. Como tampoco voy a descubrir
nunca si papá tuvo sueños de ser alguien distinto, prefiero mantener este
recuerdo. No tengo dudas que si hoy fuera el último día que viese a mi viejo,
quisiera recordarlo con esta imagen.
* Desarrollado especialmente para el taller de escritura creativa de Pablo Plotkin.
* Desarrollado especialmente para el taller de escritura creativa de Pablo Plotkin.