miércoles, 20 de agosto de 2014

El diamante del millón

Es una familia de cinco personas. Todos los días a las 17.25 suben a la línea A en Primera Junta y se bajan en Plaza de Mayo, 25 minutos después, claro, siempre y cuando no haya demora alguna. La Mamá, sentada de un lado con sus tres hijos -un varón y dos nenas-, les pregunta cómo les fue en el día y les sonríe, dejando entrever una dentadura con pocos ejemplares. El Papá, con mirada seria y autoritaria, los observa con recelo desde los asientos que los enfrenta. El cuerpo no le cabe en una, sino en dos butacas.
La pareja vuelve de buscar a los chicos a la escuela y vaya a saber uno cuántos viajes más tienen hasta llegar a donde viven. Si es que tienen dónde. Pero no importa, ella igual disimula entre sonrisas el cansancio de haber estado afuera todo el día, mientras que él no puede poner otra cara que no sea la de un bulldog amargado. A los pies de los asientos tienen una valija de viaje maltrecha y una bolsa de Frávega llena de frazadas sucias que –aparentemente- tienen varios años encima. Mientras tanto, el hijo varón molesta a la hermana del medio y después la abraza. La Mamá se bufa de él y le cuenta al Padre que el nene pasa los días haciendo exactamente lo mismo. La nena menor –la de la sonrisa más pícara- demora cuatro estaciones en devorarse una factura con membrillo. Cuando la termina, pide permiso de una manera irresistible para agarrar el único vigilante que queda en una bolsa de almacén transparente. Sus dos hermanos la miran. A ella y al vigilante.A todo esto, el Papá todavía no dijo nada. Detiene la mirada en cada uno de ellos, de izquierda a derecha, pero no se inmuta. El varón saca de la campera algo dorado, con un brillo celeste y se lo muestra a su Mamá. Le dice que es un diamante, uno más, el tercero que encuentra esta semana. Ella lo mira, se muerde el labio y lo mira al Padre:
-Según vos, todos los días encontrás un diamante distinto. Qué suerte tenés –le responde Ella y se lo arroja a su esposo, en el asiento de enfrente.
 -¿No te das cuenta que es el cierre de una campera? –concluye el Papá, luego de desmenuzarlo quirúrgicamente por medio segundo, para devolvérselo a su hijo.
El chico lo caza en el aire, después lo guarda en un bolsillo y abre las manos: los desafía. 

-Bueno, ¿y si un día de estos encuentro un diamante de verdad? ¿Quiere decir que nos convertimos en millonarios, no?

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