En el escenario de Vélez hay un hombre negro sentado sobre una baqueta que toca el piano como pocos lo han hecho en 40 años. Está en el medio, en el mismo estadio donde, en abril pasado, el boxeador Sergio ‘Maravilla’ Martínez retuvo por puntaje técnico el título de campeón mundial frente al inglés Martin Murray. Pero el hombre negro no: acierta cada acorde, cada canción, como si fueran puños en la mandíbula de los, al menos –y contados a dedo- 30 mil espectadores que ovacionan cada uno de sus movimientos. En la jerga dirían que ganó por knock out, y sería por unanimidad, no habría tarjetas que contradijeran veredicto alguno.
Durante dos horas y media, este hombre negro homenajea al fallecido Nelson Mandela, le canta a Bob Marley (¡Master Blaster y Waiting in vain!) y se despoja con, al menos, diez clásicos de los últimos 40 años: Higher Ground, Sir Duke o Isn’t she lovely. Y el público aplaude, pero él no los ve, debido a una ceguera que lo tiene a oscuras desde que nació, hace 64 años. El hombre negro, ya con varios kilos de más, está pelado y lleva puesta una túnica XL de color verde con círculos naranjas, más parecido a Homero Simpson en aquel capítulo que decide trabajar desde su casa o a una líder de coro góspel de cualquier iglesia evangélica en los Estados Unidos; esas mujeres gordas que parecieran tener pulmones sin fondo, siempre dispuestas a lanzar sus agudos en el momento y lugar que sea.
El hombre negro demuestra en todo momento que es gentil, pero tampoco ningún santurrón. Cuenta chistes que rozan con lo atrevido (“¡Oh, qué buena es la manera de hacer bebés!”), y sale bien parado. Todo gracias a su sonrisa blanca, la misma que usa cuando termina una canción y escucha el coreo del público (“¡Olé, olé, olé, Stevie, Stevie!”), mientras hace su clásico movimiento de cuello, que lo encuentra más parecido a un delfín de Mundo Marino que a uno de los compositores más grandes de las últimas cuatro décadas.
Hacia el final de su repertorio, el hombre negro saca, como los magos, un conejo de la galera. O un truco infalible, de esos que no fallan, el relato efectivo que usa el tío divertido en las fiestas de fin de año. Suena ‘Superstition’ y el público delira. Bailan, cantan, pierden el miedo al ridículo mientras corean el sonido de los caños (Pi piri, para ra rá r ara rá, r ira rá).
Y el hombre negro, Stevie Wonder, está ahí para disfrutarlo, unos metros más arriba, desde el centro del escenario. Nunca renegó ni fue vengativo acerca de sus discapacidades: esquivó uno a uno los distintos pozos que se le cruzaron en el camino y salió hacia adelante. Mientras tanto, entre tanta adrenalina, Wonder sonríe y piensa cómo sorteará el próximo obstáculo.
Fotos: Tadeo Jones (Rolling Stone Argentina)
Crónicas, historias y reseñas de mi vida periodística (Y otras cuantas cosas más).
sábado, 14 de diciembre de 2013
miércoles, 27 de noviembre de 2013
Creo en usted, J.J Abrams
J.J Abrams, tengo fé en usted. Pero como le digo esto, también debo admitir que, en un principio, los nombres Disney y Star Wars en una misma oración me aterrorizaban. Me hacía temblar de miedo que la empresa creadora del ratoncito Mickey Mouse y el Pato Donald tuviera en sus manos el desenlace de, por seguro, una de las mejores trilogías que haya tenido el cine de ciencia ficción. Pero claro, este miedo, esa sensación de que me estaban arrebatando uno de los mejores recuerdos de mi infancia, fue hasta conocí quién era usted, señor Abrams.
Por empezar, hizo Lost. Al menos diez amigos de han hablado de las bondades con las que contaba esta serie, que era una de las mejores de la historia, que nunca iba a ver un guión parecido. No obstante, nunca la sintonicé y tampoco me interesó consumir una serie de siete temporadas de la cual sólo sabía que su final no estaba a la altura de los 4872 minutos que lo antecedían. ¿Entonces? ¿Qué más hizo este muchacho con cara de nerd, narigón y tirado siempre a hacerse el canchero cuando en realidad no lo es, para ganarse el corazón de los cinéfilos a nivel mundial?
Lo entendí todo cuando vi Super 8. Tiene los condimentos para hacer un buen entretenimiento: un grupo de amigos que juegan a ser grandes (Hola, teléfono para Steven Spielberg, productor ejecutivo de la cinta), extraterrestres que buscan algo en la tierra y una historia que destila emoción en cada fotograma. La influencia del productor es notable, a tal punto que la película retrotrae al espectador treinta años atrás, al cine de los ochenta, década que el creador de ET conquistó por unanimidad al corazón del estadounidense promedio.
Y claro, lo terminé de confirmar cuando pude disfrutar del reboot que hizo de la saga Star Trek. Ambas partes son maravillosas, por los mismos condimentos que Super 8: emoción, alienígenas y toda una técnica a entera disposición de la historia, y no al revés. Abrams, usted abusa de los efectos y de cuanto plano megalómano pueda, pero está perdonado: lo hace siempre de manera inteligente y en función de algo por contar.
Por estas cosas que mencioné anteriormente, usted, J.J, tiene depositado en su cuenta un cheque en blanco a nombre mío que probablemente le importe nada. Pero le cuento que con él va un pedazo de mi infancia. Hay un gordo introvertido dentro mío cuya vida depende sólo y únicamente de usted. También le voy a decir que me olvidé del señor George Lucas, quien, dicho sea de paso, algunos meses atrás aprovechó la jubilación para casarse con una afroamericana más joven que él. Por esto, y otras cosas irracionales como la creencia en Dios, creo en usted, señor J.J Abrams.
Por empezar, hizo Lost. Al menos diez amigos de han hablado de las bondades con las que contaba esta serie, que era una de las mejores de la historia, que nunca iba a ver un guión parecido. No obstante, nunca la sintonicé y tampoco me interesó consumir una serie de siete temporadas de la cual sólo sabía que su final no estaba a la altura de los 4872 minutos que lo antecedían. ¿Entonces? ¿Qué más hizo este muchacho con cara de nerd, narigón y tirado siempre a hacerse el canchero cuando en realidad no lo es, para ganarse el corazón de los cinéfilos a nivel mundial?
Lo entendí todo cuando vi Super 8. Tiene los condimentos para hacer un buen entretenimiento: un grupo de amigos que juegan a ser grandes (Hola, teléfono para Steven Spielberg, productor ejecutivo de la cinta), extraterrestres que buscan algo en la tierra y una historia que destila emoción en cada fotograma. La influencia del productor es notable, a tal punto que la película retrotrae al espectador treinta años atrás, al cine de los ochenta, década que el creador de ET conquistó por unanimidad al corazón del estadounidense promedio.
Y claro, lo terminé de confirmar cuando pude disfrutar del reboot que hizo de la saga Star Trek. Ambas partes son maravillosas, por los mismos condimentos que Super 8: emoción, alienígenas y toda una técnica a entera disposición de la historia, y no al revés. Abrams, usted abusa de los efectos y de cuanto plano megalómano pueda, pero está perdonado: lo hace siempre de manera inteligente y en función de algo por contar.
Por estas cosas que mencioné anteriormente, usted, J.J, tiene depositado en su cuenta un cheque en blanco a nombre mío que probablemente le importe nada. Pero le cuento que con él va un pedazo de mi infancia. Hay un gordo introvertido dentro mío cuya vida depende sólo y únicamente de usted. También le voy a decir que me olvidé del señor George Lucas, quien, dicho sea de paso, algunos meses atrás aprovechó la jubilación para casarse con una afroamericana más joven que él. Por esto, y otras cosas irracionales como la creencia en Dios, creo en usted, señor J.J Abrams.
domingo, 28 de julio de 2013
Superman Troglio: Sobrio a las piñas
Hace dos años que el ex baterista de Sumo está exiliado del rock. Cansado de las presiones de la noche, dejó un disco inédito con su última banda y huyó a las sierras cordobesas para combatir las mil voces que tenía adentro. Cuenta los entretelones del show en River sin Luca Prodan, en 2007, y coquetea con un nuevo regreso, a 26 años de la muerte de su líder.
Por Francisco Andrés Anselmi
Austero,
tímido y de hablar entrecortado, Alberto “Superman” Troglio abre, con la
tranquilidad de un pueblerino, la tranquera del terreno donde vive. Hace dos
años dejó la vida de ciudad y empezó a construir la casa, aún sin terminar, en
la que convive con sus padres en Casa Grande, Córdoba. Lo único que distingue a su
hogar de los demás es el cartel de madera (“En tiempo y forma”) sobre el dintel
de la puerta que da a una calle de tierra.
—Disculpame
que estoy sucio, pero estoy terminando una parrilla que le prometí a mi vieja
hace tiempo —dice Troglio, mientras acaricia a sus dos perros que trajo desde Buenos
Aires.
Lleva
puesto un pulóver gris, pantalón de jean y unas zapatillas deportivas ideales
para salir a correr.
A los 55
años, el ex baterista de Sumo dice estar exiliado del rock, tras su último
proyecto Nerone.
—Aprendí a
batallar con los tres o cuatro Troglio que llevaba adentro.
***
Superman
Troglio dedicó los últimos 41 años de su vida a tocar rock and roll. Debutó en
un estudio de grabación con DIVIDIDOS POR LA FELICIDAD, el primer disco de
Sumo, y siguió con LLEGANDO LOS MONOS, de 1986, y AFTER CHABON, de 1987. Cuando
el grupo se separó, después de la muerte de Luca Prodan en diciembre de 1987, integró
la primera formación de Divididos. Hasta que la dupla Mollo-Arnedo optó
finalmente por Gustavo Collado, ex baterista de La Sobrecarga; un músico que,
casualmente, portaba un estilo bastante parecido. A finales de 1989, Alberto se
sentó en la batería de Las Pelotas y tocó las canciones de CORDEROS EN LA
NOCHE, lanzado en 1991. Pero en la banda de Sokol y Daffunchio tampoco duró
demasiado.
—Yo estaba
casado y buscaba algo más formal. Un proyecto a futuro. Pero era complicado
llevarlo a Sokol —dice Troglio—. Aunque
después con el tiempo me arrepentí.
En 1993,
fundó el grupo de reggae y ska Club Gong, con el que lanzó, dos años después,
un disco homónimo. En esos años, también giró con Los Auténticos Decadentes por
toda Latinoamérica, en el marco de la gira presentación de FIESTA MONSTRUO. de
ahí en adelante, salvo por esporádicas colaboraciones con amigos, se dedicó a dar
clases de batería. El nuevo siglo lo encontró como fundador de Buda y Nerone,
las últimas dos bandas en las que tocó antes de mudarse a Córdoba.
***
Casa Grande
es una localidad de menos de mil habitantes, a 75 kilómetros de Córdoba Capital.
Es distinguida por sus paisajes serranos y la asidua cantidad de turistas que
llegan durante la temporada de verano. Entre las atracciones turísticas más
influyentes se destacan el zoológico Tatú Carreta y la Cascada de los Tres
Saltos. Pero “Superman” no está acá para ver cómo se aglomeran las personas.
A finales
de 2010, la familia Troglio vendió la casa que tenían en Buenos Aires para
impulsar el proyecto del hijo menor.
—Quería
venir solo, pero como a mis viejos siempre les gustó Córdoba, los traje para que
pasaran sus últimos años acá.
Cuando
llegó a Córdoba, la idea de Troglio era hacer una casa de madera, como una
cabaña. Pero los costos empezaron a ahogarlo. Entonces eligió el concreto y
terminó construyendo el frente y los interiores con bloques de cemento que él
mismo colocó.
El hogar es
modesto pero acogedor. Afuera, en la entrada, tiene un porché chico –como los que se ven en muchas películas
estadounidenses- con una mesa y dos sillas plásticas blancas con el logo de una
marca de cerveza.
—Este lugar es Ideal para sentarse a tomar
algunas frescas durante las noches de
verano —dice el ex baterista de Sumo.
Adentro,
parece la vivienda de un jubilado. El comedor, que comparte espacio con la
cocina, no tiene demasiada luz y hay una radio que sintoniza AM provincial
durante la mayor parte del día. Lo más tecnológico es un televisor LCD de 32
pulgadas, ubicado en una mesa baja, en el que Troglio dice que sólo mira
algunos documentales del canal Encuentro. De las novedades del espectáculo se
entera por su padre, Ángel, que mira los programas de chimentos. También hay estantes,
libreros, alacenas, mesas. Todos los
muebles son de madera. Los adornos que resaltan en la cocina son
varios platos de cerámica que están colgados en la pared. Cuando tenía 14 años,
Superman trabajó con distintos alfareros y aprendió el arte de moldear objetos
de barro o arcilla.
—Cuando
termine la casa me voy a poner las pilas para armar mi propio taller de
alfarería ahí atrás —dice mientras ceba un mate amargo y señala la parte de
atrás del terreno.
A unos
metros, apoyada en la mesada de mármol, la mamá, Lidia Esther García, escucha atenta
la conversación.
—Sobrio a
las piñas es una buena frase para definir mi situación —dice Troglio.
***
Superman
Troglio duerme en una habitación ubicada en el fondo de su casa. Un dormitorio
con un placard gigante, una cama de una plaza y un equipo de música de los
noventa, que duerme sobre un estante flotante. Ahí reposan también libros de
trenes, historia y algunas novelas. Apoyada contra una pared, hay otra cama sin
colchón que Troglio tiene preparada para cuando viene de visita su novia
Marianela, profesora de piano, veintidós años menor, desde Capilla del Monte.
Troglio no
tiene computadora, por eso su cuenta de mail la maneja un amigo.
—Si fuera
por mí, chequearía los mails cada año y medio.
Lo que sí revisa
seguido es su Facebook —“Alberto Troglio”—. Y aunque no le gusta responder los
mensajes que le envían, los fans de Sumo lo agregan como “amigo” para
escribirle cosas en su muro.
La batería,
el instrumento con el que se consagró tocando en Sumo (alguna vez el cantante Luca
Prodan dijo que Troglio era el mejor baterista de reggae del mundo), no tiene
lugar en su hogar. Está guardada en la casa del Gaita, un vecino con el que,
junto a un guitarrista, hacen música experimental.
—No tenemos
cantante y no nos importa: hacemos música para divertirnos.
Troglio es
aficionado a los trenes. Hace pocos meses compró seis números atrasados de la
revista especializada Todo Trenes. Detrás
de la casa tiene una zorra sobre una mini vía de Cauville, un tipo de vagón que
los mineros usaban a principios del siglo XIX para transportar materiales y
minerales, y que a Troglio le encanta exhibir.
Para hablar
con los amigos que están lejos, tiene un teléfono celular a tarjeta. Sus
conocidos dicen que lo cambia seguido, y no por modelos más nuevos, si no
porque los pierde o los rompe. En los últimos tiempos, la llegada constante de
nuevos vecinos a la Villa Panamericana, el barrio donde vive, lo tiene inquieto
y a mal traer.
—Si fuera
por mí y tuviera guita, me iría a vivir al medio de la montaña.
***
Cuando
tenía doce años, el pequeño Alberto Troglio codiciaba la batería de su hermano mayor,
Néstor. Y por la tarde esperaba a que a su hermano se vaya al colegio para entrar de manera furtiva a la
habitación y tocar toda la tarde. En aquel tiempo, admiraba la rudeza con la
que tocaban Javier Martínez y Black
Amaya, en los parches de La Pesada del
Rock and Roll. Pero cuando dejaba las altas pulsaciones a un lado, el menor
de los Troglio intentaba imitar a Gene Krupa, su ídolo de la infancia, un
baterista estadounidense de jazz que poco tiene que ver con su formación. El
apodo de “Superman” se lo ganó cuando era más pequeño y jugaba con dos amigos a
los superhéroes por las calles de San Andrés, provincia de Buenos Aires.
***
La noche,
uno de los aliados inevitables del rock, lo terminó de aislar de la música. Con
Nerone, su último proyecto antes de exiliarse en Córdoba, Troglio dice que se
cansó de remar sin tener un resultado.
—Un
proyecto serio toma cinco años para salir a flote. Y yo no estaba dispuesto a
hacer ese esfuerzo. El agotamiento de tocar todos los fines de semana a esta
edad se nota. No es lo mismo cuando no tenés plata y vos mismo tenés que armar
y desarmar tu instrumento a las cinco de la mañana.
Con Nerone,
Troglio grabó un disco aún inédito. Para poder hacerlo le pidió prestado el
estudio a Los Auténticos Decadentes. La mezcla se hizo en Panda y la
masterización estuvo a cargo del reconocido ingeniero de sonido Mario Breuer.
—Los
últimos cartuchos los había gastado en Buda.
Buda fue un
power trío que tuvo su pico de popularidad en 2004 cuando editaron su disco
debut —y despedida— titulado PORNO. En aquel tiempo, el grupo llegó a convocar a
quinientas personas en Cemento. Pero después de la tragedia del boliche de
Cromagnon, la situación se complicó. Al verse imposibilitados a conseguir
espacios para tocar en Capital Federal, el grupo empezó a viajar a lo largo y
ancho del país. Y el desgaste los terminó por separar a finales de 2006.
—¿Por qué te fuiste de la ciudad?
—Fue algo
global. No sólo el agotamiento. Necesitaba escaparme de un montón de cosas, de
mucha gente horrible que no está bien. No es que eran malos, pero estaban en la
misma que estábamos todos. Y así pasan los años, y uno nunca va a salir de eso.
Igual, lo que tiró más fue que siempre me gustó Córdoba, como si en otra vida
hubiera nacido acá. Recuerdo una visita en especial que fue clave. Estábamos
con un amigo en el medio de la montaña, y él con su Google Maps chequeaba para
ver donde estaban los ríos. Y en un momento le clavé la mirada a las piedras y
a los helechos, y parecía como si habláramos de verdad. Les dije: “Ya voy a
venir, ya voy a venir”. Estar acá, y eso que dos años no es tanto, te lleva a ver
las cosas con más distancia y prudencia. La última vez que fui a Buenos Aires
me bajé en la 9 de julio, miré el Obelisco y a las dos horas me quería volver.
***
—Llegaron
en la peor semana. En esta época de febrero siempre hace mucho frío —dice el
padre, Ángel Troglio, un hombre de unos ochenta años, mientras camina por el
living de la casa.
Lidia, su
mujer, aprovecha cada instante en que Alberto va al baño para deshacerse en
elogios con su hijo.
—Así como
lo ven, él es muy habilidoso. Ádemás de la construcción, se encargó de las
conexiones eléctricas y de conectar los caños de agua. No sé qué haríamos sin
él.
***
La imagen
más fuerte que tiene Troglio del regreso de Sumo, en 2007, es la de ver a un
grupo de adolescentes que lloraban abrazados entre el público. Veinte años
después de la muerte de Luca Prodan.
En la
primera fecha del Quilmes Rock de ese año, Las Pelotas y Divididos cerraron la noche
ante 55 mil personas. Para cuando le tocó finalizar el set a la banda de
Ricardo Mollo, el bajista Diego Arnedo amagó con el riff de Nextweek. “¿Puede ser una vez más?”,
reclamó el guitarrista, y después agregó: “Trajimos a un baterista escocés para
que nos dé una mano”. Los seis
integrantes de Sumo, junto a Alejandro Sokol - estuvo tras los parches en la formación que grabó CORPIÑOS EN LA
MADRUGADA- en la voz, hicieron tres clásicos: “Crua Chan”, “Divididos por
la felicidad” y ´”Debedé”.
—¿Por qué aceptaron volver?
—Germán
(Daffunchio), (Roberto) Pettinato y yo siempre fuimos la viuda de Sumo; nunca tuvimos problema de volver a
juntarnos. Pero el tema eran Ricardo y Diego. Arnedo había dicho que él no
estaba de acuerdo, pero que no iba a ser un palo en la rueda en caso de que los
demás quieran. Me acuerdo que esa vez me enojé con él y le dije: “Vos no sos un
palo en la rueda, sos un durmiente de ferrocarril”. A la larga, accedimos todos
y subimos. Fue increíble. Ese reencuentro estuvo buenísimo para que los pibes
que no pudieron ver a la banda pudieran apreciar la potencia que teníamos.
Después de eso, hubo una propuesta concreta para hacer tres o cuatro River, pero
también daban vueltas ciertos empresarios que no nos gustaban nada. Entonces
Mollo dijo: “El día que lo hagamos va a ser por decisión nuestra. No porque (Roberto)
Costa —dueño de la productora y el sello discográfico Pop Art—, o (Daniel) Grinbank
—ex dueño de la FM Rock and Pop y ex manager de Sumo— decidan”. Igualmente, no
sé qué tan nuestra es la elección si los que deciden son Diego o Ricardo. No
tienen razón, ni están equivocados. Que Luca no esté más es una cagada, porque
no se puede cambiar y sería todo distinto. Pero podríamos hacernos un homenaje
a nosotros mismos. No podemos evitar ser Sumos.
—Mollo dijo en varias oportunidades que Sumo
fue como una gran escuela de maestros. Sin embargo, a vos nunca se te notó tan
entusiasmado.
—Es
que a él le quedó como una cuestión de abandono por parte de Luca. Yo al tano
lo veía como a un hermano mayor; es más, nunca tuve historia con el tema del
alcohol. Como que lo entendí y también maduré lo que iba a pasar. No me hice
mayor problema. Claro, tuve el duelo de perder un compañero de batalla. Encima,
en la última época, empezamos a ganar guita. Era todo muy confuso. Pero la
realidad es que lo veía como a un integrante más, no como a un Dios.
—Pudiste superar el duelo...
—Cada uno
lo vivió diferente. Por ejemplo, Pettinato sufrió la pérdida del grupo, al
igual que yo. A mí lo que más me afectó fue la pérdida de Sumo, esa banda con
la que nos subíamos a hinchar las pelotas al escenario. Todo no pasaba por
Luca. En la revista Pelo, la tapa
decía “nota a Sumo” y aparecía Luca.
Es lógico como si dijera “nota a Los Piojos”, y aparece Andrés Ciro. Es lo que
vende. Pero la banda realmente éramos todos.
—Parece que no quedaste conforme con el
reconocimiento que tuvieron ustedes con Sumo.
—Es que creo
que la gente se da cuenta que Luca no hubiera sido nadie sin nosotros. Un día
lo encaró a Diego y le dijo: “Sin mí, ustedes hubieran sido Yes”. Y él, que es
un perro de pocas pulgas y jodido cuando lo arrinconas, le retrucó: “Y vos
hubieras sido Luca Prodan, nada más”. Las casualidades de la vida nos llevaron
a encontrarnos con Diego y Germán. Si alguna vez pasa, me gustaría que nos juntemos
a tocar de vuelta. Éramos el núcleo creador de la banda. Después estaba el otro
entorno que eran Pettinato y Ricardo.
—¿Por qué esa diferencia tan marcada?
—Porque
Ricardo no se acoplaba a las zapadas con nosotros. Con Diego siempre tuve una
conexión muy buena. Si yo hacía una base disquera, él le metía esos bajos que
sólo él puede hacer, mientras yo le cambiaba algo como para cambiar de género y
salir de las convenciones. Germán lo mismo. Tal vez ahora no tanto porque
cambió su manera de componer. Si nos juntáramos los tres podríamos llegar a ser
una potencia musical interesante. Y más para el vacío que hay en el rock
nacional de ahora. Parece que es el mismo que hubo antes de que apareciera
Sumo; después de la dictadura, no había bandas buenas. A veces pensamos con
Germán de tomar cartas en el asunto, ir a Mina Clavero, al Nono, donde él vive.
En cualquier momento me tomo un micro y me voy a la casa a visitarlo. Pero
falta Diego, que es como una pieza de ajedrez importante: la torre, o el alfil.
Con él éramos como hermanos de la vida, teníamos charlas memorables. Una de las
últimas veces que nos vimos, me dijo con su mano clásica al mentón: “Troglio,
qué quilombo que hicimos, eh”. El tipo te puede definir cualquier situación con
dos o tres palabras.
—¿Sumo se podría volver a juntar?
—Podría ser
que sí, como no. Si lo hacemos, quisiera que sea para mostrar lo que es una
verdadera banda. Creo que sigo con la misma polenta, el mismo cerebro creador
de aquella época. Y los demás también. Si hacemos “Mejor no hablar de ciertas
cosas”, por ejemplo, estaría bueno interpretar nuevas versiones. Que Luca no
esté es una desgracia, pero podrían cantar Ricardo o Pettinato. Como dice
Germán: “Por los pibes que no conocieron a Sumo.”
Troglio
dice que planea seguir en movimiento. Solventa sus gastos mediante la venta de
artesanías y algunas clases de batería. Además, de vez en cuando, da talleres
especiales para grupos de varios alumnos.
Cuando termine de construir la casa de sus papás tiene pensado mudarse
junto a su novia Mariela a Capilla del Monte –a 110 km de Córdoba capital-, un
pueblo muy chico donde no hay agua ni electricidad.
—Es una
mujer especial que me terminó enseñando más que ninguna en toda mi vida —dice
Troglio de su novia, reclinado, en el patio de su casa, sobre un árbol al que
no le falta mucho para caerse—. Tal vez sea porque solucioné problemas míos y
ahora valoro a la gente mediante otras condiciones. Antes lo hacía
superficialmente, pero hay algo más allá de lo físico. No termina todo ahí. Hay
un trasfondo que no tiene fin. Todo eso te lo enseñan los años, la vida,
pegarte contra la pared. Como dice Divididos: “Sobrio a las piñas”. Es un
término que podés aplicar a cualquier aspecto de la vida. “So-brio a las
pi-ñas”. O sea, las cosas se dejan de hacer de un día para el otro. Los cambios
son repentinos. Claro, mientras lo hagas a tiempo. Como hice yo.
*Publicada en Revista Mavirock número 25.
lunes, 15 de abril de 2013
La maquinaria Scorsese
Scorsese con parte del reparto de Goodfellas (1990) |
jueves, 28 de febrero de 2013
Jimmy Rip: un norteamericano en Buenos Aires
Años atrás supo ser guitarrista de MIck Jagger y un blusero reconocido en los suburbios de Chicago. Desencantado de la música y la política, en 2009 dejó su vida pasada y mudó sus pertenencias a Buenos Aires, Argentina, donde descubrió una nueva filosofía de vida y reavivó viejas pasiones.
Jimmy Rip mueve su cuerpo como si fuera un forajido. Uno como el que interpretó
Clint Eastwood en Unforgiven, un hombre que debe volver a la acción impulsado
por fuerzas mayores. Pero esto tampoco significa que, en su exilio, no haya
extrañado las viejas andanzas. Jeans y anteojos oscuros, zapatillas Converse,
remera de Harley Davidson negra y un sombrero del mismo color con un billete de
dos pesos, lo resaltan entre los demás peatones del barrio de Boedo. “¿Para qué
será la plata del sombrero?”, pregunta Anabella, la fotógrafa. Él, entre
simpático y misterioso, insinúa una respuesta, pero tampoco pretende dejarla
del todo clara.
Jimmy vive en Argentina hace tres años, en Las Cañitas,
no muy lejos del piso que tiene su amigo Juanse (Sebastián Gutierrez, ex
Ratones Paranoícos) en Barrancas de Belgrano. Antes de emigrar hacia América
del Sur, el guitarrista habitaba una –según él- casa gigante en Los Ángeles,
donde pasaba la mayor parte de su tiempo. Aburrido, encontró la salvación de la
mano de un argentino, que lo contactó vía Facebook y le prometió hospedaje,
fechas programadas y una banda lista. La jugada le salió bien: encontró un país
adicto a The Rolling Stones, al blues y al Rock N’ Roll. Además, retomó el amor
por la música y lanzó su segundo disco solista llamado “Jimmy Rip and the
Trip”, en el que el estadounidense reunió a los últimos héroes del rock
barrial: Andrés Ciro Martínez, Facundo Soto y a los Ratones Paranoícos, en lo
que es su última grabación en estudio “Yo también”.
Sin embargo, la vida artística de Rip estuvo
caracterizada por las constantes idas y vueltas. Veinte años atrás supo ser el
guitarrista y letrista de Mick Jagger en Wandering Spirit, el único disco que
el Stone lanzó durante la década del noventa. En 1997, a dos meses de lanzar su
primer disco solista “Way past blue”, el sello The house of blues quebró y
Jimmy perdió el interés por grabar sus propias canciones. Por esos años también
empezó a experimentar los primeros viajes hacia la Argentina.
Jimmy apoya su cuerpo sobre el sillón, y con movimientos
delicados toma lo que resta de agua mineral. En comparación a los productores
exitosos, o los que al menos creen serlo, asombra ver el tamaño de su celular.
-¿Qué es eso?
Mi viejo Blackberry. Es increíble que aún funcione. Creo
que no lo hacen desde hace cinco o seis años. Veo todos los iPhones y Galaxys
nuevos que la gente se compra y pienso que son fantásticos pero cuando analizo
que valen cuatro mil pesos descarto la idea al instante. Lo uso para revisar
mails, hacer llamadas y mandar mensajes. ¿Qué más necesito?
-Prejuzgo que no eras así en los Estados Unidos.
-La única manera en que puedo responderte es que cuando
vivía en esos lugares respondía a la última moda. Pero al venir a la Argentina
me enseñó mucho acerca de no gastar demasiado. Digamos, Estados Unidos es un
lugar en el que se gasta demasiado; tienen tanto que no aprecian lo que en
verdad tienen y están muy contentos con tirar las cosas cuando aún se pueden
usar. Y eso también se puede aplicar para las personas. No es frecuente ver en
Nueva York a un músico exitoso que sea mayor de 30 o 40. Al menos que hayan
tenido un éxito cuando eran jóvenes; me sorprendió que en Argentina el buen
trato que hay para los músicos de otras épocas como Charly (García) o Juanse
(Paranoíco).
-¿Por qué el público no le da la importancia que merece a
figuras como Nick Cave, Lou Reed o Bob Dylan?
-No la que merecen. No son tan importantes como Justin
Bieber. Y no es que él no sea tan importante: es increíble, es música pop bien
hecha, los discos están grabados de una manera excelente y he visto shows con
grandes performances, pero tendría que haber un espacio para él y otro para los
artistas más viejos. Los Estados Unidos están cubiertos de música pop, hip hop
y country, lo que les sigue dando una buena cantidad de dinero a los
productores.
-Por ejemplo, Taylor Swift…
-Claro, es gigante. Ella es considerada una artista
country cuando en realidad es puramente pop. Hay muy buenos artistas de
country. Ellos se llenan de dinero porque su público es mayoritariamente
cristiano: son las únicas personas que no bajan canciones gratis de Internet,
no piratean. Los cristianos son gente de una moral tan alta que nunca pensarían
en piratear o robar siquiera una sola canción. Claro que van a pagar por ello.
Entiendo que es la ley que rige por estos tiempos pero odio que descarguen
ilegalmente. Personalmente, compro todas las canciones vía iTunes.
-¿Seguís comprando discos físicos?
-No compro porque los paso a la computadora y, ¿qué hago
después? En Los Ángeles tengo un
depósito con cuatro mil o cinco mil discos que no voy a volver a usar de vuelta
porque ya los tengo todos conmigo todo el tiempo.
-¿Qué fue lo que cambió específicamente tu mente en
Argentina?
-Nada en especial. Lo que ocurre es que tengo muchos
amigos acá y veo como cuidan sus pertenencias y las hacen durar un montón de
tiempo. Aprecio eso y me llena el alma. Claro que hay un porcentaje de personas
que siempre tienen lo nuevo; por otro lado, están los que no pueden porque no
pueden pagar sus costos tan altos. Las cosas suben y bajan en el país pero es
una lección que yo necesitaba aprender y por suerte lo hice.
-Parecés estar al tanto de las noticias del país…
-Claro que sí. Toqué con el vicepresidente (Amado)
Boudou…
-¿Dónde?
-En un tributo a Pappo, en Tecnópolis, el año pasado.
-¿Y qué pudiste hablar con él?
-Cosas muy escuetas, acerca de la música en general. Y
pasó algo muy gracioso algunos meses después. El mismo fin de semana en el que
yo tocaba en Santa Clara del Mar, él estaba en Mar del Plata en una reunión con
varios gobernadores del país, y el organizador de mi show lo había invitado. Un
día después, cuando un periodista le preguntó si había podido atender todos los
asuntos mientras estaba en la costa, lo único que Boudou dijo fue ‘Sí, pero me
arrepiento no haber podido ir a ver el show de Jimmy Rip’. Entiendo que sea una
figura controversial hoy en día, pero fue un lindo momento tocar la guitarra
junto a él. Parece una buena persona.
-¿Estás más cercano a este gobierno o a la oposición?
-No estoy ni cerca de establecer una opinión acerca de
eso. Soy un simple visitante, no un ciudadano de este país. Escuché historias
de los dos lados, y ambas son muy apasionadas como para poder emitir una
opinión sin un valor ético.
-Obama anunció que no va a cerrar la cárcel de
Guantánamo. ¿Apoyás a su gobierno?
-No, no lo voté en ninguna de las dos elecciones. En los
Estados Unidos no es obligatorio votar y, después de los dos gobiernos de
George W. Bush no creo que hubieran elecciones justas. Creí que no votar sería
un doble golpe contra la gente mala.
-Perdiste la fe en la política…
-Hace tiempo, al igual que muchos estadounidenses. Creo
que no importa demasiado en este tiempo; soy de pensar mucho en que las
conspiraciones son reales. Me parece que un presidente no es el que controla el
país, sino que hay algo más importante detrás.
-Si aún conservas ese espíritu joven que piensa que se
puede cambiar el mundo. ¿De qué manera crees que lo harías?
-Los Aliens del espacio podrían hacerlo.
-Hablemos un poco de tu nuevo disco. “No entiendo, lo
siento”, abre tu nueva placa. Una canción electrónica, con tintes funk, muy
distante de “Playin Hookey”, un blues clásico. ¿Por qué lo elegiste así?
-Verás, la cosa es compleja. El primer disco lo lancé en
1996 bajo el sello The House of Blues y le iba muy bien en el ambiente
especializado. Dos meses después colapsó. Entonces, decepcionado, decidí que
iba a volver a Nueva York para conocer a los nuevos músicos y producir a los
mejores artistas que encontrara. Pero seguí escribiendo y siempre que tenía un
tiempo extra grababa para mí. Diez años después, tenía un montón de canciones y
se la mostraba a mis amigos. “Estás loco, ¿por qué no la grabás?”, me decían.
Junté fuerzas y elegí las mejores quince para armar una grabación, sólo para
mostrar qué andaba haciendo. Nada glamoroso. De repente, en 2008, empecé a
venir seguido a la Argentina. En California estaba muy aburrido. Tenía una
linda casa en las montañas, en la que pasaba más tiempo del que quería, y una
vida social nula: allá, la noche termina a las 2. La gente la sigue en sus
casas, pero no es lo mismo. Hasta la llegada de Juliani y Bloomberg (Rudy y
Michael, ex y actual Alcalde), en Nueva York había muchos after hours en los
que uno se podía quedar hasta la madrugada cualquier día de la semana. Y en
Argentina me encontré con un lugar como en los viejos tiempos: locales abiertos
hasta tarde, rock n’ roll por todos lados y un público que aprecia el buen
blues. Todo esto me motivó nuevamente a volver a tocar. Entonces pensé: ‘¿Por
qué no dejar atrás todas esas composiciones viejas?’. Encontré una banda que
suena realmente bien y con ella me predispuse a escribir canciones inspiradas
por mi experiencia en el país. Por eso,
“No entiendo, lo siento”, es inspirada en estos tres años de vivencia en el
país. Mientras que Playin’ Hookey tiene alrededor de quince años, y estaba
terminada sin la incorporación de Andrés (Ciro), incluso. Ésa es una de las que
me pedía el público.
-También, de esta manera, pareciera que intentás poner
como antagonistas a dos estilos diferentes: lo nuevo y lo viejo.
-No exactamente. Me aburre esa decisión de separar la
música por categorías. Siempre traté de estar en ninguna. Toqué en el primer
disco de Mariah Carey, por ejemplo, y después toqué buen Rock N’ Roll con Mick
Jagger. Y luego con Rod Stewart para dos de sus tres American Songbooks.
Siempre cambio. Para mí eso es lo que lo hace interesante, no importa el estilo
mientras que sea bueno.
-En tu disco también tenés la última participación de los
Ratones Paranoícos como grupo.
-Me alegra que el público pueda recordar eso. Escribí esa
canción después de mi primera visita al país en 1997, cuando Juanse me invitó
para tocar en su disco Expresso Bongo, en un teatro por Cabildo y Monroe que no
está más. Entonces cuando vine en 2009, reconecté con Juanse y empecé a tocar
con los Ratones nuevamente. El primer show fue con Kiss en el estadio de River
Plate, así que ellos querían que produjera su próximo disco. Una lástima que
después empezaran a tener problemas: no de manera humana, sino en cómo los
manejaban desde arriba. Un fucking quilombo. En el medio escribí “Yo también”,
que hubiera sido un buen single para ellos. La letra original era muy al estilo
Ramones, muy estúpida, simple. “Eh, vamos de joda”, “Tomemos vino en la playa
hasta el amanecer”, muy de ese estilo. Tiempo después le di la canción a Juanse
y le pedí que cambie la letra. La devolución fue monstruosa. Sus letras eran
muy tristes: “Si cuando te despertás a la mañana, ves que tu barrio es una
mierda. ¿Es eso lo que ves? ¡Yo también!”. Entonces yo reescribí mi parte e
intenté que no todo sea tan negativo, sino una mezcla de luz y oscuridad. Para
el final del verano de 2011 los pude meter
en el Estudio Panda y la hicimos en un par de horas.
-¿Esos ya eran tiempos difíciles para los Ratones?
-No, empezaron inmediatamente después de eso. Tal vez
haya sido mi culpa… pero no lo creo (risas). No me gusta hablar de sus vidas
privadas.
-Una lástima…
-La verdad que sí porque me hubiera encantado poder
grabar y producir un nuevo disco con ellos. El tiempo que pasamos juntos fue
realmente mágico.
-¿Crees que haya una banda argentina que pueda
reemplazarlos?
-Seguro. Creo que cuando algo es grandioso, es grandioso.
Nadie podría comparar a Picasso con Usher porque ambos son fantásticos. Los
Ratones son fantásticos, ya sea con el Zorrito o con Pablo. En este país aman
tanto a The Rolling Stones que siempre va a haber una banda que quiera imitarlos.
-Para la historia: también podes decir que reuniste a los
últimos héroes del rock chabón, ¿sos consciente de eso?
-Una de las mejores cosas que me pudieron pasar desde que
llegué al país es que todos esos tipos quisieran conocerme. Y mejor aún, tocar.
Ciro, Juanse, Facundo Soto de Guasones. A muchos de ellos los conocí a través
de Alvaro Villagra, el ingeniero de sonido que trabajó con Pappo, entre otros.
A otro que intenté tener es a Charly (García), pero no es tan fácil conectar
con él. Cada vez que nos encontramos en un lugar charlamos de cosas muy
divertidas, y llega un punto en que nos comprometemos: “Está bien, a las cinco
en el estudio”. Pero esas cosas no suceden tan fácilmente (risas). Luis Alberto
Spinetta iba a estar supuestamente en el disco pero bueno, pasó lo inesperado.
Veníamos hablando meses sobre esto; yo moría de ganas y él también. “¿Qué te
parece la próxima semana?”, le decía yo. “Uy, voy a estar en Los Ángeles”,
contestaba él, y así un centenar de veces. Seis meses después llamó para contarme
la noticia terrible que le habían dado los doctores. Me lastimó muchísimo.
Igualmente estoy contento de que en el disco esté Valentino, su hijo, que es
igual a él: un gran, gran tipo. Expira la misma energía, al igual que Dante.
Estas fueron sólo algunas de las personas que conocí en este tiempo, y tengo
que agradecerle a Mick Jagger, creo (risas). Ya pasaron veinte años desde que
grabé Wandering Spirit (1993) con él, y la gente me sigue recordando como “el
guitarrista de Mick Jagger”.
-¿Te molesta que la gente te pregunte acerca de él?
-No me causa ningún problema. Depende mucho del tipo de
preguntas que sean: si van a ser específicas sobre las canciones o algún show
voy a estar contento de responder, pero si dicen “¿tienes algún recuerdo en
especial de tus días con Jagger?”, no. Eso no.
Jimmy posa de manera gentil para algunas fotos. Va a ser
el único momento en que deje el sombrero a un lado y permita ver sus ojos
celestes. “Oh, es muy linda. Mi novia me molesta con que no sonrío demasiado,
se la pienso mostrar”, cuenta. Pero rápidamente vuelve a su personaje de
fugitivo. Aploma el sombrero, toma sus lentes y cruza nuevamente los brazos.
-¿Para qué son esos dos pesos que llevas en el sombrero?
-Una ofrenda para los aliens del espacio. Espero que no
me lleven.
Publicada en Revista El Bondi
Fotos: Anabella Reggiani (www.anabellareggiani.com.ar)
lunes, 14 de enero de 2013
The Skatalites: pequeñas anécdotas sobre las instituciones
A cincuenta años de la independencia de Jamaica, el grupo emblema del ska pasó por la Argentina. Un recorrido histórico por los comienzos y su influencia en la ex colonia britanica . Una entrevista exclusiva a Doreen Schaffer, vocalista de la agrupación desde sus comienzos.
Por Francisco Andrés Anselmi*
El grupo pasó por Capital Federal pero también visitó Santa Fe y Tucumán. |
Antes de la revolución
Lejos de la felicidad y el positivismo, el género ska empezó como un negocio. Para mitad de la década del 50’, los soundsystems eran el difusor más potente de música que tenía la isla. Estos eran unos camiones que cargaban un equipo de parlantes capaces de reproducir música a un volumen exorbitante. La clase media, al ser en su mayoría pobre, se juntaba en las esquinas y plazas para escuchar los últimos hits provenientes de Estados Unidos, en especial los artistas de rhytmn & blues de Nueva Orleans, como Fats Domino, Jelly Roll Morton, Jack Dupree y Professor Longhair.
Con el éxito paulatino de estas discotecas ambulantes, el pueblo encontró una manera de vivir. Como si fuera una suerte de peña, todas las noches se juntaban alrededor de dos mil o tres mil personas, y la gente armó sus propias ventas de comida y bebidas alcohólicas. Pero quien en verdad se veían beneficiados eran los productores detrás de los soundsystem, quienes muy pronto vislumbraron la industria que estaba naciendo.
Para finales de la década del '50, ya resaltaban dos dj’s, Duke Reid y Clement “Coxson” Dodd. Sin ánimo de vender discos, ellos contrataban a las bandas de jazz que tocaban en hoteles para grabar versiones jamaiquinas de los clásicos de rhytmn & blues estadounidenses. Así, ganaban la exclusividad de la música, para después reproducirla en sus propios soundsystem. Por ese tiempo, Jamaica empezaba a definir el sonido que la distinguiría dentor de América y el mundo: el ska.
Después de la revolución
La revista está disponible en low |
Red y Coxson fundaron, respectivamente, Treasure Isle y Studio One, el primer estudio jamaiquino en manos de un negro. Los grandes artistas de la época salían de ese sello, y la inmensa mayoría tenía una banda soporte de sesionistas, que grababa todos los instrumentos: The Skatalites.
Entrevista
Doreen Schaffer: "Los medios de comunicación exageran sobre lo que puede hacer una persona drogada"
Integrada por sólo un miembro original, el saxo alto Lester Sterling, The Skatalites versión 2012 se presentó en Argentina, Capital Federal, en el Teatro Vorterix y después en provincias del interior como Rosario, Santa Fe y Tucumán. Para 1964, el grupo tenía cuatro cantantes, entre ellos la vocalista Doreen Schaffer, quien hoy en día, rondando los 70 años, todavía acompaña al grupo en sus giras. Antes de presentarse en el teatro de Mario Pergolini, la vocalista aceptó hablar acerca del presente histórico del ska y su escena mundial.
-¿Se consideran los creadores del ska?
-No hay duda de que fue así. El ska lo creamos nosotros, y el ritmo lo impuso Lloyd Brevett, quien falleció en marzo de 2012, junto a los muchachos. No creo que nunca pueda haber una banda tan grande como lo fuimos nosotros.
-A cincuenta años de su creación, ¿qué representa la cultura ska?
-Con el paso de los años es evidente que ha cambiado su foco de acción. En un principio lo tomábamos como una diversión, como una manera de liberarnos de las penas. Con el paso de los años, y la llegada del reggae, el ska mutó su manera de ver las cosas: es mucho más contestatario. Hoy en día lo tomo como un ritmo que transmite paz y tranquilidad pero también es una manera de liberarnos de los modos opresivos con los que nos intentan gobernar diariamente.
-Argentina está transitando una especie de revival del estilo, ¿sucede lo mismo en el resto del mundo?
-Es algo que está pasando no sólo en Argentina, sino en toda Sudamérica. Tiene más fuerza aquí porque son territorios que han sido muy golpeados con anterioridad. Al ser una música que transmite felicidad, alegría, creo que eso se contagia y se pega en la gente como lo que es: sonidos transmisores de felicidad.
-En nuestro país se está discutiendo la legalización de la marihuana. ¿Qué opina al respecto?
-Claro que voy a abonar por la libertad de todas las personas, pero no sabría decirte con exactitud porque no sé con exactitud cuáles son sus efectos. Aunque provengo de estos estilos, muy relacionados con el consumo de la marihuana, la verdad es que nunca la he probado. No la necesito. Creo que los medios de comunicación exageran sobre lo que puede hacer una persona drogada, y lo maximizan hasta dar terror, cuando deberían darle más importancia a otras situaciones que son más nocivas para la humanidad.
-A su criterio, ¿cuáles son las mejores agrupaciones de ska en Jamaica y en el resto del mundo?
-No estoy muy adentrada en el tema pero siempre escucho buenos sonidos alrededor de todo el mundo. La música se trata acerca de ser honesto con uno mismo, y para consiguiente con el público en general. En estos años he trabajado con muchas, muchas bandas a lo largo y ancho de la estratósfera. Sería muy injusto mencionar alguna. Pero también lo sería no mencionar a los argentinos de Hugo Lobo y Dancing Mood.
¿Cuál es el significado de “ska”?
Hay tantas versiones como significados. Pero sólo hay dos, que son los más difundidos. El primero fundamenta acerca del sonido de la guitarra al rasgarla: “Ska, ska, ska”, que adoptaron los productores para explicarle a los músicos cuál era el sonido que querían sacar en las grabaciones. La segunda es gracias a la unión del nombre del amigo de The Skatalites, el bajista Cluet Skavoovie Johnson, quien fue uno de los que también les dio el nombre a la banda. Ellos planeaban llamarse The Satellites, pero al tocar ska, no tuvieron mejor idea que llamarse tal cual se hiucieron conocidos en el mundo entero.*Publicada en Músicas del Mundo número siete
Foto: Gentileza prensa
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